Diego estaba de vacaciones y desde ese momento no se separó
de Alicia. Rodrigo tuvo, de esa manera, un poco más de tranquilidad para
enfrentar su peligroso trabajo pero también lo que lo apasionaba. Los primeros
tiempos Alicia y Diego se dedicaron a la casa, lo primero que hacían al
levantarse era poner música y bajar bailoteando las escaleras para preparar el
desayuno. La alegría de Diego, su ternura y conversación interminable era todo
un contraste a los infiernos íntimos de Alicia. Pensaba todo el tiempo sobre su
vida y sus insatisfacciones, sobre las decisiones muy duras que ahora tendría
que afrontar y cómo hacerlo. Sin ese danzarín perenne lleno de vida a su lado
este trago amargo no hubiere llegado a ser jamás digerido. Dormía con ella y
leían cuentos hasta quedar exhaustos. Abrieron ventanas, sembraron plantas,
cocinaron en compañía, cantaron a dúo y llenaron la casa de alegría y luz.
Cuando salían a la calle ambos se transformaban.
Diego en la calle andaba aprehensivo su padre lo había entrenado;
de tanto miedo fue inevitable trasmitirle miedo también al hijo, debía
cuidarse. Así que Diego iba advirtiéndole a la tía que podía o no podía
permitir y ella no lo soltaba un solo instante, parecían dos ilegales
cuidándose de ser encontrados y deportados. Veían constantemente para los
lados, volteaban y brincaban ante cualquier ruido inesperado. El peligro los
acechaba, los enemigos los acosaban. Alicia nunca había visto en su país ni en
ninguna otra parte tanta vulgaridad con desparpajo; los automercados se habían
convertido en sitios peligrosos y obscenos, no divertía para nada salir a
abastecerse, era simplemente un mal necesario. Las personas con las que se
sentía afín estaban atormentadas pero no habían perdido un trasfondo amable y
ese dejo implícito de reconocimiento en el dolor. La gente se hablaba pero
siempre queriendo reforzar las esperanzas y se repetían constantemente las
mismas plegarias. Un duelo colectivo, un dolor generalizado, unas rabias
contenidas, un despojo arrebatado. Eso era la ciudad que sin los refugios
particulares ya hubiese empujado a una locura violenta. Hay mucho odio se puede
incluso tocar.
Así que salían únicamente a lo indispensable y con ganas de
regresar lo más rápidamente posible. Dentro de casa otra era la emoción que
embargaba. ¿Se podía vivir de esa manera? Y ¿Por cuánto tiempo, sin irse
marchitando el alma? Preguntas constante que se hacía Alicia y para la cual no
tenía respuestas. Pero había algo que la amarraba, algo muy fuerte a lo que
sabía no iba a renunciar ya nunca más. ¿Qué era? ¿De qué se trataba? Quizás un
tormento proveniente de afuera que apaciguaba un poco el interior; quizás una
emoción silenciosa, familiar, que aún se palpaba aunque estuviera encapsulada. Quizás
era precisamente aquello que dejó de tener cuando se fue y que siempre añoró
como una pérdida irremediable. De repente se detuvo y se dijo no hay salida
fácil, regresas definitivamente y te unes a una tristeza colectiva que también
es tuya o te vas y vives con tu propio dolor de quedar amputada. No hay salida,
no la hay. Se trata de escoger con cual dolor vas a vivir y ella ya había
escogido, solo que aún no quería decírselo. Las cartas estaban echadas.
-Tía te estas poniendo triste, tengo una idea vamos a hacer
una fiesta.
-¿Una fiesta Diego? ¿Tú crees que estamos de fiesta?
-Sí y ¿por qué no?
Alicia sonrió, con esa mueca de ternura, tristeza y al mismo
tiempo de interrogación. Es verdad ¿por qué no? pensó, en todo caso la había
sacado de su propia tristeza acentuada ahora por ese mundo destruido.
-Llama a tus amigos,
hagamos la lista y te ayudo a prepararla.
Los amigos, era cierto, ni siquiera había pensado en ellos.
No es posible andar tan abstraido en los propios dolores para olvidar el afecto
tanto tiempo no tocado. Su emoción cambió totalmente, la invadieron los
recuerdos de su juventud e infancia, aquellos tiempos de aventuras,
irresponsabilidades sanas, de travesuras compartidas, de los primeros amores y
desengaños. De aquella vida protegida y desenfadada. ¿Cuántos quedarán en el
país?
-Vamos Diego hagamos la lista. Y de paso invitas a tus amiguitos.
-jajá eso es lo que
quería. Tiene que ser temprano aquí la gente no sale de noche.
Alicia lo besó, él se levantó puso música y se sentó con su
lápiz y papel mientras la tía le dictaba.
Sin embargo Alicia no dejaba de pensar en cómo iría a
reaccionar Richard. Pensando en ello sonó el teléfono, eran sus padres.
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