Al pararse al frente de su casa le dio un brinco el corazón,
estaba como si el tiempo no hubiese transcurrido, quizás un poco descuidado el
jardín. Abrió la puerta con su llave y quedó paralizada con lo que observó a
primera vista. Si por fuera la casa se mantenía igual, por dentro estaba
totalmente transformada. Metáfora de lo que somos, pensó. Con paso muy lento
comenzó a recorrerla, no había un solo espacio que estuviera igual. No
reconocía un solo rincón y a duras penas podía hacerse una idea de cómo era
antes, como era su distribución. Se pidió calma y el corazón comenzó a recobrar
su ritmo acostumbrado, siempre un poco acelerado. Con cierta serenidad
recobrada lo primero que advirtió fue la mano exquisita de su padre como marca
distintiva de una belleza muy particular. Las paredes habían desaparecido y los
espacios integrados con leves separaciones marcados por riachuelos, puentes y
una naturaleza integrada. Olía a húmedo, olía a musgo, olía a selva tropical.
Vitrales dejaban traslucir luces de colores que daban al ambiente la sensación
de estar habitada por pájaros y mariposas de todos los colores. El techo
combinaba vigas de madera muy pesadas con acrílicos transparentes que permitían
observar un cielo muy azul. Una fantasía perfectamente lograda.
Pasó un largo tiempo recorriendo una y otra vez su nueva casa
y reconociendo en ella, en cada detalle a sus padres. Porque si bien su padre
era el arquitecto era su madre quien daba vida a los bellos espacios. Cada
objeto, cada cuadro, cada lámpara y cada mueble estaban colocados en sus
exactos lugares; solo se podía distinguir un dejo de descuido, de desorden
particular, en la distribución de algunas alfombras, mantas, cojines y pañuelos
tirados como que se le iban cayendo en la medida que señoreaba por su casa. Bellos
y mullidos sofás que invitaban a tirarse en cualquiera de ellos y esperar que
la vida transcurriera sin mucho sobresalto. ¡Sus padres, cómo había podido
dejarlos! Se le arrugó el corazón y le invadió una abarcadora y sentida
ternura. Fue cuando advirtió que no había nadie en casa y fue cuando pudo
observar, por ciertos detalles, que había estado deshabitada ya quizás por un
cierto tiempo. Siguió su recorrido y entró en una habitación en la que sí había
vida reciente, alguien permanecía aun en casa.
La habitación tenía dos camas, un escritorio, una
computadora, libros y papeles esparcidos por el piso. No era un desorden, era
un orden muy particular de alguien que pasaba tiempos largos escribiendo,
investigando. La decoración muy particular de un hombre fijado en la imagen y
en la palabra. Eso era parte de la habitación porque también había juguetes,
dibujos infantiles en las paredes al lado de fotografías de seres que mostraban
expresiones de dolor y desconcierto. Es mi hermano Rodrigo, se dijo, todavía
está aquí. Abrió su closet y lo primero que la impresionó fue una máscara
antigás y un chaleco antibalas. De resto unas franelas grandes, otras pequeñas
perfectamente dobladas y ordenadas. Algunos Blue Jeans también de diferentes
tamaños. Rodrigo el hermano periodista continuaba en su hogar y por lo visto
con un pequeño hijo. Tanta historia perdida, tanto desacierto andado, tantos
interrogantes posiblemente sin respuestas, tanta vida gastada en tratar de
borrar los comienzos, loca debí estar loca, se decía mientras el mundo le
pesaba.
Se quedó dormida y soñó con su padre que susurraba “no te
atormentes te esperaba, de tanto esperarte yo también me quedé dormido y no me
di cuenta que gritabas” La despertó Diego con un grito de sorpresa al ver que
alguien dormía en su cama.
-Papá, papá corre hay
una señora en mi cama.
Rodrigo en dos zancadas alcanzó a Diego y cuando vio a Alicia
la abrazó y lloraron con entrecortados balbuceos de algunas palabras.
-Alicia desde hace
mucho tiempo te esperaba!!!
Si bien estaba sobresaltado, a Rodrigo no le extrañó para
nada encontrarla de esa forma nuevamente. Día tras día fantaseó con un regreso
parecido, muy al estilo su hermana. No era él quien ahora la iba a desconocer,
ni a reclamar, ni a confrontar. La quería demasiado para soportar su silencio. Ya
era suficiente, cada quien había aprendido como se complica y estropea la vida;
no había más tiempo que perder era la hora de festejar los momentos gloriosos
que la vida regala y este era, sin duda, uno de ellos. Alicia abrazó a su
sobrino que se mantenía distante y receloso de tamaña intromisión; la verdad es
que no le hacia ninguna gracia que esta desconocida se hubiera dado el lujo de
entrar en su casa y acostarse en su cama.
-Ja jajá Diego no
importa, conocerse y quererse toma tiempo. Ya lo tendremos.
Bajaron a la cocina, abrieron una botella de vino, sacaron
algunos quesos y se quedaron hablando hasta la madrugada. Tenían mucho que
contarse.
El que no durmió tranquilo fue Diego, algo había sido
trastocado en su vida y aun no sabía si le gustaba.
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