Son momentos confusos y frágiles; acontecimientos
terroríficos llenan nuestro espacio cotidiano, casi en su totalidad.
Descripciones de los crímenes y crueldades, inimaginables un tiempo atrás en
nuestra sociedad, son vertidos por todos los medios masivos a una población que
ya no tiene capacidad para digerir y ni siquiera sentir tanto horror
concentrado. Necesariamente se va formando una costra en la piel que en cierta
forma protege, aísla, deshumaniza y paraliza la capacidad de reacción, de
pensamiento y de emociones desbordadas.
Bombardeados por una realidad ominosa
no tenemos tiempo de simbolizar, recobrar un sentido, que amortigüe un tanto la
angustia. No nos es permitido el sosiego del pensamiento y la reflexión.
Pareciera que el refugio, para no enloquecer, son las propias madrigueras,
escondernos y evitar los riesgos de caer en manos de tanto demonio suelto. De
esta forma el lazo social matizado por la sospecha de poder ser víctima es el
paradigma de nuestro tiempo, lo que inevitablemente trae como consecuencia la
no confiabilidad ni en el otro semejante, ni en el Otro organizador. La
desconfianza, el miedo, la sospecha se apoderó del temple ciudadano y fractura
día a día la fortaleza y convicción para revertir la situación.
Primer paso, conocido y repetido, para la ruptura social que
hace posible la dominación. Ahora comienza a verse con todo desparpajo la
intromisión en nuestro espacio íntimo, en nuestras costumbres, en los rituales
de los hogares. Se cuelan como intrusos en nuestras habitaciones, nuestras
despensas, nuestros closets para que incluso en nuestros refugios nos sintamos
amenazados. Se presentan como dioses que acorralan, persiguen, hostigan,
ejercen todo tipo de maldad, escondidos en discursos de amabilidad ¡No te
molestes, es por tu bien! Rompiendo aún más la perspectivas de una lógica fundamental. Atormentados y
acorralados no nos es ajena una cierta fascinación por la violencia. Una
violencia contra nosotros mismos y contra los demás. El enemigo identificado al
que hacemos culpable de nuestro malestar lo queremos exterminar, como sea, a
como dé lugar y rápido y si es de una forma cruel, pues mejor, que paguen con
todo el horror la destrucción que provocaron. Todo discurso que pospongan las
necesidades inmediatas en nombre de cambios graduales, lentos pero seguros, por
las vías de la legalidad que acordamos, es sentido como dilatorio y sospechoso
de traición. Examinemos entonces si la barbarie no nos pertenece también.
Acabamos de presenciar la muerte de un criminal y los
fenómenos que causó. Miles de personas se volcaron a la calle para una
despedida pomposa con manifestaciones de armas, disparos al aire desde una
cárcel donde el personaje asesinado vivió y mandó como un verdadero tirano,
todos sometidos al imperio de su ley. Incluso los carceleros y autoridades, que
supondríamos deberían estar al servicio del resguardo del orden y el bienestar
colectivo, fueron seducidos por un psicópata de baja calaña. Se demostró quien
es el que realmente manda, quien ejerce su “benevolencia” con dinero
proveniente del delito, quien es la
figura criminal del hombre fuerte que atrapa por la arbitrariedad de una
voluntad demoníaca. No es un fenómeno aislado se ha visto en distintos lugares
y épocas. La fascinación por las mafias.
La civilización alberga en sus entrañas la barbarie. Esta
fascinación por los hombres fuertes y decididos por lo criminal remueve en
nuestro interior deseos que albergamos en la oscuridad, de los que no nos
hacemos cargo, que hemos expulsado al exterior creyéndonos inmunes a cualquier
impulso de maldad. Albergamos nuestros propios monstruos con una gran
banalidad, nos hacemos portadores de una inflexible moral cuando se trata de lo
ajeno, de lo distinto y hasta gozamos con las vejaciones que infringimos con
nuestro desprecio a las costumbres y creencias de otras civilizaciones ¿Acaso
no es eso lo que estamos presenciando en el mundo entero? El matar no solo se
refiere a un asesino en esta era violenta; el matar recobra fines legales y se
ampara en innumerables justificaciones, mascaradas, semblantes de lo que
algunos definieron como “bueno” para otros. Se despliegan los discursos que
permiten la acción mortífera y desde el poder se hacen de impunidad. El
sicariato, la eliminación del posible traidor, el amparo a la familia
delincuencial y la repartición del botín entre los cercanos, entre los que
juran fidelidad, son los rasgos principales de una mafia bien organizada que se
disfrazó con los blasones de la autoridad en un Estado y todo ello fue permitido
por la población fascinada por la violencia.
Momento límite que no permite medias tintas; en el cual no
tiene cabida la duda. O se está en un lado o se está en la otra orilla. Se cede
ante el mal radicalizado por la devoción fanática a los ideales de una
ideología o se reconocen los principios éticos universales. No son tiempos
normales, no es normal nuestras vidas, no es normal entonces la despreocupación
y distracción con la que se podría vivir en tiempos mejor organizados. Vivir
horrorizados es lo que nos toca para no ceder a la seducción de la maldad que
se ejerce en nombre de la patria, de la raza, de las minorías, del socialismo,
de la religión y hasta de la democracia.
Dentro de cada uno albergan los demonios y en tiempos oscuros debemos estar muy
alertas de no darles libertad de acción. No podemos perder, bajo ninguna
circunstancia, nuestro ser.
El punto es hasta qué punto se puede vivir horrorizado sin sucumbir a la enfermedad y a la locura. Cuando nos ponemos a imaginar la destrucción de aquello que nos hace daño, somos totalmente humanos: tenemos que elegir entre nuestra sobrevivencia y la de nuestro verdugo, y la decisión es obvia y lógica.
ResponderEliminarCuando, por el contrario, preferimos vivir horrorizados, jncluso de nuestro odio por el verdugo, ¿no estamos actuando en contra de nosotros mismos, en aras de una "pureza" imposible?
De acuerdo Sabine, podemos imaginar pero creo que no es lícito pasar al acto a través de la violencia, debemos recurrir al arte de la política. Los momentos que vivimos límites no nos puede llevar a deshumanizarnos y ya lo estamos viendo. Saqueo de gandolas, empujones, gritos y hasta tiros en automercados y un largo etc. Claro que podemos sentir odio, y mantener la convicción que saldremos por la puerta grande. Al menos eso espero
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