Martín Claus |
Los autócratas siempre han tenido a su alrededor una corte de aduladores entre ellos se destacan los escritores. El poder es seductor y los dictadores deben estar constantemente reforzando su poder. En las peores dictadores vemos famosos escritores muy cercanos al hombre fuerte pero también podemos admirar aquellos que no cedieron, ni pasaron página, por el contrario utilizaron sus palabras para describir y denunciar los crímenes y vejaciones sufridos en sus naciones. Las letras son esenciales para subvertir el yugo impuesto o para afianzarlo. Ningún régimen en su aspecto más cruel puede quedar inmortalizado sin el apoyo de los escritores de la sociedad. Se trata de una complicidad de aquellos que proponen pasar la página sin terminar de escribir el final. No un final decretado sino al que guie el relato.
Desde Adolfo Hitler a Mao Tse-tung recurrieron a escritores para afianzar su control de poder. Todos sabemos de la amistad de García Márquez con Fidel Castro. Julio Cortázar también fue admirador de este sanguinario dictador. Vieron como fusilaban en la isla a conocidos y amigos y pasaron la página o voltearon para otro lado. Prefirieron gozar de los privilegios que se les otorgaban. García Márquez tenía una mansión a todo lujo a donde iba a pasar sus vacaciones, comer langosta y beber a sus anchas. Hugo Chávez tuvo escritores a su disposición en todos los idiomas y destacados intelectuales como Noam Chomsky. Los dictadores siempre encuentran a su mejor amigo en un escritor. Aspiran a la inmortalidad y un buen escritor puede lograrlo. Eloy Martínez los llamaba “las plumas mercenarias”.
Por otro lado se han destacado los escritores que han perdido todo, incluso sus vidas, por denunciar y oponerse a los regímenes dictatoriales. Milan Kundera durante el proceso aperturista de la Primavera de Praga en 1968 se destacó como uno de los representantes de la oposición cultural al régimen comunista, hecho que le costó la expulsión del partido y la prohibición de publicar. Le retiraron la ciudadanía en 1979. En 2019 le fue entregado un nuevo pasaporte y las autoridades checas le pidieron perdón por el trato recibido durante la dictadura comunista.
Sándor Márai, escritor húngaro fue un intelectual burgués y humanista que tuvo que irse del país en 1948 huyendo del comunismo. Se instaló en Estados Unidos y terminó suicidándose una vez que él y su esposa perdieron la vista y su esposa murió en un hospital, tenía 89 años. Fue testigo de la destrucción de su mundo y de su propia posibilidad de escribir. Era un hombre agotado y mas aún se habían agotado sus posibilidades de escribir hacían décadas. No había perdido el don pero había hecho la promesa de no volver a escribir hasta ver el régimen soviético derrotado. Cuatro años después de su muerte cae el muro de Berlín. Era un escritor sin su idioma, sin lectores y sin su tierra. Perdió la palabra.
Denunció hasta el cansancio la mentira de lo que llamó “la caricatura” que le proporcionó una discusión inconclusa con el mundo europeo. Una tragedia personal que se destaca de tantas otras calamidades en una época en la que abundan los escritores desengañados por el tiempo. Afirma Márai que no hay enemigo más vulgar y más humillante que el lumpen y más aun el lumpen uniformado. Él sabe de lo que habla porque tuvo que convivir con los soldados rusos en su casa. Hechos que describe en un libro conmovedor “Tierra, tierra”.
Las letras nunca son neutrales o son subversivas o son mercenarias.
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