Al llegar a casa me juré volver a recuperar mi equilibrio
vital y hacer como que los recientes acontecimientos no habían ocurrido, solo
había tenido un mal sueño. Pero sabía que aquella cara y porte no me lo iban a
ser fácil. Me preparé un buen baño en el yacusi con unas espumas relajantes, adquiridas
en mercado libre donde ahora hacía mis compras, y me sumergí en aquellas aguas
largas horas. En esos incontables años de entrenamiento personal por conservar
una precaria salud mental había podido desarrollar ciertas destrezas para no
pensar en nada. Unas velas, una música barroca, un incienso de naranja podían
ser mágicos en esos momentos. Como siempre mi truco funcionó y estuve largas
horas en mi nirvana.
Pero al salir de aquella paz sabía que algo había quedado
perturbado en mí porque comencé a observar mi celular más de lo acostumbrado.
Ese aparato se había desprendido, hacía tiempo, de mi interés personal, al fin
y al cabo se comportaba como muerto, no emitía sonidos de ninguna especie. La
mayoría del tiempo lo mantenía apagado y hasta pensé en regalarlo. Nada, hay
que admitir que hay fuerzas incontrolables. Salí del yacusi y lo primero que
hice fue prender aquel aparato aversivo porque siempre está recordando que uno
al fin y al cabo espera un contacto con alguien. Me dije, para no admitir una vez
más mis ilusiones novelescas, esas joyas debo recuperarlas, son de mi mamá y
algo debo retribuirle por su empeño inusitado para que no solo aprendiera a
hablar, sino para que ejerciera lo aprendido, ya que me daba por conservar un
mutismo, el cual debo admitir no era normal. Esa abnegada y amorosa mujer hizo
todo lo posible por hacer de mí una niña con cierta normalidad, lo cual solo
pudo lograr a medias. Diría de media para abajo.
Nunca perdí la tendencia al silencio lo que acostumbró a los
demás a hablarme sin parar y yo a escuchar. Me hablaban de sus vidas, sus
problemas, sus rutinas, en fin cuando alguien habla sin parar, habla y habla…..no
es necesario calificar. Me cansé porque casi todo dejó de interesarme y opté
por seguir en silencio pero no prestar ya mi oreja como receptáculo de……sigo
pensando que es mejor no calificar. Natural, si mi rol era escuchar y ya no lo
hacía, lo lógico, lo esperable es que los otros simplemente dejaran de hablar,
mejor dicho de hablarme. Así que los teléfonos en poco tiempo se tornaron
mudos. Ahora solo oía mis propias locuras y eso de vez en cuando porque logré
también callarme. Los objetivos habían sido logrados con este plan magistral.
Hasta que fui nuevamente despertada con un timbre que ya no reconocía, después
de un brinco colosal, entendí suena el celular y respondí.
-Aló -noté que mi voz sonó algo temblorosa.
-Soy yo.
- ¿Y quién es yo? -Sabiendo perfectamente quien era. Ya no
solo temblaba mi voz, temblaba toda yo.
- Me tendré que identificar como el de las joyas, por ahora. Tenemos
que reunirnos.
- ¿Dónde? -Notarán que no era muy parlanchina.
- Decide tú.
- No sugiere mejor tú. -Mintiendo nuevamente ya no conocía de
lugares actuales.
- ¿Te parece el Juan Sebastián Bar?
No lo podía creer, ese lugar fue prácticamente mi casa
durante un tiempo. Era el sitio ideal, se bebía, oía jazz y no era muy
necesario entablar largas y aburridas conversaciones. Un juego de miradas era
suficiente para tener como compañía el galán de la noche. Conocía a todo el
mundo y me era familiar, allí me sentía protegida.
-Perfecto, pero temprano, ya no salgo de noche. Tú mejor que
nadie debes saber las razones.
- De acuerdo, mañana a las 4 nos vemos y trancó. Pude oír su
discreta sonrisa.
Para qué contar, la taquicardia fue lo de menos. Me calmé
pensando que vería nuevamente a José Quintero con su guitarra y sus boleros,
aquellos que me cantaba apenas me veía y que eran mis predilectos. “Cóncavo y
Convexo” “Soy lo prohibido” “El Gorrión” entre un repertorio de canciones que
me partían el alma y que era lo que buscaba en ese mágico lugar. Amaba al viejo
y con toda mi ternura le colocaba sus goticas en el ojo cuando se me acercaba a
descansar. Habíamos establecido una complicidad y al igual que sucedía con mi
papá, con José sentía que nada malo me podría ocurrir. Lloré a borbotones, las
lágrimas surgían como fuentes, tenía tanto tiempo sin llorar que había perdido
el tino de la sobriedad, así que fue una explosión sin restricciones ni pudor.
Total nadie me veía.
Me tiré en la cama mirando el techo, inerte y al igual que Joaquín
Sabina, solo pensé que le hacía falta una mano de pintura. Debí dormir mucho
porque cuando desperté apenas tenía tiempo para arreglarme y salir al encuentro
con mi destino.
CONTINUA
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