Tito Caula |
Me llené de fuerzas y salí a la calle. Ya no me era fácil.
Había pasado mucho tiempo disfrutando de la tranquilidad y soledad que permite
una casa acogedora, pero había decidido enfrentarme con unas calles que ya no
sabía mucho como sortear. En ese momento no sabía cuál era la fuerza que me empujaba
nuevamente a los peligros, pero sentía una necesidad imperiosa de abrir la
puerta y lanzarme, si la sensación en el primer instante, era como lanzarme a
un vacío. Lo primero que pude palpar,
con un grado de desconcierto, fue no encontrar el mismo bullicio, las mismas
voces en sus diferentes tonalidades. La musicalidad había cambiado de ritmo.
Esos sonidos agudos que emiten los niños no se oían como antes. Las personas hablaban como susurrando y
discretamente mirando a su alrededor. Pequeños sobresaltos de temor se
observaban cuando alguien desconocido se acercaba o cuando un ruido de moto
anunciaba su proximidad. Pensé, algo fundamental ha cambiado en mi ciudad. Lo
pensé haciendo un gran esfuerzo por volverme a conectar con mis acordes
familiares.
Con la imaginación volé a aquellos tiempos de mi infancia, me
vi nuevamente en la casa paterna donde nunca faltó la alegría para compartir
con la familia, un montón de hermanos y mis verdaderos enigmas, mis padres. Mis hermanos en realidad me eran desconocidos,
no sabía de sus intereses, gustos e inquietudes, asuntos que no compartíamos. Desconocía
a mis hermanos porque no me interesé por ellos, pero sin embargo había algo en
el ambiente que trasmitía tranquilidad. Quizás no sabía cómo eran ellos, qué
querían y como se disponían a vivir, pero si estaba completamente convencida de
lo que no harían, de lo que no eran capaces de actuar y eso era suficiente
razón para no temer, para estar y sentirme en un ambiente familiar y acogedor.
Recordé a mis padres, en los que si me fijé desde muy pequeña, en el misterio
de su amor y en esa complicidad cercana y entrañable que nunca han perdido.
Crecí con la equivocada noción de que la vida era esa tierna confianza. Me
conté muchas historias desde mi más temprana edad y todas giraban en esa
atmosfera de rancheras, tangos y boleros que inundaban mi casa y mi alma.
Cuentos de amor que escribía o simplemente mantenía en mi cabeza aun no dañada
por la realidad y dureza de la vida. Fueron muchos años de estar sumergida en
una magia perdida e imposible de recuperar.
Caminaba sin rumbo definido sumergida en aquellas
ensoñaciones, cuando un tropezón me hizo despertar. No podía estar en la calle distraída,
eso eran otros tiempos.
Si quieres andar por la vida solo pensando en pajaritos
preñados quédate en tu casa, pero si ahora quieres volver al mundo para saber cómo es la vida en estos
momentos, pon los pies bien asentados sobre estas calles, de lo contrario tus
días están contados. -Me dije en un esfuerzo de sensatez.
-Perdone señorita, pero es mejor que se fije por dónde camina.
- Disculpe venía distraída.
- Aprovecho este momento para ofrecerle a muy buen precio
unas prendas de oro que cargo aquí conmigo, eran de mi mamá que falleció y
estamos vendiéndolas. Ud. Sabe, la necesidad.
-No, no estoy interesada, y le ruego me deje proseguir mi
camino.
-Pero solo véalas sin compromiso.
Diciendo esto sacó las prendas del bolsillo envueltas en una
servilleta de papel y pude reconocer con horror que eran unas joyas de mi mamá
que le habían sido robadas recientemente. Me dieron ganas de llorar, de gritar,
de agarrarlo a golpes. Pero de repente recobré una sangre fría inesperada, una
de esas reacciones en las que uno no se reconoce porque solo surgen en momentos
límites y estos en realidad son pocos en la vida. O eran pocos, porque ahora
como que son cotidianos. No estoy segura de los pensamientos que determinaron
mi osadía, pero si puedo reconocer la indignación que me absorbió mas allá de
todo sentido común. Pensar que las joyas de mi mamá cargadas además con ese
valor del recuerdo estaban en manos de ese…..paré y me dije en tono irónico, en
honor a la verdad ese tipo no está nada mal y comencé a observarlo de otra
manera.
En un minuto ya me había puesto varios disfraces, era
detective, seductora y una muy mala heroína. Recordé aquella sentencia de papá
“a ti te encanta un disfraz”. Creyendo que podía entrampar a un ladrón y
creyendo poderlo seducir en mi beneficio no me daba cuenta que era yo la
entrampada y la seducida. Aquel tropezón no había sido fortuito.
Reconocí los peligros de la calle, el hampa y el amor acechan
en cada esquina en este clima tropical y bullanguero por más que nos hubiéramos
empeñado en acabar con el entusiasmo de la vida. Pude reconocer cual era mi
temor al abrir la puerta de mi cerrada guarida, me había destacado siempre por
la debilidad de un buen encuentro. Pero en este caso me estaba extralimitando,
no era posible combinar al hampa con el amor en una misma persona, por lo menos
no sabiéndolo de entrada. Los coros gritaban la tragedia.
Un café y unas palabras de posible negociación fueron
suficientes para entregar mi número de teléfono e irme a casa vuelta un ovillo.
CONTINUARÁ............
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