Víctor Hugo |
Si pretenden hacernos vivir un infierno, no es comparable con
el que se propician ellos mismos. El tirano no tiene amigos, se rodea de
mercenarios que terminan traicionándolos, como toda lealtad comprada.
Cualquiera, incluso los de su entorno más cercano, es en potencia un traidor
porque a la hora de las chiquiticas, para salvar su propio pellejo, terminan
cantando los secretos más inverosímiles de sus propias fechorías y de las que
fueron cómplices. Como son comprables hay quienes pagan por obtener los macabros
relatos y no dudan en vender su alma condenada. Fenómeno que se repite en la
historia con más frecuencia de la que admitimos y siempre quedamos asqueados
con tanta basura revelada. Las cloacas terminan destapándose e inundando con su
fetidez por un rato nuestro ambiente. El tirano es perseguido día y noche por
fantasmas amenazantes. Es inevitable que terminen paranoicos.
Como nos lo recordaba Rodolfo Izaguirre “Se habla de la
soledad del poder. Todos los caudillos, altaneros y despóticos como Muamar Gadafi
o Sadam Hussein creen ser y pertenecer al pueblo, pero viven aterrados ante la
posibilidad de que ese mismo pueblo derribe algún día sus egos perversos y
desmesurados o festeje con cohetes y mucha algarabía la caída o la muerte del
tirano. Son seres aislados en medio del inmenso poder nazi, castrista, maoísta
o stalinista en el que creen estar protegidos” Sin remedio es su condena porque
tarde o temprano se termina celebrando su caída, y como sacaron lo peor de la
población cualquier acto vengativo es esperable y, por supuesto, no deseable.
Pero son expertos en acarrearse enemigos feroces. Ahora la pregunta es ¿por qué
escogen esta manera tan perversa de vivir? Hay una patología inmersa que no
solo pertenece al tirano sino también a sus seguidores, porque si no, es obvio,
el fenómeno no tendría lugar.
El ser humano es poseído por un deseo y en su propio drama
está condenado a encontrarlo, dinámica que Shakespeare en su genio puso de
manifiesto mucho antes de contar con las herramientas que nos legó el psicoanálisis.
Es la lectura que Lacan hace de Hamlet “no es simplemente una edición distinta
del eterno drama del héroe contra el padre, contra el tirano, contra el buen o
el mal padre. Las coordenadas de este conflicto son modificadas por Shakespeare
para poner de manifiesto el problema del deseo, que el hombre no solo esta
poseído por el deseo, sino que además, este deseo, tiene que encontrarlo” El
tirano es un ser poseído por el deseo de gozar y perseguido por sus fantasmas
paranoicos, donde termina desvaneciéndose, porque al no tener límites en la
consecución de sus oscuros objetos inexistentes, deja de ser un sujeto dueño de
sus enunciados. El fantasma habla por él.
No se excluyen de responsabilidades, son culpables absolutos por no
haberse dedicado a la principal tarea que tenemos en la vida, hacernos humanos.
La obligación ética de contemplar a los otros que también tienen el derecho a
disfrutar de sus vidas. No, el tirano todo lo quiere para él y pretende borrar
la dignidad y respeto de sus semejantes. No es extraño, entonces, que
terminemos apartándolos del camino.
Al mundo no le falta un ser superpoderoso porque simplemente
no existen, ni existirán. Desear a un
salvador es la trampa en la que cae el ser que se sabe incompleto, vulnerable y
que tiene miedo a buscar por sí mismo su
propio ser y creer que les serán satisfechos sus deseos de forma fácil. También
por la extraña oscuridad de sentirse deseado por un ser omnipotente,
todopoderoso. Acaso no vimos a hombres y
mujeres desgarrados ante la tumba del tirano. No vimos también a los que se
suicidaron junto con Hitler; muerto el tirano el mundo se les puede presentar
como muy hostil e insoportable de afrontar. Simbiosis en donde ambos
componentes son apéndices de un solo cuerpo. Ninguno tiene vida propia, son
absolutamente dependientes unos de otro. El tirano no vive sin su masa y la
masa estaría perdida sin su tirano. Un puro goce compartido donde podemos
observar la gama de las perversiones. La masa que desea ser deseada y el sujeto
perverso que se desea gozando. Dos características, en nuestros días, que hacen
propicio el surgimiento de estos neo-tiranos: la ignorancia y la soledad a la
que nos ha conminado la liquidez de las relaciones interpersonales tal y como
las describe Zygmunt Bauman. Esta forma de vivir que tenemos, cada quien en su
propia vida, sin interesarse mucho por nadie, provoca un grado de
irresponsabilidad por un destino colectivo y nos reduce a buscar equilibrios
solitarios entre seguridad y riesgo, como destaca Gustavo Dessal. Los lazos
sociales cambiaron.
Cuando ya el tirano está desnudo, perdió el apoyo
indispensable de sus seguidores desgarrados por la desesperanza, no tiene otra
salida que la huida hacia adelante. Enloquecido, con la pérdida absoluta de su
humanidad, solo intenta amedrentar. Si ya no le obedecen por amor ahora intenta
que le obedezcan por el miedo. Pero ya tampoco le tienen miedo. Es peligroso
porque no es dueño ni de sus actos ni de sus palabras. Intentará hacer hazañas
y todas se convertirán en morisquetas, intentará mostrar la falta de escrúpulos
que le caracteriza y solo aumentará la rabia, intentará hacer discursos
bravucones y solo será visto en toda su insensatez. Si tuviera un poco de
cordura se iría, pero no la tiene. Así que nos toca seguir empujando y observar
detenidamente para no olvidar. No estamos frente a seres humanos, estamos ante
fieras mortalmente heridas pero que ya no asustan, las tenemos acorraladas. Es
un real, es imprevisible, no podemos hacer cálculos previos de por dónde viene
el próximos zarpazo. Pero sabemos que va a fallar. Aumenta la violencia signo
de que están derrotados. Como señala Hannah Arendt poder y violencia son dos
términos que se oponen. Poder sin autoridad, poder deslegitimizado.
Desaparecida la fascinación, el tirano está solo.
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