17 de enero de 2017

Las dictaduras conforman sinvergüenzas




Una búsqueda constante del ser humano ha sido lograr una vida digna de ser vivida. Compleja tarea que no pareciera nunca verse terminada; compleja por las diferentes e individuales visiones que se tienen de cómo se quiere vivir. No hay fórmulas, lo que a unos les parece su manera de acomodarse otros la observan como un horror, no se quisiera nunca estar en esas circunstancias. Es cierto cada quien debe tener la libertad de vivir a su manera, de pensar como le plazca, de resistirse a ser encerrado en esquemas dictados por otros, de ser determinado por tradiciones y costumbres que no acomodan ya a nuevas inquietudes. Si no fuera por la necesidad humana de tener que compartir alegrías y dolores con otros, la labor de ser los propios protagonistas y artesanos de nuestra existencia no sería en absoluto difícil. La dificultad estriba, fundamentalmente, en que hay que construir una vida compartida y no permitir que otros se den el lujo de hacernos la existencia a su manera. Sobre todo otros que no son seres queridos, que no pertenecen a nuestro entorno cercano, aquellos que imponen desde una ideología el cómo se debe vivir, que pretenden uniformar a todo un conglomerado. Este afán de imponer y de arrebatar lo que no les pertenece ha sido la gran pesadilla de la humanidad. Se mata por dominar y se muere por la libertad.

Vivimos en un mundo donde se han establecido las reglas del juego, se proclamaron y acordaron los Derechos Humanos que defiende, sin excepción, a cada ser que habite este planeta. Nada puede justificar su trasgresión sin ser objeto de puniciones que no prescriben. Se instituyeron las deontologías, los códigos éticos que guían las buenas conductas dentro de grupos determinados. Todos los países se rigen por leyes y constituciones que intentan establecer con claridad las reglas del juego de los ciudadanos que habitan en los espacios bajo su jurisdicción. Cada vez más se multiplican las leyes, se trata de abarcar toda posibilidad de reglamentar y penalizar los delitos. Las ciencias jurídicas y la evolución de los códigos para reglamentar nuestra conducta en sociedad es una de las disciplinas que más avanzó en la comprensión de la dignidad humana. Los esfuerzos por garantizar una vida humana han sido enormes y sin embargo vivimos en un mundo que cada vez se deshumaniza más.  Cabe entonces preguntar ¿Qué está pasando?

Es en este terreno donde entra a jugar lo que entendemos por ética e interrogar como lo hizo Adela Cortina ¿Para qué sirve la ética? “Para recordar que es más prudente cooperar que buscar el máximo beneficio individual, caiga quien caiga, buscar aliados más que enemigos. Y que esto vale para las personas, para las organizaciones, para los pueblos y los países. Que el apoyo mutuo es más inteligente que intentar desalojar a los presuntos competidores en la lucha por la vida. Generar enemigos es suicida” Así que entender que estamos con otros y aprender como conducirnos en relación a ellos, es una actitud que trasciende toda reglamentación, que se aprende o debe aprenderse desde pequeños, que es la tarea que desempeña la educación que abarca o debe abarcar las emociones, porque fundamentalmente el comportamiento ético es una manera de sentir y de razonar.

La culpa, la indignación, la piedad y la vergüenza son afectos éticos y el entender que es más beneficioso actuar bien es razonar de acuerdo al requerimiento fundamental de la vida humana. Aquellos que no son capaces de sentir dichas emociones pero que saben que otros las sienten, entran en la categoría de lo patológico y se conocen como psicópatas o los canallas tal como los denominó Lacan. Son seres muy peligrosos. Todos en algún momento nos vemos en una encrucijada que nos exige el bien por encima de lo que conviene y todos hemos trasgredido de alguna forma u otra nuestros principios. En esta frágil y muy peligrosa barrera debemos ser muy cuidadosos porque habrá un acto que nos haga añicos como seres dignos y no habrá vuelta atrás, ya no seremos los mismos. La traición peor es con uno mismo. No podemos traicionarnos ni dejar de ser lo que somos sin pagar por ello un costo altísimo.

Estos seres que actúan con el desparpajo que vemos, que imponen una utopía que solo sus mentes distorsionadas no ven fracasada de antemano. Que se dicen “revolucionarios” son personas que no solo están fuera de la ley sino también fuera de cualquier ética; fuera de un orden humano al no reconocer y respetar al otro como igual. Miran por encima del hombro y desprecian todo lo que la realidad les grita como resultado de sus intenciones manipuladoras. Una ciudadanía educada para no dejarse movilizar por emociones que apuntan en una sola dirección y sirven solo para esclavizar no sería subyugada y destruida, como lo hemos visto en nuestro país, durante tanto tiempo. Es la prueba de que no fuimos formados como ciudadanos activos y participativos. Solo bastó el desorden, la no legalidad y punición para que fuéramos observadores perplejos de una descomposición social generalizada como no habíamos vivido durante los cuarenta años de democracia. Corrupción hubo siempre pero no a niveles tan generalizados que hacen imposible la convivencia. Es el resultado de una sociedad más pendiente de los prestigios que de la consciencia. Es el resultado de no haber sido educados para ser seres inteligentemente emotivos.

La ética es un arte de vivir y un arte del diálogo, no hay ética en solitario ni podemos acceder a lo verdaderamente humano sino a través de otros seres humanos, como bien apuntan los dos Fernando, Mires y Savater. Así que cuando podamos destituir a los psicópatas nos tocará la difícil tarea de formar verdaderos ciudadanos si no queremos que la historia se repita. Seres que con criterio propio no puedan ser manipulados en aras del beneficio de intereses particulares. El bienestar no es gratuito requiere de un esfuerzo y formación personal. La ética apunta a la formación de mejores individuos y la política de mejores instituciones. Pero sin buenas instituciones no tenemos mejores personas. No se puede tratar a los seres humanos como animales y esperar comportamientos humanos elevados, lo hemos experimentado en este drama cotidiano. Las dictaduras conforman sinvergüenzas como nos advirtió Fernando Savater cuando estuvo en Caracas antes que nos alcanzara tan oscuro destino.

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