Anna Silivonchik |
El gran deseo del ser humano es ser tratado como una persona
y no como una cosa. De allí provienen todas las demás posibilidades, empezando
el considerarse uno mismo un sujeto del deseo. Como sujeto puedo cambiar,
decidir, actuar, desear, aspirar, lograr; como cosa no tengo estas
posibilidades, se estaría determinado para una función única a cumplir, se
poseería una identidad inmutable, un cierre en sí mismo. Un recipiente que es
una cosa solo sirve para eso para contener, no puede ni le está dada la posibilidad
de un cambio de uso. Una cosa es usada, una persona es respetada. Parece de
Perogrullo ¿verdad? Pues no es así, hay que recordarlo y más en una situación
donde se ha perdido los gestos más elementales del trato entre humanos como es,
por ejemplo, la cortesía.
La existencia es penosa, acarrea dolor inevitable porque nos
causamos daño incluso sin querer. Daña la muerte de un ser querido, daña un
malentendido, una separación inevitable, la pobreza, el abandono. Pero se hace
insoportable si el medio en que nos desenvolvemos se vuelve hostil por el
comportamiento cruel de los otros seres humanos. La vida civilizada no es una
teorización, no es un decreto y no está determinada por leyes escritas en
innumerables códigos obligantes. No principalmente. Son los valores internos
que hemos hecho propios y que nos identifican. Soy lo que soy por una ética que
albergo y que trato de no trasgredir so pena de un fuerte malestar. La ética es
íntima, le pertenece a cada quien, a todo aquel que se acogió a una ley fundamental
para ser persona, para ser ciudadano para vivir en comunidad, para propiciar a
otros y a si mismo bienestar y concordia. El paso primordial para un
entendimiento común es la cortesía.
La cortesía supone
miramiento, elegancia, respeto y reconocimiento al otro. Nos recuerda Savater
“ser cortés es mostrar la muy sociable disposición de querer dar gusto, de
reconocer y honrar la calidad del otro” Esta es una disposición que resulta
condición esencial para una democracia. Sin esta convicción íntima de los ciudadanos
no es posible aspirar ni sostener una vida civilizada. Es lo que más preocupa
de las tantas pérdidas que hemos sufrido, la falta de cortesía que se observa
en las dependencias de atención al cliente. Se trata a las personas como si
estuvieran estorbando, como si estuvieran interrumpiendo las horas de ocio que
revelan sus caras. Salen somnolientos de cualquier oficina mal equipada y
contestan a cualquier solicitud con gruñidos y ofensas. Todo menos cumplir con
su obligación laboral, verter la frustración al otro como si fueran recipientes
es el máximo trato logrado. Sin cortesía comienzan las hostilidades.
No podemos actuar de cualquier forma, estamos obligados por
una condición humana a fundamentar racionalmente la acción que elegimos porque
así lo queremos. Deberíamos querer ser corteses con los otros porque así
queremos ser tratados, con respeto. No hay otra forma de lograr una convivencia
armonioso sino por la propia convicción. Sobran los moralistas esos que gustan
de ir pregonando el buen actuar de otros e ir sermoneando de puerta en puerta.
Fastidian, nadie los oye y causan rechazo, sobre todo si interrumpen el
desayuno familiar los domingos. Solo se puede ser ético por convicción íntima.
No nacemos con ello, es producto del hogar y la educación el devenir personas y
no mantenernos siendo cosas. Pero una vez que aceptamos ser personas no podemos
dejar de lado la cortesía.
Es verdad a veces fallamos y nos encontramos con estallidos
de rabia y maltratamos, pero créanme no es para sentirse orgulloso. Lo
reconocemos como un fuera del lugar escogido, como un extravío en el camino.
Pero cuando estas acciones se van haciendo repetitivas, cuando se comienza a
actuar sin razonamiento o con una intensión consiente de engañar, de robar, de
maltratar al otro estamos, entonces, en el campo de lo patológico. Una persona
enferma o sociedades enfermas. Convencidos estamos que nuestra sociedad sufre
de graves trastornos. El hobby más extendido ahora y de forma cotidiana es cazar
al que nos trata de engañar. Engaña el técnico, que te repara los artefactos,
engaña el gobierno y engaña la oposición. Montajes dignos de la psicopatía que
nos mantiene en una constante sospecha e intranquilidad. Rebasamos
constantemente fronteras y esta vez la montamos en un autobús. Ofenden, se
trata de una falta de cortesía brutal.
No porque seamos hostiles tenemos más autoridad. Tratar mal
al otro no es signo de valentía sino de inhumanidad. Si amigos es verdad “lo
cortés no quita lo valiente”.
"Solo se puede ser ético por convicción íntima"... ¡Me gustó tu trabajo, Marina¡ De principio a fin. Abrazo.
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