Una búsqueda constante del ser humano ha sido lograr una vida
digna de ser vivida. Compleja tarea que no pareciera nunca verse terminada;
compleja por las diferentes e individuales visiones que se tienen de cómo se
quiere vivir. No hay fórmulas, lo que a unos les parece su manera de acomodarse
otros la observan como un horror, no se quisiera nunca estar en esas
circunstancias. Es cierto cada quien debe tener la libertad de vivir a su
manera, de pensar como le plazca, de resistirse a ser encerrado en esquemas
dictados por otros, de ser determinado por tradiciones y costumbres que no
acomodan ya a nuevas inquietudes. Si no fuera por la necesidad humana de tener
que compartir alegrías y dolores con otros, la labor de ser los propios
protagonistas y artesanos de nuestra existencia no sería en absoluto difícil.
La dificultad estriba, fundamentalmente, en que hay que construir una vida
compartida y no permitir que otros se den el lujo de hacernos la existencia a
su manera. Sobre todo otros que no son seres queridos, que no pertenecen a
nuestro entorno cercano, aquellos que imponen desde una ideología el cómo se
debe vivir, que pretenden uniformar a todo un conglomerado. Este afán de
imponer y de arrebatar lo que no les pertenece ha sido la gran pesadilla de la
humanidad. Se mata por dominar y se muere por la libertad.
Vivimos en un mundo donde se han establecido las reglas del
juego, se proclamaron y acordaron los Derechos Humanos que defiende, sin
excepción, a cada ser que habite este planeta. Nada puede justificar su
trasgresión sin ser objeto de puniciones que no prescriben. Se instituyeron las
deontologías, los códigos éticos que guían las buenas conductas dentro de grupos
determinados. Todos los países se rigen por leyes y constituciones que intentan
establecer con claridad las reglas del juego de los ciudadanos que habitan en
los espacios bajo su jurisdicción. Cada vez más se multiplican las leyes, se
trata de abarcar toda posibilidad de reglamentar y penalizar los delitos. Las
ciencias jurídicas y la evolución de los códigos para reglamentar nuestra
conducta en sociedad es una de las disciplinas que más avanzó en la comprensión
de la dignidad humana. Los esfuerzos por garantizar una vida humana han sido
enormes y sin embargo vivimos en un mundo que cada vez se deshumaniza más. Cabe entonces preguntar ¿Qué está pasando?
Es en este terreno donde entra a jugar lo que entendemos por
ética e interrogar como lo hizo Adela Cortina ¿Para qué sirve la ética? “Para
recordar que es más prudente cooperar que buscar el máximo beneficio
individual, caiga quien caiga, buscar aliados más que enemigos. Y que esto vale
para las personas, para las organizaciones, para los pueblos y los países. Que
el apoyo mutuo es más inteligente que intentar desalojar a los presuntos
competidores en la lucha por la vida. Generar enemigos es suicida” Así que
entender que estamos con otros y aprender como conducirnos en relación a ellos,
es una actitud que trasciende toda reglamentación, que se aprende o debe
aprenderse desde pequeños, que es la tarea que desempeña la educación que abarca
o debe abarcar las emociones, porque fundamentalmente el comportamiento ético
es una manera de sentir y de razonar.
La culpa, la indignación, la piedad y la vergüenza son
afectos éticos y el entender que es más beneficioso actuar bien es razonar de
acuerdo al requerimiento fundamental de la vida humana. Aquellos que no son
capaces de sentir dichas emociones pero que saben que otros las sienten, entran
en la categoría de lo patológico y se conocen como psicópatas o los canallas
tal como los denominó Lacan. Son seres muy peligrosos. Todos en algún momento
nos vemos en una encrucijada que nos exige el bien por encima de lo que
conviene y todos hemos trasgredido de alguna forma u otra nuestros principios.
En esta frágil y muy peligrosa barrera debemos ser muy cuidadosos porque habrá
un acto que nos haga añicos como seres dignos y no habrá vuelta atrás, ya no
seremos los mismos. La traición peor es con uno mismo. No podemos traicionarnos
ni dejar de ser lo que somos sin pagar por ello un costo altísimo.
Estos seres que actúan con el desparpajo que vemos, que
imponen una utopía que solo sus mentes distorsionadas no ven fracasada de
antemano. Que se dicen “revolucionarios” son personas que no solo están fuera
de la ley sino también fuera de cualquier ética; fuera de un orden humano al no
reconocer y respetar al otro como igual. Miran por encima del hombro y
desprecian todo lo que la realidad les grita como resultado de sus intenciones
manipuladoras. Una ciudadanía educada para no dejarse movilizar por emociones
que apuntan en una sola dirección y sirven solo para esclavizar no sería
subyugada y destruida, como lo hemos visto en nuestro país, durante tanto
tiempo. Es la prueba de que no fuimos formados como ciudadanos activos y
participativos. Solo bastó el desorden, la no legalidad y punición para que
fuéramos observadores perplejos de una descomposición social generalizada como
no habíamos vivido durante los cuarenta años de democracia. Corrupción hubo siempre
pero no a niveles tan generalizados que hacen imposible la convivencia. Es el
resultado de una sociedad más pendiente de los prestigios que de la
consciencia. Es el resultado de no haber sido educados para ser seres
inteligentemente emotivos.
La ética es un arte de vivir y un arte del diálogo, no hay
ética en solitario ni podemos acceder a lo verdaderamente humano sino a través
de otros seres humanos, como bien apuntan los dos Fernando, Mires y Savater.
Así que cuando podamos destituir a los psicópatas nos tocará la difícil tarea
de formar verdaderos ciudadanos si no queremos que la historia se repita. Seres
que con criterio propio no puedan ser manipulados en aras del beneficio de
intereses particulares. El bienestar no es gratuito requiere de un esfuerzo y
formación personal. La ética apunta a la formación de mejores individuos y la
política de mejores instituciones. Pero sin buenas instituciones no tenemos
mejores personas. No se puede tratar a los seres humanos como animales y
esperar comportamientos humanos elevados, lo hemos experimentado en este drama
cotidiano. Las dictaduras conforman sinvergüenzas como nos advirtió Fernando
Savater cuando estuvo en Caracas antes que nos alcanzara tan oscuro destino.
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