Norman Rockwell |
Asumir un deseo requiere valentía y dejar los miedos de lado.
Son decisiones constantes que siempre ponen en riesgo a quienes las toman. El
deseo no es amigo de la comodidad implica un reacomodo constante de la
cotidianidad. El ser humano siempre insatisfecho porque lo que le falta nunca
alcanza su completud. Somos irremediablemente equívocos y en búsquedas de
tesoros perdidos. Acontecimientos en nuestras vidas marcan irreversiblemente
nuestro destino, más cuando las decisiones que nos afectan no dependen de
nosotros y de nuestra voluntad. Es por esta paradoja que pareciera vano todo
intento de vivir plenos y satisfacernos con nuestros pequeños o grandes logros,
cesamos el intento y nos quedamos en la trampa de la imposibilidad o de la insatisfacción,
resignados, vencidos. Eso sí haciendo peso por destruir y cuestionar cualquier
ventana que se abra. Señalamos sin parar los errores pero cuando se trata de
éxitos sentenciamos de inmediato “no es suficiente” y las argumentaciones y peros
son de una gran creatividad e interminables.
En un mundo de conexiones fáciles y en constante movimiento
nos esforzamos por hacer grupos cohesionados que nos refuercen en cualquier
postura que asumamos partiendo de un descreimiento generalizado. Mas cuando se
trata de una sociedad fuertemente golpeada como lo está la nuestra. ¿En qué
vamos a creer? Si lo esencial se encuentra desprestigiado por falta de
resultados. El deseo no obedece al principio de la realidad, lo que quiere lo
quiere más rápido que el logro que la realidad impone bajo un grado muy alto de
complejidad. Mientras más abusos más rechazo, mientras menos resultados más
grande es la insatisfacción con su ingrediente infaltable de la incredulidad.
Lo bueno que pasa, y pasa, queda diluido porque no colma en su totalidad la
satisfacción social. Una espiral indetenible porque mientras más presión
pongamos para salir de este atolladero más se acrecienta el abuso y la
represión.
En este ínterin y mientras reventamos de desesperación
aparece el mayor conector de grupos, el infaltable y siempre bienvenido
“chisme”. Pues si este conector tan importante se le ha restado importancia e
incluso catalogado de prácticas triviales, costumbre de mujeres ociosas en la peluquería.
Que los hay y suelen ser muy divertidos. No hay actividad más anti estresante y
anti depresiva que ir a una peluquería a enterarse quién es el peluquero de
Cilia y como logró pasar de ser roja a catira. Un buen peluquero puede ser muy
divertido contando la técnica de tal transformación. Momento distendido y de
divertimiento fácil, eso sí costoso porque ya ir a una peluquería es un lujo,
pero los psicotrópicos no están baratos tampoco. Cada ambiente tiene su nivel
en cuanto a chismes se refieren. Los psicoanalistas hacíamos grupos de amigos
para después de oír atentamente las teorías pesadas y a veces ininteligibles
salir por unos tragos y chismear sobre los otros que no eran amigos, igual los
filósofos. Chismes muy buenos porque eran mezclas de cultura con humor.
Somos seres humanos y estamos bajo un constante escrutinio, así
comienza la comunicación entre los seres parlanchines con el chisme, es la
forma más ingeniosa y divertida del uso del lenguaje y si viene presidida de un
misterio mejor. “Tengo una noticia bomba pero aun no la puedo revelar” listo para
que todas las antenas se dirijan en esa dirección, no importa si se trata de
una conversación entre ingenieros nucleares responsable de evitar la
destrucción planetaria. Robin Dunbar le dio su lugar que merecía al chisme en
la evolución de la especie humana. No era un humorista sino antropólogo,
psicólogo y biólogo evolucionista británico. Según Dunbar nuestros ancestros
primates establecían lazos mediante el aseo; el rascarse unos a otros la
espalda aseguraba una mutua autodefensa en caso de un ataque de depredadores. Pero
conforme los homínidos se volvieron más inteligentes y sociales, sus grupos
crecieron demasiado como para que solo el aseo los enlazara. Es allí donde el
chisme hace su entrada que permitió a los humanos compartir una identidad.
Así que dejemos esa moralina de censurar el chisme y creer
que es terreno de mujeres necias. Desde que el hombre habla, chismea. Epícteto,
filósofo griego, aconsejaba sabiamente "Si te vienen a decir que alguno ha
hablado mal de ti, no te empeñes en negar lo que ha dicho; responde solamente
que no sabe tus otros vicios, y que de conocerlos, hubiera hablado mucho
más". Así que sigamos chismeando, pero solo me digo a mí y no lo doy como
sabio consejo, Dios me libre, que es solo eso chisme para divertirme pero que
también tengo que estar pendiente de los hechos, de la realidad y de hacer lo
que me corresponde… lamentablemente.
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