Anna Silivonchik |
Nuestras expectativas crecen día a día. La ilusión de un
futuro fuera del horror, en el que hemos permanecido tan largo tiempo, crece.
Es natural, inevitable y deseable que nuestro pensamiento divague en el
regocijo de un futuro promisorio, con los baches producidos por las dudas y el
temor de no alcanzarlo. Han sido muchas las desilusiones sufridas y no es poco
lo que tenemos en juego. Se trata del rescate de la propia vida, de poder poner
fin a lo que podemos calificar como una vida sin sentido. Paralizados por
faltas de alternativas, por las agresiones constantes padecidas; únicamente
batallando por la sobrevivencia y por evitar desgracias peores e irreversibles.
Muchos han caído asesinados por un régimen genocida y hamponil. Lloramos a
nuestros muertos y las heridas están sangrando todavía; pasarán muchos años
para podernos despedir con serenidad de este triste capítulo de nuestra
historia. Si, nos adelantamos a los acontecimientos porque estamos vivos, porque
pensamos.
Ya no albergamos la ilusión como engaño, ahora estamos más
precavidos. Tenemos muchas ilusiones como una esperanza viva, como expectativa
favorable en relación al porvenir. Este talante vivo se mezcla con nuestros
deseos y como buenos parlanchines que somos no tardamos en manifestarlos y allí
sí comenzamos el patinaje sobre hielo con sus consabidas resbaladas. Hay de
todo en la viña del señor. Los que quieren venganza, los que quieren invasión,
los que quieren continuar “dialogando”, los que solo esperan que esto se
precipite y comenzar una inolvidable celebración. Y aunque Ud. no lo crea hay
hasta quienes quieren ser presidentes de una Nación desbastada. No hemos
cruzado la línea pero ya tenemos candidatos. Por ese lado Venezuela puede estar
tranquila nunca nos faltará las contiendas electorales y las ambiciones aunque
estas sean delirantes. Total, la cordura se encuentra en sala de emergencia.
Dejemos eso de lado y continuemos soñando. Ya casi es difícil
imaginarse un país en el que no se vaya la luz, en el cual salga el agua por
los grifos, automercados abastecidos y poder adquisitivo. Ya sé que así
vivíamos pero es que el paisaje está quedando un tanto desdibujado. Quiero
imaginarme salir a la calle sin miedo y que los puntos de venta funcionen
porque hay un sistema operativo. Quiero imaginarme un servicio de internet que
no me provoque arrancarme los cabellos, quiero imaginar que no hay censura y
que puedo ver y escuchar los programas de mi preferencia. Quiero imaginar a los
niños jugando nuevamente en los parques y los ancianos cuidados y protegidos
por sus hijos. Quiero imaginarme que los muchachos regresan con entusiasmo a
reconstruir su país. Quiero poder ir al teatro, conferencias, conciertos,
recitales. Un movimiento cultural que vuelva conectarnos con lo bello y la
alegría. Porque si de sentido se trata, nada tiene más sentido. Una población
que ame el conocimiento y las Universidades que lo propicien.
Cuando te han arrebatado todo y vez la posibilidad de
recuperarlo nos tornamos exigentes, principalmente con uno mismo. Para volver a
hacer de las ilusiones una realidad hay que fajarse, ¡a trabajar se ha dicho!
Al contrario del prejuicio mantenido creo que somos “echaos pa’ lante” pero
también es justo exigir quererle “ver el queso a la tostada”. Eso de trabajar sin
descanso y no poderse tomar ni un café en la calle, por decir lo menos, es muy
frustrante. Así que queremos trabajar pero con las consecuencias de una vida
buena como mandaron los Griegos. Como exige la ética. Por lo tanto quiero
volver a los restaurantes después de un largo día cumpliendo obligaciones.
Claro que podremos si los deseos desmedidos y las dudas razonables nos dejan.
Podríamos incluso disfrutar de estos días previos encaminados a un gran final
sino fuera por ese gusanillo, inevitablemente presente, de tener que atravesar
por mas y peores violencias. Quiero creer que no, tengo la ilusión de que no
será un final cruento.
Toda creación cultural es una ilusión, ya lo señalaba Freud
poniendo a la religión como la principal ilusión que aminora la terrible
realidad de la muerte. Por supuesto el no creyente se le hace más difícil saber
que su futuro acaba en la tumba. Pero no
por esa certeza se vive con menor alegría porque la existencia se
afianza en fuertes deseos de querer vivir bien y no por una recompensa final.
Es la interrogante que Kant se formuló en relación a Spinoza, la cual Savater
responde “No se conduce éticamente a fin de conseguir algún premio o
retribución, sino que se llama ética al modo de obrar que le recompensa en su
propia actividad haciéndole saberse más razonablemente humano y libre. Se vive
para alcanzar la plenitud de la vida”. Siempre he pensado que estos seres
enfermos de poder en realidad lo que viven es un terror ante la muerte. Exhiben
conductas desesperadas ante la idea aterradora de la proximidad de un fin. Que
no necesariamente es la muerte, aunque a veces sucede, sino a ese fin de no
disponer del botín que calme su insaciable voracidad por acumular. El que le
teme a la nada lo quiere todo.
Sabiduría de la ilusión, denomina Rafael Argullol, la que
acompaña una existencia al servicio del
y por el ser que construye narrativas. La búsqueda del progreso y la inventiva
productos de la ilusión humana y su prodigiosa imaginación. Soñamos y
albergamos ilusiones porque no estamos muertos y amamos la vida.
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