Una de las condiciones para imponer un régimen totalitario es
que su población siendo muy vulnerable –por la falta de formación, por la falta
de compromiso social y madurez- sea fácil presa de la seducción. El ser objetos
de encantos ofrecidos por sujetos inescrupulosos es psicológicamente un arma
muy poderosa, las ficciones de los seres humanos en sus posiciones sexuales las
podríamos reducir en términos generales a dos posiciones fundamentales,
fantaseamos ser seducidos o fantaseamos ser seductores. Estos fantasmas basales
se pueden llenar con toda una temática particular y a veces muy elaborada, pero
la posición subjetiva puede ser identificada con cierta facilidad. Freud
comenzó sus investigaciones y profundización de su desarrollo psicoanalítico
escrudiñando el fenómeno de los relatos de sus pacientes en las que confesaban
haber sido objetos de seducción en su infancia y hacían protagonistas de estos
actos a los personajes que cumplían labores de cuidados a los infantes. Muy
pronto se percató que estos hechos lejos de haber ocurrido en la realidad se
trataban de hechos fantaseados por los pequeños. Hannah Arendt en su
extraordinario libro “Los Orígenes del Totalitarismo” subraya que un mecanismo esencial para que se
instale un totalitarismo como forma de dominación es que la población confunda
ficción y realidad. La seducción es entonces una manera de manipulación a la
que todos somos muy vulnerables porque está en juego una necesidad primordial
del ser humano, el amor.
Las sociedades modernas fueron transformadas en una lenta
pero inequívoca tendencia de basar las relaciones interpersonales en normativas y reglas cada vez más estrictas,
olvidando los principios morales que deberían regir las conductas humanas y en
realidad dejar ni siquiera de pensar en ellas. Los legisladores y encargados de
implementar las normas se erigieron de esta forma en los nuevos dioses y
modelos a observar para la impronta distintiva de una sociedad; si observamos
con detenimiento veremos como una sociedad se va comportando de la misma forma
que sus gobernantes. Si se corre con la buena fortuna de tener en la cabeza del
Estado a personas probas y correctas, la sociedad muestra una cara decente pero
por el contrario si rufianes, bribones y matones llegan a lugares regidores de
una sociedad, brota en el seno de la comunidad, como hongos crecidos del
estiércol, todo tipo de antisociales. Orgullosos de la racionalidad y la lógica
científica alcanzada mandamos al cesto de la basura la emocionalidad y los
sentimientos empáticos y de respeto, de esta forma quedamos inermes y presas
fáciles de los encantadores de culebra capaces de ofrecernos un paraíso en un
mundo carente de una visión del otro. Los grupos sociales se hicieron muy
vulnerables a la seducción del ídolo de barro erigido en el poder.
En el juego erótico entre dos personas la seducción es la
principal y más entusiasta etapa en el deleite del encuentro privilegiado de
dos seres que se ofrecen para un goce mutuo, el goce sexual. En esta relación
ambos se entregan como objetos de manipulación y quedan a la disposición
irrestricta de los requerimientos amorosos, una relación que debe ser acordada
y controlada, si se es responsable, por sentimientos bondadosos y tiernos de no
infringir daño alguno a la persona que se nos ofrece de forma incondicional.
Sabemos que estamos describiendo una situación ideal y que rara vez la
fenomenología se acerca a dicho modelo, pero si no somos unos desalmados el
respeto por la persona más cercana generalmente prevalece porque los
sentimientos morales no son excluidos de esta dualidad delicada y esencial. Sin
embargo en este terreno que es paradigma de la vulnerabilidad humana por
excelencia, muy pronto surgen las diferencias individuales y las tendencias
personales muy particulares que requieren toda una labor artística de ambos
para irse acoplando en el convivir diario, si no está el amor por el otro como
ingrediente principal todo termina siendo ruina y maltrato. El amor no es
generalizado, no se ama a una multitud sin cara, no se ama al desconocido; se
ama a los seres con los que hemos tenido la fortuna de transitar en nuestra
historia, a los seres que por su presencia indispensable nos ayudaron a
conformarnos en lo que somos y en ellos nos reconocemos.
El fenómeno cada vez más visible en nuestro mundo de
multitudes enaltecidas, eufóricas y desbordadas por una pasión despertada y
alimentada por un líder es señal inequívoca de una psicopatía extendida que
está conduciendo a la civilización a su autodestrucción. Fenómeno que se
observa de forma cruel en regímenes totalitarios y que paradójicamente fue la
fascinación de los intelectuales que observaban con envidia el espectáculo de
entusiasmo popular e interpretaron este mecanismo como un ideal para salir del
aburrimiento en lo que se encontraban en sus sociedades seniles, como bien
señala Zygmunt Bauman. Es que si nos vamos al centro de los males que vivimos,
los intelectuales también sueñan con un público seducido que admiren sus obras,
no por el aporte a la civilización que deben arrojar, sino por unos egos
sobreabultados. Sea cual sea la trinchera desde la cual actuemos la máxima
aspiración del hombre postmoderno es querer ser un líder con una masa informe
de personas que obedezcan sus órdenes y se ofrezcan como objetos de sus deseos inenarrables.
No es muy difícil observar como el amor y compromiso entre los seres se ha ido
extinguiendo y como aparece en sustitución la admiración por seres lejanos a
nuestro entorno y que usan la seducción como arma traidora para la consecución
de sus intereses particulares, sin ningún miramiento ni amor, aunque los
discursos estén saturados de mentiras empalagosas. Telenovelas baratas que
erizan la piel de cualquier ojo agudo y avizor.
En general los líderes han perdido interés por las emociones
y sentimientos de los otros, lo que se desea es que los demás no interfieran en
los fines egoístas y solitarios que se traza cada quien para su propio éxito
personal, montados en la exposición pública y en los shows televisados y utilizando
como herramientas estratégicas esenciales la seducción y la represión.
Desmontar estas trampas es la tarea que nos toca y ciertamente no es poca cosa.
En nuestro pequeño radio de acción y nuestra vida cotidiana podemos comenzar
por ver más al que tenemos al lado y dejar de estar arrodillados y humillados
por los que demandan de nosotros el ser solo piezas de sus peligrosos
engranajes.
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