Cuando decimos que estamos sobreviviendo a ¿qué
realmente nos referimos? La descripción sería más o menos ésta: perdimos
nuestras costumbres, perdimos nuestras diversiones, perdimos la seguridad que
nos arropaba, perdimos el contacto con nuestros seres queridos, perdimos… y sin
embargo seguimos de alguna forma funcionando. Funcionando quiere decir que
cubrimos lo esencial: nos bañamos cuando hay agua, comemos lo que encontramos y
no le hacemos mucho caso a los gustos y las ganas; nos reunimos muy de vez en
cuando con lo mínimo que podemos contribuir; transitamos cerca de casa y con
todos los sentidos muy bien puestos porque el peligro acecha y tenemos miedo.
Pareciera que lo único que ya importa es no perder la vida porque allí si es verdad
que todo termina; como dijo una necia “es para toda la vida”.
Fenomenológicamente eso es sobrevivir y no vivir; pero eso que estamos haciendo
no es inocuo y acarrea grandes costos de todo tipo a un ser que por sus méritos
propios y por el soporte que les brindó, en su oportunidad, su familia y
sociedad se convirtió en un ser humano.
No le queda otra opción que agarrarse de sus recursos internos o bien de
sus coartadas psicológicas a las que quedó atado en su “novela familiar”. No es
fácil de este modo la convivencia, porque las neurosis no hacen fácil el
encuentro sano entre los seres humanos. Porque carecemos de las gratificaciones
y el carácter se nos va agriando, porque nos enfermamos, porque dejamos de
razonar adecuadamente y por lo tanto de poder evaluar, con propiedad, la
realidad. Expulsamos al exterior todo aquello que no podemos reconocer como
nuestro, y abonamos el terreno de la agresión y la hostilidad.
De allí que estemos viendo, en su forma más
descarnada, a las personas asumiendo sus posiciones vitales de una manera
defendida y, quizás, un tanto rígidas. El que tiene tendencia por la tragedia,
ahora está más trágico; el que se inclina por la ironía y el humor, ahora está
más gracioso y ocurrente; el que naturalmente ha percibido al mundo como
hostil, ahora está más violento y agresivo; el que se siente culpable por esta
tragedia, ahora está pidiendo disculpas de una forma muy particular con el “yo
no sabía” ; el que no puede vivir sin el reconocimiento de las multitudes,
ahora anda haciendo piruetas para volver a encontrar los aplausos que se
extinguieron por muchos años. Estas expresiones que lamentablemente lucen
caricaturescas, entre otras cosas porque hemos perdido la inocencia, adornan
feamente nuestras vidas ya sin adornos. ¿Qué es lo que provoca realmente?,
salir corriendo y escapar por cualquier puerta que se nos abra de este
espectáculo bufo y a la vez macabro. Muchos, muchísimos ya lo hicieron y otros
estamos resistiendo, sobreviviendo lo que ya se nos tornó invivible.
¿Qué hacemos? Digamos podemos hacer un
esfuerzo por asumir una convicción realmente opositora que no dependa de
organizaciones ni de líderes políticos que marquen pauta. Pero ¿Cómo?
Encontremos un lugar propio como sujetos desde el cual actuar y que no sea
negociable ni doblegable. Tomemos nuestras propias decisiones y terminemos de
entender que no es por voluntad propia que las cosas se remedian; se cambia en
sociedad cuando la mayoría de sus integrantes sean personas que decidan ser
sujetos de su propia historia y se hagan responsables de sus actos. Seres
íntegros que no transigen son pocos y destacan en una población mayoritariamente
muy básica en sus intereses vitales. La invitación es a la reafirmación del yo
creador; Freud, que no vivió una vida fácil y que tampoco auguró para la
humanidad felicidad plena, invita a el humor como una de las maneras de
triunfar sobre el dolor y la destrucción personal “El humor no es resignado, es
opositor; no solo significa el triunfo del yo, sino también el del principio
del placer, capaz de afirmarse aquí a pesar de los desfavorable de las
circunstancias reales” Hay que tener humor y buen sentido del vivir bien para,
a pesar de esta calamidad sin límites, seguir produciendo culturalmente. Testimonios
de ese tesón no las dan esos seres, insignes venezolanos, merecedores de
premios internacionales que nos llenan de orgullo y fuerza. Esta es la verdadera forma de oponerse a la
barbarie.
Las sociedades y los seres humanos siempre
hemos atravesados por crisis, eso nos lo debe recordar la memoria histórica.
Supone la ruptura de un orden simbólico a través del cual ordenábamos nuestro
mundo particular; al producirse esta falla sentimos un vacío y lo llenamos con
síntomas, que son los que estamos observando con perplejidad; una comunidad
enferma en la cual se producen crímenes que revelan un sadismo sin límites.
Falló precisamente el ideal de sociedad que soñábamos y la pulsión desbordada
arrancó a actuar. Sin desconocer la descomposición colectiva que es una
realidad, la salida momentánea para más o menos vivir sin enloquecer es
particular, porque estando bien (o lo mejor posible) podremos contribuir, en
mejor forma, a la construcción y cambio que necesariamente debe producirse en
el país. Ocupar el lugar del deseo de cada quien y desde allí actuar en pos del
mejoramiento de este estado de cosas. No podemos evitar sufrir pero el actuar
creativo con el dolor es la invitación para oponernos a lo perverso; conseguir
nuestras propias respuestas porque ellas no provienen del exterior. De allí que
la historia también nos muestra lo que han logrado personas geniales en épocas
terribles por las que tuvieron que pasar. El horror no debe pasar
desapercibido, escondido; el deber es revelar esta verdad.
Svetlana Alexievich, premio nobel de
literatura 2015, vivió unas de las peores heridas que la humanidad se ha
infringido; gracias a ella y a otros
seres valientes testigos de ese horror hoy podemos conocer cómo es posible
vivir en una guerra. En una conferencia dictada en México en el 2003 nos regaló
esta advertencia “Sin el testimonio humano, sin los esfuerzos de cada uno de
nosotros para comprender algo en este mundo, sin los informes individuales de
cada uno de nosotros, nuestras dudas, testimonio de los acontecimientos, etc.,
el cuadro del mundo estaría incompleto. Así que cuando en un libro se integra
cien o doscientas voces emerge cierta imagen del acontecimiento en la que ya
confías. No tienes ya la sensación de que te están mintiendo, aunque más o
menos todos mentimos un poco”
Todo ser que actúa desde su deseo es un
artista y se aparta de la banalidad en la que vivimos. Solo desde ese lugar se
puede desplegar el propio discurso y se puede legar a la humanidad una verdad.
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