No dejamos de gritar mientras los abismos se abren a nuestros
pies. No hay tregua, un hecho espantoso antecede a otros de igual tenor. Se nos
impone un silencio pero no es precisamente el necesario para el sosiego. Todo
desafina, todo hiere profundamente. Es ruido, estridencias que aturden y
embotan. Sin las pausas requeridas en cualquier ritmo musical nuestro ritmo de
vida no se puede ajustar, pasamos de una emoción a otra en breves lapsos de
tiempo sin que pueda el pensamiento sintonizar. El lenguaje posee su sonoridad,
escribimos y hacemos música, caminamos con una cadencia particular y todo lazo
social requiere de pausas, presencias y ausencias. Que todo calle para podernos
encontrar es a veces requerido, deseado. No es posible por más que persigamos rescatar
los ritmos particulares somos constantemente aturdidos, ofendidos, golpeados.
Cada semana supera en pesares y lamentos a la anterior. Pero
ésta que acaba de transcurrir fue especialmente escandalosa, especialmente
aterradora. El asesinato de Fernando Albán muestra en toda su fétida presencia
a los criminales organizados y con poder. Se erige como una serpiente
enfurecida los símbolos de los esbirros. Es un hecho que hace hiancia, que abre
boquetes, que nos arroja a un vacío. Ya no queda lugar para dudas, ya no hay
espacio para contemplaciones ni llamados a la cordura civilizada que puedan ser
atendidas por almas atormentadas. Con la ausencia de actos colectivos de
desagravio, sin el silencio que requiere la solemnidad de los rituales de
despedida, no es posible sedimentar lo que nos pasó, a cada quien, con la
muerte de Fernando. Porque nos pasó a todos de una u otra forma, nos pasó como
sociedad y nos pasó como personas.
Hiere todo acorde que suene desafinado, que no sintonice con
la terrible y estremecedora sinfonía que está sonando en el trasfondo. Ya no es
fácil ni entender el propio idioma, no está sonando con nuestra musicalidad
familiar. Parece un absurdo seguir con las mismas lecciones, el mismo discurso,
la misma cantinela, las mismas goticas de agua de grifos que no cierran. Aquí
pasó algo muy grave, especialmente grave, con un peso simbólico muy grave que
nos obliga a un cambio que hay que sedimentar. Se requiere respirar hondo,
tragar grueso y reaccionar con un “costo político nacional e internacional
elevado hasta lo máximo posible” como bien apunta Trino Márquez. Este fue un
acto que nos obliga a pasar a diferentes registros y si no es así es porque nos
dejamos aturdir por los ruidos constantes y somos ya incapaces de las pausas
que requieren diferentes ritmos. O también porque agarrados a dos o tres
principios inamovibles nos sentimos que no caemos al precipicio. Igual caemos
con las tablas sagradas y sus letras esculpidas.
Nos hemos convertido en un aturdimiento, no contemplamos el
silencio como posibilidad para que surjan otros discursos, no el silencio que
nos quieren imponer sino el silencio del que elabora. Hay que callar para poder
escuchar y la realidad está gritando mientras hablamos y repetimos sin cesar
para no escuchar. Sí, hay palabras que taponan el silencio, hay palabras que no
se deberían escuchar o se deberían callar por no ser el momento, por
desentonadas e hirientes. Palabras que se callan por insoportables para uno
mismo y aparecen en los sueños. Postergamos y alteramos nuestro ritmo con un
alto costo para la salud mental porque el ser sujetos hablantes requiere de
palabras y silencios. Es una paradoja que para hablar del silencio haya que
romperlo, utilizar palabras que intenten acercarse a la sensación sin poder
lograrlo. Pausa breve pero pausa requiere un discurso que nos vuelva a atrapar
como colectivo. Ese minuto de silencio que demanda el homenaje que se le hace a
los seres que honor merecen.
Todo está siempre medio dicho porque parte de la verdad queda
en el silencio nos decía Lacan, hay una ética de lo indecible de Wittgenstein
que marca los límites de nuestro mundo. Aquello que no podemos decir es lo que
más fuertemente nos afecta. El abrir nuevos horizontes, el cambio de rumbo
urgente que necesitamos requiere que comencemos a oír lo que no se dice, lo que
siempre queda detrás de lo dicho, el entredicho. Si no es así seguiremos
repitiendo y repitiendo lo que ya suenan a palabras vacías. No es que
desechemos las vías que se han dado por llamar “políticas” es que ya la terminología
usada dejó de hacer resonancia, no están diciendo nada. Pero no importan las
circunstancias, no importan los momentos, no importa si ofendes, hieres o estas
desentonando, lo que importa es la certeza de tener una verdad que por el bien
de otros la dices y pides que se callen. Sí, hay palabras que duelen como
latigazos. No hay palabras acertadas sin pausas, sin silencios. No hay
pensamientos sin ritmos.
Mientras las imágenes externas de horror nos persiguen no
podemos ver las imágenes internas no verbalizadas. Se mantienen desconocidas
sin poder construir discursos ni el diálogo requerido entre nosotros mismos.
Las mantenemos en privado entre nuestros propios sueños sin poderlas compartir
en medio de gritos. Gritos que abren los abismos por los que nos precipitamos.
Este artículo al leerlo se me fue convirtiedo en oración y sólo puedo elevar un grito de dolor.
ResponderEliminarNuestro grito de dolor Jeanette. Gracias por leerlo y por tu comentario.
EliminarExcelente! Quisiera verbalizar mi dolor pero, el único medio que se dispone, aparte del silencio y las pesadillas, son las redes sociales y se recibe latigazos todos depositan su dolor en cada uno de nosotros, de igual manera y el ruido atormenta,aún mas.
ResponderEliminarAsí es Carmen, difícil y doloroso tiempo. Gracias por tu comentario.
EliminarMarína Ayala tienes razón, se nos agolpan los sucesos y sin pausa para digerirlos se convierten en algo intragable, como afirmas,estamos imposibilitados para procesar lo cotidiano. Peligroso es que no tenemos tiempo para construir o adaptar nuestros imaginarios que quedan sin que los revisemos. El caos externo e interno produce parálisis e oncapacidad de elaborar respuestas. Muy duro. Un abrazo pues si eres quien creo tengo mucho tiempo sin encontrarte
ResponderEliminarSi eres quien creo, mi querido y recordado Frank, es un gusto enorme saber de ti. Gracias por tu acertado comentario, todo esto es muy difícil. Un gran abrazo
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