En nuestro insólito universo se está haciendo cada vez más
común el uso de las muñecas sexuales. Ya constituyen en los Estados Unidos y en
Japón toda una industria con grandes poblaciones de clientes y consumidores. Se
abren burdeles cuya atracción son estas superrealistas diversiones. Muñecas que
se han ido perfeccionando y que son confeccionadas al gusto del consumidor. Su
piel, calor, olor y vaginas son construidas sin diferencias de las mujeres
reales. La población interesada ha venido cambiando, al principio eran hombres
mayores solos, viudos que no querían enredarse nuevamente con una mujer que les
llevara la contraria o que discutieran por todo. Pero ahora se están sumando
grupos de jóvenes que no quieren lidiar con los avatares y desencuentros del amor
humano. Esto ya tiene visos epidémicos creando en Japón un problema poblacional.
Una sociedad que no se reproduce y no le interesa esos líos de parejas.
Estas muñecas tienen que ser aseadas, vestidas y cambiadas de
posición. Nada de eso de usarlas y dejarlas botadas, requieren cuidado. En
muchos casos surge un amor apasionado y entonces se convierten en acompañantes
asiduas. Las llevan a restaurantes, al cine, a fiestas, la presentan a los
amigos y la sociedad las acepta como un miembro más. Son las parejas de los
amigos y hay que respetar. Ya se comienza a pedir la legalidad del matrimonio
puesto que surge el deseo de casarse. Algunos iniciales análisis psicológicos
revelan que son hombres normales que quieren actuar todas sus fantasías
sexuales y les irrita estar explicando y esperando un consentimiento. Hay otros
cuadros psicológicos que destacan a hombres retraídos, con dificultades en las
interrelaciones con mujeres, estas muñecas les sirven de paso previo para
adquirir confianza y atreverse a abordar a una mujer de verdad. En este perfil
se desarrolla la muy interesante película de Nancy Oliver, dirigida por Craig
Gillespie. Una producción estadounidense-canadiense de 2007.
Lars (Ryan Gosling) es un joven tierno y peculiar con grandes
dificultades para la interrelación social. Le gusta una joven que trabaja con él
pero entra en pánico cuando ella intenta un acercamiento. Un amigo le habla de
estas muñecas sexuales a lo que él en principio no presta atención. Vive en el
garaje de la casa de su hermano mayor Gus (Paul Schneider) y su mujer Karin (Emily
Mortimer) embarazada. Lars es impactado por su cuñada cuando se le acerca a
abrazarlo e invitarlo a comer en su casa. Karin es muy afectuosa y le gusta
tocar a la gente lo que a Lars le incomoda profundamente. Manifiesta que esos
abrazos duelen como quemadas. Es entonces cuando se decide comprar su muñeca,
Bianca. El día de la cena se presenta en casa del hermano con Bianca y la
presenta como la mujer de sus sueños. Se podrán imaginar el impacto que causa sobre
todo en Gus que lo cree totalmente loco. No es para menos ¿verdad?
Lo convencen de llevar a Bianca al psicólogo y Lars acepta.
Es cuando aparece la estupenda Dra. Dagmar (Patricia Clarkson) que considera de
entrada que hay que acompañarlo en su delirio. Lars y Bianca comienzan a ser
tratados con naturalidad y aceptación en su comunidad. Su hermano no muy
convencido de tamaña táctica acepta la situación por la insistencia de Karin,
quien comienza a observar a Lars más desenvuelto en los ambientes sociales y
sin saber a qué conduce esto reconoce que mal no le está haciendo.
Lars puede, junto con su psicóloga, volver a revivir su
infancia y adolescencia. Aprende la importancia de una caricia, de los celos e
incluso de la discusión. Hasta que un día decide que Bianca está enferma y poco
tiempo después muere. Saliendo del funeral
se encuentra con la chica que le gusta, Margo y la invita a pasear.
Bianca no solo sirve para transformar a Lars sino en realidad ejerce una
influencia en todo el pueblo. En este ejercicio de simulación terapéutica
comprenden al que es diferente y le dan acogida. Después de todo Lars es una
versión manifiesta de lo que todos son en la oscuridad; si bien no todos tienen
la osadía de buscar muñecas se refugian en sus propias fantasías infantiles;
Lars les sirve de espejo a una sociedad que no ve más allá de sus propios
intereses.
Es una película muy interesante desde muchísimos puntos de
vista, psicoanalíticos, filosóficos y sociológicos. Logra Lars matar la “cosa”
y acceder a su deseo con una mujer de verdad. Puede, ahora como sujeto, tocar a
una mujer y ser tocado por el otro asumiendo de esta manera la castración
simbólica. Por la tendencia que está tomando el mundo vemos a los seres humanos
refugiarse, cada vez con más ahínco, en la “cosa” para evitar precisamente
conocer que ni lo tienen ni lo son. Un hombre japonés enamorado de su muñeca expresó
a la prensa “estoy cansado de las humanas modernas y racionales. No tienen
corazón”. Allí lo podemos ver en toda su crudeza, nada de inconvenientes solo
obediencias al amo. Ahora si en busca de perfección ponen a estas muñecas a
hablar, razonar y decidir se va a venir toda esta industria a pique, no es
precisamente lo que se está buscando. Así que quedan advertidos y no estaría
mal que se asesoraran con un buen equipo de salud mental. El mundo se encamina
a la robótica sin miramientos y sin pausas.
A las mujeres que no se inclinan en demasía por los muñecos,
que también los hay, sepan que nos salieron nuevas rivales por haber tenido la
osadía de ser sujetos y no cosas. Es el costo que estamos pagando por haber
vencido la esclavitud. Los hombres las prefieren calladitas pero con “corazón”.
Pronto asistiremos a estos nuevos matrimonios, allí nos vemos.
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