Henry Matisse |
Lamentablemente termina el año con la disolución de la
oposición venezolana. No contamos con ninguna organización que lidere las
estrategias adecuadas para poder ponerle término a esta pesadilla que vivimos.
Ansiosos de comenzar a reconstruir el país que nos destruyeron nos hemos
refugiado en fantasías liberadoras sin ningún resultado en la realidad. Este
año nos enfrentó con la mayor desilusión sufrida desde que libremente escogimos
nuestra esclavitud. Nos fue muy fácil dar un paso mortal pero nos ha sido
imposible el salto estratégico político para volver a encauzarnos por la vía
democrática. Si, terminamos el año sin organización política de oposición, sin
objetivos, sin estrategias y dando tumbos como nunca.
Pareciera que nuestra gran pasión fuera tener momentos de
exaltación desbordadas anunciando falsas expectativas. Se hace necesario que
nos observemos con cierto detenimiento y sentido crítico, es necesario que no
nos mintamos en nuestros desaciertos. Comienza el año con la grandiosa epopeya
del presidente de la Asamblea juramentándose como presidente. Acto que exaltó
hasta el paroxismo a las masas que aplaudieron desbordadas de entusiasmo.
Mientras los diputados que lo acompañaban en tarima se veían asombrados,
asustados. Difícil saber si Guaidó los sorprendió, si fue algo que se había
programado en silencio en el partido liderado por Leopoldo López; lo que si
conocemos es que la población lo quería y se les concedió. Por supuesto, el
nuevo líder comienza sus momentos de gloria y los ciudadanos muestran un
talante esperanzado. Teníamos nuevo presidente encargado y una ruta estratégica
en tres pasos no negociables ni cuestionables: Cese de la usurpación, gobierno
de transición y elecciones libres.
Se comienza a transitar una ruta donde se muestra un poder
que nunca se tuvo, la seguridad de una fractura dentro de las fuerzas armadas
que nunca se concretó y un despliegue improvisados de actos cada vez más osados
y erróneos hasta rozar las fronteras peligrosas de lo grotesco, cruel y
ridículo. La entrega fracasada de la ayuda humanitaria, convocatorias a la
rebelión en el asfalto que costó unas cuantas víctimas más para el aumento de
nuestro dolor y duelo, heridos, muertes y pobreza crítica. Se hundió al país
cada vez más en una demostración de fortaleza armada por parte del dictador, el
cual, por supuesto, siguió usurpando el lugar del presidente con más
desfachatez e indecencia. Para no perder la fuerza con la que se había
revestido al líder opositor, se ingeniaron en exhibir un nuevo acto vistoso,
espectacular, digno de grandes epopeyas inéditas.
Así llegamos al 30 de abril y el show en la Carlota que
madrugó a la ciudadanía con expresiones de alborozo por la libertad recobrada.
Por supuesto abundaron las abultadas expectativas, las noticias falsas y el
preso político emblema de la oposición, Leopoldo López, en la calle al lado de
Guaidó. No había duda por fin se había logrado el fin de la usurpación. No
tardamos mucho en comprender que no se había logrado nada y que el país
continuaría su camino destructivo en manos de bandidos saqueadores. Constituyó
ese día la estocada final a toda credibilidad en aquello del “vamos bien” que
poco a poco fue desapareciendo como eslogan del momento. Explicaciones de lo
que pasó ese día fueron pocas y todas sin la seriedad y el respeto que los
lideres le deben a la ciudadanía. Me parece que fue la más clara demostración
de la ruptura en la comunicación de los líderes políticos y los ciudadanos. Con
ello se acabó la política de la oposición, se acabó toda organización para
enfrentar a verdaderos estrategas de la maldad. Como dice Fernando Mires “El
problema no es por tanto que la dirigencia haya cometido uno u otro error. El
problema es que toda la estrategia diseñada desde enero del 2019 hasta ahora,
ha sido un gran error”.
Este año hay mucho por lo que lamentarse y poco que celebrar.
Mucho en lo que hay que pensar y rectificar, aunque no atisbo a vislumbrar nuevas
ideas, ni reflexiones interesantes que inviten a pensar. Nos quedamos sin
símbolos, nos quedamos más huérfanos que nunca, fue mucho nadar para terminar
exhaustos tirados en una playa desierta. Solo quisiera que despertemos el año
que viene esbozando una estrategia política coherente y viable y dejemos todos
estos desaciertos atrás. Alguna forma tenemos que encontrar pero antes
tendremos que separarnos de tanto líder desacertado. Estos líderes improvisados
y fracasados deberían abandonar el escenario público y prepararse en las áreas
de su competencia para que colaboren en la reconstrucción de Venezuela cuando
estemos preparados.
Como decía un primo en son de chanza cuando jugábamos dominó
“para donde quiera que mi vista torne todo es tristeza y desolación”. Así estoy
viendo nuestra situación y con estas palabras un poco aguafiestas me despido
hasta el año que viene, no sin desearles de todo corazón felices fiestas y ánimo
para las tareas que debemos enfrentar. Un gran abrazo y mucho cariño a mis
queridos lectores.
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