Catedral de Caracas |
Cuando los días parecieran planos, sin relieves ni textura
solo los diferenciamos entre ellos por la imaginación y los recuerdos. Se hacen
muy presentes los recuerdos y costumbres de la casa paterna en fechas como la
Semana Santa. Rituales que compartíamos en familia y que los niños
disfrutábamos mucho. Semana Santa es recordada por las Iglesias, los altares
que competían en hermosura y solemnidad y las orquídeas. Su olor era a flores y
su sonido un susurro de oraciones. Disfrutaba y podía hasta tener arrebatos
místicos dejándome llevar por esos sonidos que provenían principalmente de
mujeres cubiertas de velos y faldones negros. Sentía sus tristezas pues vivían
cada año la muerte de un hijo al identificarse con la madre de Cristo, siempre
en deuda con el Redentor. Siempre arrempetidas de algún pecado que me esforzaba
por imaginar sin mucho éxito en mi intromisión imaginaria.
Crecemos y vamos perdiendo la magia al quedar entrampados por
las realidades, por la necesaria búsqueda de la “verdad” la objetividad. Se nos
hace un logro del intelecto entonces comenzar a emitir esos sonidos estridentes
de volvernos discursivos, verborreicos y exhibidores de una sabiduría que no
tenemos. Pero sin parar, sin oír e incluso sin ver vamos con paso arrogante
arrojando “verdades” en lugar de flores. Ya el olor no es a pétalo, ya el
sonido es metálico. Las Iglesias perdieron ese halo solemne y misterioso que me
era tan atractivo. No volví a oler a incienso, no pude más escuchar un
concierto de órgano, ni oír una misa en latín. Cuatros desafinados, voces
desentonadas y canciones que bien se pueden escuchar en un botiquín comenzaron
a ser el programa ofertado en las Iglesia. Fui aguantando y dándome explicaciones
hasta que observé a un cura bailando y me dije con todas sus letras y ganas:
“Aquí no vuelvo más” y no volví. Ya no encontraba lo que buscaba.
Caramba es lamentable, crecemos y perdemos mucho de esa otra
posibilidad que nos ofrece la vida al ser que habla. Debemos guiarnos por la
sensatez y la razón porque si no se corre el peligro de estar interminablemente
metiendo el dedo en un enchufe. Pero no debemos dejar de recrearnos en
imaginaciones y recuerdos atravesados de invenciones. Ni yo fui totalmente esa
niña que recuerdo ni mis padres y hermanos son un dibujo calcado. Pero en
general me recreo en aquella casa alegre y bulliciosa. Antes corría sin
pensarlo a refugiarme entre sus paredes hoy me queda el sumergirme por ratos en
los recuerdos. El Virus mandó a parar pero la imaginación vuela. Mis días son
distintos y mi realidad cambia porque mis estados de ánimos y escenarios de
recreación varían. Se me ocurre que en ello consiste el antídoto al fanatismo. No
quedar ciegamente enganchados a obligaciones impuestas.
Nunca podremos fanatizarnos si poseemos la libertad de la
imaginación y nos otorgamos la licencia para saborear la vida sin las
coordenadas impuestas por cuerpos doctrinarios oficiales. Una mirada propia,
con el ímpetu decidido a la búsqueda y
el riesgo; recuerdos gratos sin pleitos con el pasado son parte de las claves
para una vida menos dolorosa. La plasticidad que otorga una libertad propia
mientras se espera y desea la de todos. Fanatizarnos es colocarnos la camisa de
fuerza de forma voluntaria. Preocupa la tendencia que se observa en nuestras
sociedades, como se va fanatizando grandes cantidades de personas, volveremos a
los movimientos de masa, al lumpen. A la ceguera colectiva. La cantidad de falsedades que circulan por las
redes y como se replican con esa facilidad es una buena medida de por dónde van
los deseos, odios y trampas que nos estamos imponiendo. La que más me llama la
atención es la necesidad de infundir terror. Me digo ¿Aun quieren más? Ya yo no
observo sino ojos aterrados tras esas mascarillas que van a terminar siendo el
condensador de mis odios. La detesto pero acato.
No se por cuánto tiempo se prolonguen estas medidas de
protección sanitaria. Viviré imaginando según vayan siendo las fiestas del
calendario y mis pequeñas celebraciones en la estricta intimidad con mis
personajes inolvidables.
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