Me invade la angustia que asalta cuando se repite sin cesar
una misma historia. Al observar como alguien que va perdiendo facultades
mentales cuenta una y otra vez el mismo relato. ¿Qué hacer? Es el pensamiento
que incomoda, le digo “si eso ya me lo dijiste” me parece que es descortés, la persona puede incomodarse y
sentirse herida, disminuida. No quiero herirla pero tampoco puedo atenderla con
mirada interesada. Opto por oírla una y otra vez, quizás pensando en otra cosa,
quizás llenándome de angustia porque no se da cuenta, por la decadencia humana
que todos vamos sufriendo con el transcurrir del tiempo. Pero después de
múltiples repeticiones entiendo que algo tengo que hacer con mi angustia y con
mi tiempo y sin pensarlo estallo. Ya me has contado lo mismo mil veces ¿es que
no te fijas con quien hablas? Es que ni siquiera oyes lo que te respondo, es
que solo estas fijada en ti misma. Porque de repente caigo en cuenta que no se
trata de pérdidas de facultades sino de un goce por oírse a sí mismo una y otra
vez. Por mantener la voz cantante, por protagonismo, por desprecio a los otros.
“Cada loco con su tema” como reza el refrán. Se habla y se
habla sin cesar y poco importa el interlocutor, sus respuestas, sus argumentos,
sus interrogantes. La vía perfecta para seguir repitiendo los mismos errores,
para caer siempre en las mismas trampas, para no avanzar en otras direcciones,
para no cambiar cuando el sufrimiento abruma. Un mundo de locos caminando por
las calles sin rumbo y hablando a sus propios fantasmas. Desalienta y fastidia
enormemente oír siempre los mismos relatos, que las personas se nos hagan
fácilmente predecibles, que antes de abrir la boca ya sepamos que van a decir,
como van a reaccionar y cómo van a actuar. Pues tengo la impresión que eso es
lo que estamos viviendo en estos tiempos detenidos. Cada quien contando un
pequeño relato a su manera, los hechos, la realidad, los diferentes momentos no
cuentan. Nada se aprende de la experiencia y de resultados obtenidos porque no
se interpreta, no se piensa. El protagonismo va cobrando su saldo porque el
público comenzó a bostezar o simplemente se salió de la sala.
Me parece que lo peor de estos delirios atomizados es que el
delirante está convencido de su propio personaje, se lo cree y da la vida por
no ser desnudado. Si seguimos en esta locura cada vez veremos con mayor crudeza
hasta donde se puede llegar cuando las defensas estallan. Iluminados saldrán a
la calle (bueno ya están) con ideas cada vez más descabelladas y no faltaran
sus apóstoles que lo secunden en sus hazañas. Si de repente me desperté con la
ilusión de independizar a mi ciudad y me siento el elegido para llevarlo a
cabo, salgo a la calle, agarro un megáfono y comienzo a vociferar. Aunque sea
por curiosidad la gente se agolpará a ver qué pasa y convencido de que me
reconocieron me creo el destinado a una epopeya. La mesa está servida para la
representación del relato. No faltaran “sesudos analistas” que en seguida nos
contarán el significado de tal movimiento y encuestadores que medirán los
porcentajes de popularidad. Si el iluminado tiene cierta habilidad para mover
masas informes y es seductor entonces estaremos distraídos por un tiempo. La
representación tendrá innumerables capítulos hasta que un golpe de realidad
derribe la tarima y los tambores dejen de sonar. Allí surgirán algunas
preguntas elementales como ¿y ahora qué hacemos?
Aquí despertamos todos los días con nuevos relatos que se le
ocurrieron a cualquiera en su noche de insomnio. Pareciera ser un “a ver si la
pego” y digo lo que la “mayoría” quiere oír. Cabeza para la ficción tenemos,
sin duda, pero escasea de forma alarmante las estrategias serias para atender
las verdaderas penurias que sufrimos los venezolanos. Es vergonzosa la
irresponsabilidad de estos protagonistas que ya agotaron su papel y que se
mantienen en un silencio ominoso. Pareciera que de nuestro diccionario se borró
la palabra “política”. No existe una propuesta de país, no se piensa que
queremos como salida de este infierno. Mientras tanto cada quien alimentando su
propia locura. Mónadas sin puertas ni ventanas. Contamos nuestro cuento sin fin
y no importa si el otro escucha, y no importa ninguna opinión. A lo más que
llegamos es a insultar cuando alguien se empeña en darnos otra visión. Solo
quiero oír mi cuento y por ello lo cuento una y otra vez para que no quepan
dudas, ni siquiera las propias.
Trabajemos por volver a encontrar los nuevos símbolos que
necesariamente tendrán que surgir. Esa ha sido la historia de la humanidad en
su eterna búsqueda de los vínculos sociales necesarios. No es posible vivir
atomizados y enarbolando un individualismo a ultranza porque para el ser humano
es imposible una vida en total solipsismo, nos necesitamos. No es posible vivir
odiándonos y tratándonos como enemigos por mucho tiempo sin que estalle una
guerra y terminemos de destruirnos. Es preciso escribir un nuevo relato de
patria, para ello la imaginación humana puede ser asombrosa una vez que se
tenga un adecuado diagnóstico. La
función más noble del ser humano es pensar y por lo tanto hablar, comunicar y
entendernos. En los más intricados capítulos de la humanidad el hombre ha
enarbolado banderas de liberación y progreso, en esta etapa devastadora no
tiene por qué ser distinto.
En un extraordinario libro “De animales a dioses” Yuval Noah
Harari expone de forma muy amena como el hombre se ha abierto los caminos por
asombrosas redes de cooperación en masas, innovadas, no vistas hasta ese
momento. Los mitos humanos que suelen ser muy fuertes y que los seres humanos
no abandonan con facilidad, son los que permiten la unión entre los hombres.
Pensemos, por ejemplo, en las religiones, nacionalismos, y en el dinero. El
cemento universal, expresión que utilizo David Hume para referirse a las reglas
de la causalidad y que podemos transferir a el ordenamiento social. ¿Qué hace
que las sociedades se mantengan unidas y no se disuelvan? Podríamos contestar
los grandes relatos. Eso sí apegados a una realidad y no delirantes.
Bueno e intenso tu trabajo, querida Marina. La atomización de la locura. Ni más ni menos.
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