Actualmente se valora de forma
privilegiada el ideal de conformarnos en individuos únicos, diferentes a los
demás; se vive haciendo un esfuerzo enorme por no ser confundidos con grupos
uniformados que actúan guiados por patrones impuestos. Queremos ser diferentes,
no parecernos a nadie, estar constantemente inventando fórmulas que sorprendan
e interroguen al resto de los mortales. Queremos vivir provocando de forma
continua exclamaciones de admiración ¡Como se le ocurrió! ¡Se necesita ser
valiente! ¡Eso es realmente reventar con todo y comenzar de nuevo! ¡Eso es lo
que se llama ser realmente libre! Ideal que se nos venden en el mercado de
valores humanos como la conquista privilegiada de una vida original y creativa,
individuos que muestran el carácter admirado por aquellos que se saben en una
constante lucha por “deslastrarse” de ataduras, compromisos y lealtades que se
sienten obligantes. No se admira el quedarse se admira el movimiento, el que se
va de sí mismo. Se dejó de valorar el compromiso, se admira la aventura y si es
de alto riesgo mejor. Es por ello que sin pensarlo dos veces elegimos al
diferente, al aventurero y extravagante como un ser superior capaz de regir el
destino de toda una colectividad.
Nos falta la tranquilidad que
requiere el sentarnos a interrogar estos lugares que se han convertido en “lugares
comunes”. Hoy más bien ser diferente es tener la valentía de asumir que ningún
valor altamente consumido, sin ser tramitado por las responsabilidades
individuales que todos tenemos y debemos atender, es un valor humano diferente
y preciado. Ser un individuo en una sociedad es en primer lugar aceptar las
responsabilidades que se tienen con el grupo humano al que se pertenece, saber
cómo se debe actuar y cómo no se puede interactuar. La libertad que se ha
querido conquistar a fuerza de un irrespeto y desprecio por el otro, en
realidad es simplemente un desparpajo, no es la libertad que se requiere para
poder conformar una vida a la manera de cada quien. No se conquistan libertades
causando destrozos alrededor y destruyendo la necesaria inserción que todo
individuo debe tener en su sociedad. Esta falta de inserción es precisamente el
sufrimiento de los excluidos, no por decisión sino por las injusticias que se
contemplan en toda sociedad. Actúa de forma estrambótica precisamente el
incluido que se da el lujo de tirar todo por la borda para sentirse que es un
“individuo único” el que no se doblega.
Esta actitud bravucona que llevada a
términos caricaturescos nos impacta como infantil, nos ha hecho perder como
sociedades seguridades que habíamos conquistado. El ser humano ahora vive como
paria, sin un hogar, sin vecinos confiables, sin amigos leales con los que se
pueda contar en un momento determinado, sin la protección del Estado y
realmente hemos dejado de ser verdaderos individuos, porque este término solo
se refiere al componente último de una sociedad. Así que buscando libertad, de
forma irresponsable logramos perder seguridad y patria. Es precisamente este
delicado equilibrio entre el deseo de libertad y la necesidad de seguridad el
continuo batallar del ser humano, quizás insoluble como lo plantea Zygmunt
Bauman, pero a ambas vertientes debemos atender, priorizar una sobre otra ha
conducido a enormes malestares. Si entregamos libertad por seguridad nos sentimos
aplastados y subyugados y si conquistamos libertades sobre las seguridades nos
invade el dolor de la soledad y el terror de la precariedad a la que conduce la
exclusión. Es precisamente el “drama” del que nos habló Ortega y Gasset.
Sin duda para haber llegado a una forma de convivencia que se
nos hace hostil, difícil para la tranquilidad, realización y confort de cada
quien, tendríamos que comenzar por entendernos, por entender en el plano
individual qué descuidamos en nosotros mismos, cómo nos dejamos arrastrar a una
oscuridad en donde se nos hace difícil vislumbrar los objetos, encontrar las
palabras, buscar los puntos de orientación y reconocer lo que nos está
permitido y lo que no nos esta. Qué es armonioso a nuestro alrededor y qué
dejamos al descuido y convertimos en ruinas. Qué dejamos de construir en
nuestro mundo íntimo por comodidad o cobardía y qué dejamos de respetar y
adornar en nuestro entorno. Seremos “individuos” valiosos si hacemos un
esfuerzo por formarnos, por manejar con propiedad el lenguaje y los símbolos
que nos formaron. Seremos “individuos únicos” si tratamos a los demás como los
seres indispensables que son y los cuidamos. Debemos darle sentido a nuestro
mundo porque en este infierno de formas retorcidas solo podemos obtener muerte.
Vivimos en un abismo colectivo que clama por construcción y belleza.
No solo de libertad vive el hombre y pareciera que lo que se
pide a gritos es cada vez una mayor “libertad” para poder ejercitarla sin
frenos y en una bajada empinada y peligrosa. Otros agobiados por botas
aplastantes también clamamos, justificadamente, por libertad, la cual debemos
conquistar para construir una sociedad armoniosa entre todos con mucha
responsabilidad y respeto por la vida de todos. Conquista indispensable si
queremos ser verdaderos “individuos” autónomos, felices y dignos.
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