Joan Miró |
Todos intuimos un final importante en el rumbo de nuestras
vidas. Lo sabemos cómo inevitable mucho antes de que suceda. A veces queremos desesperadamente
ese fin porque la situación vivida se tornó insoportable y a veces no lo queremos
pero nos alcanza. Lo que es común a ambas situaciones es lo difícil que resulta
porque nos enfrenta a serias dificultades. Si ese fin es fuertemente anhelado
tememos que no llegue tal como lo esperamos y si es recibido como inevitable
sabemos que algo de nosotros también muere con ese final. La vida es movimiento
y su transcurrir es una cadena de decisiones a las que estamos condenados por
ser seres racionales, pero no razonables que es muy distinto. Quedarse
eternamente en situaciones de infelicidad por temor a un futuro incierto no es
razonable; así como querer apresurar los finales suele ser la ruina de las
mejores historias. Un mal final de una novela arruina toda la obra, como podría
arruinar nuestras vidas.
Ese sueño de querer alcanzar situaciones de total armonía que
acabe toda discordia entre los seres humanos y nos permita descansar
eternamente sin tantos problemas es una utopía que persigue acabar con la
política. Hasta ahora no ha habido sistema que haya acabado con las
rivalidades, discordias y aporías de la vida en común, sea esta de la
naturaleza que sea. Pero cuando la discordia, la hostilidad, el maltrato y el
desamor es lo predominante no debería haber dudas que llegó el momento de poner
el punto final. Se acabó está claro, pero allí se comienza a escribir el
difícil arte para lograrlo de forma segura y con el menor riesgo posible. Leer
los pasos que va a dar el adversario con antelación, torear las embestidas,
evitar las propias zancadillas y nunca mostrar los miedos. Aunque sabemos que
nos estamos consumiendo con las incertidumbres. En los finales se muestra
fortaleza aunque se esté debilitado por un desgaste natural.
Son pequeñas guerras que se libran y suelen ganarlas los
seres más astutos y razonables, no los más bravucones. Esos que vociferan,
amenazan, gruñen y emiten todo tipo de ruidos más propios de otras especies son
los que van perdiendo la contienda, la
compostura y la fortaleza. Porque todo final requiere fuerza y ahorro de
energía. Si no piensen en los finales de sus propias situaciones de vida, como
un divorcio por ejemplo, se puede eternizar si se cae en conflictos
innecesarios. En un dame y toma para demostrar quién es el que tiene capacidad
de mayor maltrato, recuerden Kramer vs Kramer, esa película que nos sobrecoge al
reconocer nuestra propia insensatez, una guerra a muerte como en realidad
sucede, ambos perdieron nada menos que la vida. Después, por supuesto, ya no
habrá más discordia pero tampoco concordia. Los conflictos son inevitables pero
si somos razonables los podremos solucionar sin perecer en el intento. Difícil
e interesante arte, saber alcanzar un fin con las menores heridas posibles.
Toda libertad requiere ser protegida y encauzada y más cuando
esta está perdida y se pretende recuperar. En estos difíciles equilibrios se
suman aliados momentáneos, se descartan otros y con muchos hay que enfrentarse.
Las líneas divisorias no son definitivas e inamovibles en el juego de las
estrategias, de repente y sin previo aviso se corren cortinas y se comienza a
vislumbrar todo un panorama que era insospechado. Las mismas razones que nos
aproximan a otros pueden tornarse en lo contrario, comenzarlos a ver como
enemigos. Un vaivén de visiones que oscilan vertiginosamente en los finales. Es
que al fin y al cabo somos más parecidos de lo que queremos admitir. Si adverso
el fanatismo por una causa me vuelvo
fanática por la contraria. Si no suceden los acontecimientos tal y como lo
había imaginado vocifero que todos son unos inútiles. Kant agudamente lo resume
en una frase “nuestra insociable sociabilidad” que tanta paginas ha producido
pero quizás las puntualizaciones de Hannah Arendt sean las más perspicaces.
Se detiene Arendt a razonar que la filosofía de la política
supone que el éxito de la política se alcanzará cuando ésta ya no sea
necesaria. Es que se ha tenido la ilusión que los conflictos sociales
terminarán algún día y no serán necesarias las estrategias políticas en la
búsqueda creadora por la libertad y el bienestar. Una tarea que en la realidad
se sabe constante, que nunca tendrá un final sino con el final de la vida.
Tanteos hacia una armonía con seres que no son armoniosos, que pueden
apaciguarse por ratos mientras los otros no faltarán para azuzarlos hacia la
confrontación. Vivimos con otros seres humanos que quieren disfrutar de lo
ajeno sin pedirlo. Seres que pasan la vida desafiando, haciendo trampas,
despreciando en un constante enfrentamiento. Nunca cesarán los conflictos se
trata de aminorarlos para poder dedicarnos a otras tareas. Así que nada más
sabio que entender que solo con tacto, alianzas estratégicas y confrontaciones
calculadas se atraviesa toda ruptura una vez que está decidida. Al final se
detienen las palabras, ya todo fue dicho, y se pasa a la acción precisa sin
tanto ruido. Es difícil y muy difícil, después de ese acto ya no seremos los
mismos.
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