17 de marzo de 2015

UN FALSO DILEMA


 Que difícil resulta vivir en una sociedad desintegrada como es la nuestra en estos momentos.  Golpes fuertes recibidos todos los días con las noticias de personas buenas que mueren por la acción directa de estos desalmados que mal gobiernan, y si no es por acciones directas, es por la desidia y mala administración de la que también son responsables estos pésimos y dañinos actores.  Golpes que nos dejan con un dolor inmenso y las energías muy bajas para tener que lidiar, para colmo, con delincuencia en las calles, colas y vejaciones en los centros de abastecimiento diario; hacer turismo de peregrinaje farmacéutico para ver si tenemos la suerte de conseguir una o dos cajitas de un medicamento del cual, en muchos casos, depende la vida. Controles cada vez más férreos, captahuellas, racionamiento y una inflación galopante que ya de por si nos limita nuestro poder de adquirir lo necesario. La rabia se deja oír cada vez con mayor estridencia, como el comentario oído ayer “solo tenemos una vida y la estamos malgastando de esta manera” duro pero lúcido en su rabia e impotencia. Momentos en que todos vivimos con la sensación de una catástrofe eminente, nuestro mundo se desintegra y no se están oyendo con verdadera claridad las voces éticas que deberían predominar; surgen más bien las voces “racionales” cargadas de una superioridad intelectual que también ofenden cuando se está verdaderamente indignado. La indignación es un sentimiento ético que por supuesto los canallas no tienen o el que prefirió colocarse una careta “racional” oculta. La falsa dicotomía a las que nos invitó el siglo XX “hay que pensar y ocultar el corazón”.

Estas posturas asépticas nos van sumiendo cada vez más en un sentimiento de soledad. No importa el dolor, no importa el desamparo y la rabia que provoca la humillación a la que es sometido el ciudadano en su cotidianidad. No importa la muerte de nuestros jóvenes, ni importa que muera un hombre bueno en una cárcel del Estado. O sin ser tan duros sí importa pero –y aquí viene la disociación- a la hora de opinar o de hacer política hay que dominar esos estados emocionales para pensar con la “cabeza”. De esta forma nos abandonan los representantes del Estado, a quienes  cada vez les importamos menos (si es que alguna vez les importamos), sino también nos abandonan nuestra “elite-intelectual-racional”. Eso está sucediendo no solo en Venezuela, sucede en la sociedad moderna que orgullosa de su racionalidad y sentido común, está atravesando una etapa de mediocridad moral. Está prohibido apasionarse por los principios y valores, está prohibido mostrar alguna emoción cuando éstos, los principios, son gravemente traicionados o violados, porque salen las voces superiores y racionales a insultar o catalogar de pobres sentimentaloides a los demás. Nos obligan a desapasionarnos pero no surge una pasión nueva y se va cayendo en una apatía y en unas fuertes ganas de abandonar todo interés por ese apagado tono político. Como bien expresa Zygmunt Bauman “Los viejos dioses envejecieron y murieron y no han nacido los nuevos” Se cavó una brecha entre la política y el sentir moral del ciudadano y se deja en un vacío, por demás peligroso, al sufriente porque nadie se hace cargo de emociones que se acrecientan y terminan por explotar sin dirección ni concierto. Porque se ignoren los fenómenos éstos no dejan de existir, y terminan por sorprender en su manifestación a los que se convencieron de que es posible mantener una razón pura para interpretar los fenómenos sociales; y también de que es posible desestimar los efectos de alivio que causan acciones justas y apropiadas. Salen presurosos a desprestigiar las acciones de los defensores de la justicia internacional, con todo tipo de argumentos muy leídos y eruditos, y de esta forma vuelven a aplanar las manifestaciones catárticas de los hombres de bien.  Sinceramente lo que provocan es aumentar más la indignación.

Como hay que tomar en cuenta el contrargumento y adelantarse a aquellos que son propensos a los extremos, hay que aclarar que emociones desbordadas  que invaden todo nuestro espacio psíquico son también muy dañinas. Se trata de poner en duda este falso dilema o se es racional o se es emocional, somos una integridad somos razón y somos emoción y por lo tanto priorizar una sobre otra nos hace menos humanos, nos convierte en seres incapaces de alcanzar un verdadero encuentro con los otros. El desencuentro sobre el que Bauman expresa lo siguiente “Este es el ámbito del no compromiso, del vacío emocional, inhóspito tanto para la compasión como para la hostilidad; un territorio inexplorado, desprovisto de letreros; una reserva de vida silvestre dentro del mundo donde se desarrolla la vida. Por esta razón debe ser ignorado. Sobre todo, debe enseñarse a ignorarlo y debe desearse ignorarlo de manera inequívoca” Fenómenos a la vista tenemos y solo hay que estar atentos, ejemplo de una “racionalidad” sin visos de emoción no las dio de forma patética el que mal ocupa un lugar en la OEA y ejemplos de una emocionalidad desbordada y peligrosa también no las ofrecen los fanáticos de bando y bando en esta polarización hacia la que nos arrastraron, víctimas de una seducción que apela a la emoción sin permitir el trámite de la razón. Estas caretas que nos dividen como personas íntegras solo producen desencuentros porque es imposible sintonizar con una máquina sin emoción y porque las pasiones desbordadas no permiten el encuentro argumentativo necesario en el intercambio de ideas. En esta dinámica tan aceptada y poco analizada se esconde una de las perversiones de las actuales sociedades y en las que se hace tan cotidiana la censura y la descalificación entre nosotros mismos y nos hace muy vulnerable en nuestra soledad a los regímenes autoritarios.

Como acertadamente señala Víctor Krebs en su libro “La Imaginación Pornográfica” la verdadera reflexión no es solo “un proceso intelectual, no es la rapidez del intelecto con sus conexiones brillantes, sino el ritmo lento y pausado pero profundo e íntimo del cuerpo con su sentir y su emoción mediante el cual nuestras palabras adquieren su sentido real” Salgamos entonces de las trampas en las que caemos con tanta facilidad y dejemos estas posturas artificiales de ubicarnos en bandos tribales que no demuestran sino una desconexión con la esencia misma de nuestra humanidad. O como diría Sandor Márai “librarnos del vocabulario limitado de la razón”

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