Dima Dmitriev |
Cuando hablamos de tener un interlocutor estamos aludiendo, en primer lugar, a una buena escucha. Otra persona que no solo entienda lo que estamos diciendo, o tratando de expresar, (quizás de manera balbuciente por lo intricado del contenido a compartir), sino que también tenga el don de interpretarnos y pueda devolver con palabras o gestos una íntima conexión. Cuando tenemos la fortuna, porque no es para nada fácil, de contar con interlocutores, cualquier soledad queda diluida en por lo menos una esperanza. De ahí el gran alivio que produce no solo la persona que sabe escuchar sino cualquier obra humana: escrito, película, expresión artística, poema, en la que uno se identifica y pueda reconocer sentimientos y expresiones propias que aún no se tenían bien articulados. La sensación de no estar solos y perdidos en una oscuridad es inmediata. Estar en una multitud ruidosa, puede divertir por un rato y sobre todo a ciertas edades, pero en el encuentro con amigos podemos salir de esa rueda viciosa en que se convierten nuestros pensamientos en soledad.
Ahora bien, no siempre las relaciones de intercambio son iguales, ni para el interesado en hablar, ni aquel que se pone en el lugar de la escucha. Lo más común en las relaciones amistosas es que se produzca una identificación, generalmente sobresale uno en esta complicada relación que se sitúa en posición adelantada, sin que haya un árbitro que marque la falta. El otro de esta relación quiere parecerse a él, lo admira y por lo tanto lo imita. Fenómeno que se observa con mucha claridad en los grupos juveniles, hay uno de sus miembros que se destaca por su capacidad de liderazgo y los otros que siguen en masa y van adquiriendo los mismos rasgos, caminan, hablan y se comportan de manera muy similar. También se puede observar esta uniformidad en grupos de adultos como empresas, asociaciones científicas, partidos políticos y yéndonos a sus expresiones extremas grupos religiosos y comunas de todo tipo. El ser humano mientras más perdido esta de sí mismo busca pertenecer a grupos cerrados que le faciliten una identificación masiva. Se comparten ideas, maneras de ver la vida, sentimientos y con toda seguridad se disfruta y consume los mismos objetos. “Todos somos uno” es la consigna y es, por supuesto, el lugar imaginario que ofrece la ilusión de ser comprendido.
Puede haber otro tipo de interlocutor y de relación en una comunicación. Cuando se trata de un intercambio entre iguales en la que a ninguno le interesa ofrecerse como autoridad de ningún tipo, podría conseguirse una escucha desinteresada que tenga como única meta la comprensión del otro y sus dificultades. Este ser interesado en saber fue el que ocupó Sócrates, quien se situó como un sujeto que no sabe y que por lo tanto interrogó a los demás, quiso saber. Es una persona seductora porque se ofrece como el dispuesto a comprender, a escuchar y abre espacios de libertad al hablante, no le fastidia en las banalidades que se pierda, sabe que en su cháchara siempre dirá algo que es de crucial importancia para el otro y para él, puede acceder a la empatía con el sufrimiento y a las ataduras que traban el acceso al deseo. Escuchar de esta manera es reconocer y respetar la libertad del hablante y no estar interesado en formar grupos de seres idénticos.
Esta es condición indispensable de un buen candidato político. La puerta de entrada del respeto a las libertades. Tengamos en cuenta a la hora de elegir, que sea un buen interlocutor, que haya oído al país y se disponga a continuar el diálogo.
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