Estas posturas asépticas nos van sumiendo cada vez más en un
sentimiento de soledad. No importa el dolor, no importa el desamparo y la rabia
que provoca la humillación a la que es sometido el ciudadano en su
cotidianidad. No importa la muerte de nuestros jóvenes, ni importa que muera un
hombre bueno en una cárcel del Estado. O sin ser tan duros sí importa pero –y
aquí viene la disociación- a la hora de opinar o de hacer política hay que
dominar esos estados emocionales para pensar con la “cabeza”. De esta forma nos
abandonan los representantes del Estado, a quienes cada vez les importamos menos (si es que
alguna vez les importamos), sino también nos abandonan nuestra
“elite-intelectual-racional”. Eso está sucediendo no solo en Venezuela, sucede
en la sociedad moderna que orgullosa de su racionalidad y sentido común, está
atravesando una etapa de mediocridad moral. Está prohibido apasionarse por los
principios y valores, está prohibido mostrar alguna emoción cuando éstos, los
principios, son gravemente traicionados o violados, porque salen las voces
superiores y racionales a insultar o catalogar de pobres sentimentaloides a los
demás. Nos obligan a desapasionarnos pero no surge una pasión nueva y se va
cayendo en una apatía y en unas fuertes ganas de abandonar todo interés por ese
apagado tono político. Como bien expresa Zygmunt Bauman “Los viejos dioses envejecieron
y murieron y no han nacido los nuevos” Se cavó una brecha entre la política y
el sentir moral del ciudadano y se deja en un vacío, por demás peligroso, al
sufriente porque nadie se hace cargo de emociones que se acrecientan y terminan
por explotar sin dirección ni concierto. Porque se ignoren los fenómenos éstos
no dejan de existir, y terminan por sorprender en su manifestación a los que se
convencieron de que es posible mantener una razón pura para interpretar los
fenómenos sociales; y también de que es posible desestimar los efectos de
alivio que causan acciones justas y apropiadas. Salen presurosos a
desprestigiar las acciones de los defensores de la justicia internacional, con
todo tipo de argumentos muy leídos y eruditos, y de esta forma vuelven a
aplanar las manifestaciones catárticas de los hombres de bien. Sinceramente lo que provocan es aumentar más
la indignación.
Como hay que tomar en cuenta el contrargumento y adelantarse
a aquellos que son propensos a los extremos, hay que aclarar que emociones
desbordadas que invaden todo nuestro
espacio psíquico son también muy dañinas. Se trata de poner en duda este falso
dilema o se es racional o se es emocional, somos una integridad somos razón y
somos emoción y por lo tanto priorizar una sobre otra nos hace menos humanos,
nos convierte en seres incapaces de alcanzar un verdadero encuentro con los
otros. El desencuentro sobre el que Bauman expresa lo siguiente “Este es el
ámbito del no compromiso, del vacío emocional, inhóspito tanto para la
compasión como para la hostilidad; un territorio inexplorado, desprovisto de
letreros; una reserva de vida silvestre dentro del mundo donde se desarrolla la
vida. Por esta razón debe ser ignorado. Sobre todo, debe enseñarse a ignorarlo
y debe desearse ignorarlo de manera inequívoca” Fenómenos a la vista tenemos y
solo hay que estar atentos, ejemplo de una “racionalidad” sin visos de emoción
no las dio de forma patética el que mal ocupa un lugar en la OEA y ejemplos de
una emocionalidad desbordada y peligrosa también no las ofrecen los fanáticos
de bando y bando en esta polarización hacia la que nos arrastraron, víctimas de
una seducción que apela a la emoción sin permitir el trámite de la razón. Estas
caretas que nos dividen como personas íntegras solo producen desencuentros
porque es imposible sintonizar con una máquina sin emoción y porque las
pasiones desbordadas no permiten el encuentro argumentativo necesario en el
intercambio de ideas. En esta dinámica tan aceptada y poco analizada se esconde
una de las perversiones de las actuales sociedades y en las que se hace tan
cotidiana la censura y la descalificación entre nosotros mismos y nos hace muy
vulnerable en nuestra soledad a los regímenes autoritarios.
Como acertadamente señala Víctor Krebs en su libro “La
Imaginación Pornográfica” la verdadera reflexión no es solo “un proceso
intelectual, no es la rapidez del intelecto con sus conexiones brillantes, sino
el ritmo lento y pausado pero profundo e íntimo del cuerpo con su sentir y su
emoción mediante el cual nuestras palabras adquieren su sentido real” Salgamos
entonces de las trampas en las que caemos con tanta facilidad y dejemos estas
posturas artificiales de ubicarnos en bandos tribales que no demuestran sino
una desconexión con la esencia misma de nuestra humanidad. O como diría Sandor
Márai “librarnos del vocabulario limitado de la razón”
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