30 de abril de 2019

Lo irreductible a la estadística

Chagall


La vida es inseparable del sufrimiento pero la vida no es solo sufrimiento. Porque se puede alternar con momentos muy placenteros es que se nos hace soportable y hasta fuente de satisfacciones irrenunciables. Nos apegamos a la vida, no queremos morir y esa certeza de un fin inevitable nos llena de angustias y miedos. Nos agarramos de relatos que aminoren el dolor de un final eterno, fantasías que nos proporcionan cierta tranquilidad desde el imaginario. El amor en todas sus gamas, desde el sexual hasta el filial, son los principales anclajes de entusiasmo y deseos de continuar luchando en el día a día. Es de la interrelación con los otros y la capacidad del apego donde radica el encanto de una vida que merezca ser vivida. Sin otros y sin amor la vida pierde sentido y el sujeto pierde todo significado de su existencia. Ahora toda ésta dialéctica es un resultado y producto de decisiones intersubjetivas, de esos relatos que nos contamos en nuestra intimidad, del cuidado que nos brindamos a nosotros mismos, del resultado de cómo nos queremos y mimamos. Es producto de cómo nos hablamos.

“El sufrimiento es un hecho” afirma Lacan al referirse a ese resto que queda inabordable por la palabra y que está ahí acicateando constantemente. Ese resto que al no ser satisfecho busca satisfacerse por cualquier vía, intercambiando su objeto o haciendo un síntoma. El sujeto no es consciente de esta dinámica y esa es la causa de no tener un dominio ni conocimiento de cómo ponerle fin. El sujeto se siente débil y dominado por fuerzas que no se encuentran bajo su control. Este es el mecanismo que se establece y que va alejando a las personas de los otros por sus dificultades para interactuar en armonía. Domina la rabia, la imposición de ideas, el no atender a razones, en sentir al mundo hostil y sin sentido a la vida, el estar condenado al fracaso, en evaluar todo intento como inútil. Es una actitud que se instala y que lucha por no ser transformada, es Thanatos ganando la lucha al Eros y la muerte se comienza a sentir como alivio.

Se conoce la dialéctica y por ello es un mecanismo del que se sirve el tirano. Debilitado el sujeto  se entrega a la servidumbre, no hay voluntad, ni deseos de asegurarse un lugar propio. Nada pertenece a su infranqueable autonomía, con nada puede. Estos síntomas los estamos observando en nuestro entorno de manera alarmante con visos aun invencibles de rebeldía y apuestas del Eros. Nuestro peor enemigo está en nosotros mismos, ya no se trata de porcentajes de la población que se oponga al tirano que nos maltrata, se trata del porcentaje de la población que lucha a brazo partido por razonar y planificar de forma objetiva como superar de la mejor manera esta siniestra etapa de nuestra historia. Es esta la verdadera batalla y es por ello que no se puede flejar a pesar de la hostilidad y ataques feroces de quienes prefieren mantenerse en sus relatos imaginarios que no cristalizan. Es la sensatez apegada a los hechos lo que abrirán trochas en las dificultades. Los mecanismos colectivos no son muy distintos a los subjetivos puesto que aquellos son el resultado del sujeto y sus discursos.

Es por ello que no se puede permanecer callado ni tampoco asumir una postura complaciente y demagógica. No se trata de seducir al otro se trata de introducir nuevos significantes que den sentido al momento delicado que nos arropa. Tampoco es la repetición de una misma historia de la que ya sabemos su final. Decir lo que no gusta es el difícil papel de un líder, de un combatiente decidido aunque pareciera que cae en el vacío. La idea queda ahí rondando, aunque sea objeto de ataques inmediatos. Se dijo y una vez dicho circula, en algún momento se recordará y entenderá. Lo que no se dice, muere. Quedarse regodeados en el sufrimiento, negarse todo placer, dejar de vivir es como nos quieren y “si no váyanse” es el mandato del que se cree invencible, el que juega irresponsablemente a ser Dios pero un dios mortal, condición que no podemos perder de vista.

El que se refugia para salir del sufrimiento en las drogas y sustancias embriagadoras o en el refugio de las fantasías encontrará un alivio pasajero pero nada modificará en su vida y el sufrimiento retornará potenciado. El sujeto humano solo puede encontrar sus satisfacciones limitadas en el amor, el sexo, en el goce de la obra de arte, en la belleza que experimenta el artista en la creación o el investigador en el descubrimiento de la verdad a través del estudio. En el éxtasis por la naturaleza, en el misterio de la vida. La religión es también un refugio y fuente de esperanzas para el vulnerable ser humano. El mundo y su gama de posibilidades a las que tenemos que recurrir y cuidar. Nuestro sufrimiento es real, no lo inventamos, no lo tenemos como refugio, como defensa a lo imposible. Necesitamos de las mentes más claras y de las voluntades más decididas en la lucha contra el mal. Pero también necesitamos de los sujetos ganados por lo posible, del que no se rinde. Es una modalidad del decir el instalarse en el sufrimiento impotente pero también es una modalidad del decir el que apuesta por la posibilidad real.

El sufrimiento como lo recita Cesar Vallejo es sin pasado y sin futuro, No tiene pecho ni espalda, no reconoce historia ni vislumbra futuro. “...Yo creía hasta ahora que todas las cosas del universo eran inevitablemente padres e hijos. Pero he aquí que mi dolor de hoy no es padre ni es hijo. Le falta espalda para anochecer, tanto como le sobra pecho para amanecer, y si lo pusiera en la estancia oscura, no daría luz y si lo pusiesen en la estancia luminosa, no echaría sombra. Hoy sufro suceda lo que suceda. Hoy sufro solamente."

¿Con qué porcentaje de la población contamos para razonablemente y por vías factibles recobrar nuestra libertad? No lo sé, no se mide. Lo esencial no es reductible a estadísticas.



23 de abril de 2019

Viajar en tiempos de oscuridad

Paul Klee


Por fin consigo pasaje en Santa Bárbara, no es ni de lejos de mi confianza, pero en estas circunstancias no se trata de escoger sino de aceptar lo que te den. Salgo vía al aeropuerto con la intranquilidad que siempre se tiene antes de viajar y sobre todo cuando la salida es por Maiquetía. Piensas en la inseguridad de la vía, piensas en la inseguridad y hostilidad del aeropuerto, por más que pienses y adelantes acontecimientos estos siempre quedarán pálidos ante lo que realmente te va a suceder. Lo que les voy a contar es realidad aunque pareciera producto de una imaginación proclive al desastre y a la exageración. Es que nuestra realidad superó a la ficción hace mucho tiempo, por eso hay que contarla, para que no se pierda la noción de lo que es vivir en el desastre, para que nuevas generaciones la conozcan aunque no lo puedan creer.

Al llegar al aeropuerto todo fluyó con normalidad, entregué maletas y me dieron mi tarjeta de embarque. De repente el personal se retiró de los mostradores para nunca más regresar y al rato se escuchó una voz que anunció que el vuelo que me debía llevar a Tenerife estaba suspendido hasta nuevo aviso. Ninguna información adicional, ninguna persona que pudiera calmar la angustia y contestar las preguntas de los pasajeros. Nada, solo una voz por un altoparlante que anunciaba que regresáramos a las respectivas casas y nos comunicáramos al día siguiente con la aerolínea. La certeza que tenemos de que nadie es responsable, de que nadie está para dar la cara, de que a nadie le importa los apuros de los otros, en fin el abandono. Un remolino se formó, la gente indignada protestaba y se preguntaban entre sí qué hacer, todos desconcertados y tratando de resolver como iban a solucionar tremendo contratiempo. Unos decidieron quedarse a dormir en hoteles cercanos, otros más jóvenes con sus morrales a cuesta dijeron que dormirían en el piso del aeropuerto. Todos furiosos pero abandonados a su suerte. Yo regresé a mi casa en Caracas.

Pasé una noche muy intranquila y al día siguiente nadie atendía el teléfono de la aerolínea, resultado estaba sola y sin información. Al mediodía, ya a punto de sufrir un colapso nervioso me dirigí nuevamente al aeropuerto, únicamente para asegurar que el vuelo no despegara sin mí y después nadie respondiera por mi pasaje y mis maletas, de que son capaces, lo son. Es el mundo de la no responsabilidad. Al llegar me dirijo al mostrador de Santa Bárbara y me consigo algunas caras conocidas del día anterior y una empleada de la línea informando que aún no se sabía cuándo saldría el vuelo y ofreciendo esta vez hospedaje con varias alternativas. Escojo irme para el Meliá Caracas a donde ellos me trasladarían. Me monto en su camionetica cuando veo una avalancha de ecuatorianos, rascados y muy pero muy gritones y ordinarios que se dirigían a Madrid en mi mismo vuelo. No dejaron de gritar y escupir en el suelo hasta que llegamos al Hotel. Apenas se medio paró la camioneta brinqué de primera ya asfixiada con los alientos. Una habitación muy confortable que en realidad no disfruté.

Descansé un momento pero al ver que no podía conciliar el sueño bajé a dar un recorrido por el hotel. No me gustó, ese tipo de ambiente que sacrifica la elegancia por la ostentación. Demasiado despliegue de un lujo artificial que hacía contraste vergonzoso con el entorno. No sé cómo serán sus condiciones en este momento. Ya cercana la noche me acerqué a cenar, no había comido nada desde el desayuno y el hambre me lo recordó. Para los pasajeros de Santa Bárbara nos ofrecían un ligero  brunch de comida fría, un self service en una terracita acogedora. Al llegar me dijeron que me tenía que sentar en una mesa con los ecuatorianos que seguían gritando y bebiendo encaletado. Me negué y después de cierto forcejeo me permitieron sentarme sola en una pequeña mesa que escogí en el otro extremo. Algo comí, en realidad no era apetitosa la oferta y me quedé leyendo un rato. Entonces un tipo que estaba en la mesa de al lado comenzó a fastidiarme buscando conversación, no se veía tampoco apetitoso.

Más bien desagradable, no tenía buen aspecto. Lo saludé por cortesía y seguí leyendo hasta que se puso algo violento al ver que no le hacía caso. Me paré asustada y le dije al mesonero que me dirigía a mi habitación, que se fijara que el tipo no me siguiera y si no llamara a seguridad. No volteé para atrás pues he aprendido que no se puede mostrar miedo. Me encerré en el cuarto pendiente de cualquier ruido extraño. Resultado, otra noche de insomnio que remedié en la mañana con un buen baño. Después de comer algo de desayuno, esta vez con los ecuatorianos enratonados y silenciosos, me senté en el lobby con una hermana que fue a acompañarme y me tomé un whisky. Al medio día nos avisaron que abordáramos el autobús que nos llevaría a Maiquetía.  Allí nos advirtieron que el avión no aterrizaría en Tenerife, se dirigiría directo a Madrid. Ya no quise saber más nada, no hice preguntas recosté la cabeza y cerré los ojos. No podía a esas alturas sino entregarme a lo que viniera, estaba muy cansada.

Recordé a un tío que me aconsejaba que cuando tuviera demasiados inconvenientes en lograr algo, desistiera porque eran avisos. No podía desistir, la cita era con el nacimiento de mi primer nieto, Sebastián, que ayer cumplió once años. Vive en Suiza, habla francés y suspira por Caracas mientras yo suspiro por él. Allí estuve cuando el mundo escuchó su primer berrinche y recordé tanto a mis padres que llegaban de primeros, cómodamente en su carro, cuando nacieron mis hijos. Cómo nos cambió la vida!!!



16 de abril de 2019

Un boquete en el resguardo

René Magritte


Los filósofos en general afirman que Venezuela nunca ingresó en la Modernidad y por lo tanto tampoco accederá a esos dibujos sociales, aun incompletos, que se han denominado la postmodernidad, según afirma Alfredo Vallota. Sin embargo algo de ese giro intelectual que se dio en el siglo XVII nos guió en cómo entender al mundo y como entendernos a nosotros mismos de una forma un tanto confusa, mezclada y fuertemente cargada de mitos sentimentaloides, como en varias ocasiones se lamentaba Castro Leiva. La Modernidad privilegia el valor del individuo como responsable y libre para acordar con otros las normas que queremos nos rijan en sociedad. Pero también demarca de forma clara los ámbitos en la que inexorablemente transcurre la existencia de todo ser humano, lo público y lo privado. Dos escenarios en los cuales somos demandados de forma distinta, en el ámbito privado se resguarda la intimidad y en el público se debe resguardar lo externo, lo que nos es común con grupos de seres humanos, allí se debe proteger los bienes públicos lo que es una pertenencia común.

En lo público debemos llegar a acuerdos y pactar las formas; en lo privado se privilegia el amor, los sentimientos, los afectos fundamentales y las necesidades básicas de confort y placer. En lo público rige la razón, en lo privado el gusto. De esta forma vamos de error en error cuando entremezclamos y confundimos estos diferentes ámbitos lo cual ha sido con frecuencia una de nuestras grandes dificultades. Tratamos lo público como si estuviéramos discutiendo con la pareja en la cocina, y tratamos lo privado, lo íntimo con absoluto irrespeto por la privacidad del otro y de nosotros mismos. Ante determinaciones políticas brincamos con un “no me gusta” sin dar razones y nos enamoramos del líder ocasional por sentirlo como el “redentor”. Posturas serviles del ser indefenso y entregado al mito del héroe incrustado en el inconsciente colectivo. El Simon Bolívar santificado y redivivo, el que despierta sin pudor el que quiere arengar a las masas para la satisfacción de sus impulsos íntimos. Ese avaro de poder que quiere y necesita a las poblaciones postradas, tragadas e impedidas de su intimidad en ser. Del resguardo de lo más sagrado de su humanidad.

Si no prestamos atención a nuestro mundo privado, a esa voz íntima que nos conecta con lo necesario de la ilusión, de los proyectos de vida personales, somos presa fácil para dejarnos sobornar por las comodidades de aceptar lo que está hecho o mejor dicho, deshecho. Otra postura muy distinta es atender a la obligación histórica que toca encarar con firmeza para tener un mínimo de país vivible. Muy incómoda y trágica realidad que ha enrarecido la intimidad, que ha entristecido nuestros hogares. Pero al pronunciarnos en la vida pública debemos tragar grueso y saber que actuamos en el terreno de los acuerdos. No todo nos va a convencer y a “gustar” por supuesto, de eso se trata. Pero seguro que será mejor que el infierno en el que vivimos. No tenemos vida ni pública ni privada, la vida está reducida a las necesidades básicas y  un “sálvese quien pueda”.

Nuestra intimidad fue invadida por un Otro opaco que es la más atroz de las invasiones, la usurpación de la esencia del ser humano destruida. Contra ese terrible despojo es que tenemos que rebelarnos. El juego es macabro, un Estado oscuro que exige a los sujetos transparencia; cada vez sabemos menos del poder y el poder sabe cada vez más de nosotros. Queremos que todos nuestros movimientos se hagan públicos, mientras el otro se mueve en la oscuridad para acertar en sus zarpazos. Hay una amenaza al secreto de la estrategia por una sospecha siempre viva de traiciones. La emocionalidad, el sentimentalismo, las pasiones enrareciendo la racionalidad. Lacan acuñó una expresión para denominar este síntoma que se hace evidente en nuestro mundo actual, “La extimidad” aquello que está más cerca del interior pero sin dejar de encontrarse en el exterior. Nuestros miedos más ancestrales, avivados por un Estado vigilante y represor, rigiendo nuestra vida pública de acuerdos para rescatar al país.

La sociedad de control de la que habla Deleuze, todos culpables de algún delito en potencia. Aquí nadie se ha salvado, aquel que defiende una solución que a mi “no me gusta” es en seguida culpado de estar vendido a algún grupo con fines oscuros. Algunos si son culpables de lucrarse en  este desorden social y otros son señalados injustamente. Algunos se enriquecen con el dolor ajeno y otros cargan con su dolor que nos es ajeno. Una mirada acusadora que permeó y envileció la vida al haber penetrado en la intimidad. Se abrió un boquete en el resguardo por donde se cuela la intimidad para ser exhibida de forma obscena.

9 de abril de 2019

Sin ley y sin Dios

Fan Ho


Cuando Fernando Mires afirma que este es un país sin ley y sin Dios se está refiriendo a un núcleo central de nuestra terrible problemática. Lo más obvio es entender que se trata de un país en el que se vulneran descaradamente los DDHH, un país en el cual no se respeta la vida de los ciudadanos. Donde nuestros derechos elementales son diariamente vulnerados y se nos miente con descaro y cinismo. Pero también se está refiriendo a algo más profundo no tan fácil de percibir e interpretar. Al perder el ancla que procura la ley la sociedad queda disuelta. No hay códigos comunes, se interrumpe la comunicación, se rompe el vínculo que posibilita la interpretación del mensaje y quedamos a la deriva hablando de forma inconexa sin posibilidades de entendernos.

No hay canales que nos haga posible una conexión entre nosotros, el mismo efecto que se produce cuando cada quien inventa su propio lenguaje. ¿De qué habla? uno se pregunta. Es que no entiendo una sola palabra. ¿Es en serio que en este momento me llamen a tener fe y esperanza? Bueno, si esas palabras están rodeadas de un contexto eclesiástico, el receptor del mensaje entiende que en Dios confiamos para que nos libre de este atolladero. Pero si suponemos que estamos en un contexto donde religión y política se deben desligar y ese mensaje lo emite un dirigente político en momentos tan angustiantes, lo primero que produce es desconcierto, ¿De qué está hablando? Y como estamos sujetos a la interpretación comienza el dibujo libre y las discusiones estériles sobre quien tiene la verdad de la verdad. Digamos la Torre de Babel. Es que en realidad pareciera que no se está diciendo nada, nada que pueda ser interpretado. Dios se nos perdió en palabras vacías, en desconcierto generalizado. En pérdida de rumbo y desorganización psíquica. Cada quien en su delirio.

Si bien las sociedades postmodernas han puesto en cuestión toda jerarquía y progresivamente se han venido disolviendo los roles tradicionales de las autoridades, no se han visto, todavía, cuáles serán las nuevas anclas que organicen y apuntalen la ley. El resultado es un derrumbe de las creencias fundamentales en cuanto al rumbo de las sociedades y un deseo que no posee significación colectiva.  ¿Qué queremos? Tampoco se sabe y se comienza a echarle mano a las ideologías más perversa, el nazismo, El comunismo, el militarismo, el populismo. A falta de un símbolo paterno que introduzca al sujeto en la ley se recurre al padre tirano que anule toda posibilidad de desear libremente, es decir, que impida la vida del sujeto del lenguaje. Europa amenazada por los neonazis y América por un populismo ramplón de muy poco vuelo. Autoridades perversas que disponen de la vida de los ciudadanos.

Sin ley y sin Dios, en otras palabras, está solo la locura. Lo que excluimos, diría Lacan “lo que forcluimos” nos regresa de afuera en forma de delirio. Vemos personajes que no existen, oímos voces que hacen ruido pero no entendemos el mensaje que pretenden comunicar; nos hacemos relatos que no corresponden con la realidad y en una suerte de desacato furioso nos creemos estar sentados en una parcela de verdad. Verdad que vociferamos y no se oye, no hay interés en escuchar sino en emitir ruidos sin cesar. A esa ancla fundamental en la psique humana Lacan la denomina “El Nombre del Padre” y afirma que sin este significante, ni la formación de los efectos de significado ni la economía del deseo, quedan plenamente regulados. Por no reconocer el símbolo de autoridad que representa la Democracia comenzamos un peregrinaje sin rumbo por los bosques del terror. No escuchamos, ni respetamos la autoridad que emana de las leyes y la justicia.

Las instituciones en Democracia son autoridades más allá de los hombres que en un momento dado las representen. A los hombres le podemos perdonar sus equívocos y sus debilidades pero es imperdonable la maldad y sobre todo cuando ésta se ejerce con placer. La carcajada diabólica que opaca las voces de la sensatez y la cordura. La vida psíquica no es solipsista necesita de un “tu” que le confiera referencia, es allí donde las sociedades se tornan esenciales. Sin sociedad el sujeto queda sin símbolos, sin códigos y con deseos primitivos que son los que animan a las turbas. Así que hacemos un acto de fe en la sociedad aunque se nos vuelva dudoso. Una apuesta por poder entender y compartir un mismo lenguaje. Hacemos apuestas por la comprensión entre los civilizados. No todos los humanos son civilizados ya lo sabemos porque nos salpicaron de sangre. Estamos gravemente heridos y hemos aprendido “los elementos que son radicalmente no significantes, que no se tratan con buenas palabras” indica Miller.

Lo simbólico es esencial a la civilización y es allí donde habita la autoridad que todos deberíamos tener si somos sujetos a un orden. Hay jerarquías en una sociedad que representan seres que deben estar a la altura del lugar. No se debería actuar de cualquier manera cuando se está ocupando una representación institucional democrática en momentos tan delicados. Eso no es ser demócrata, eso es irrespetar el lugar. Estando la Democracia abolida, cuando la lucha es por recuperarla, no se deben cometer infracciones tan pueriles. No es lo principal en una situación de supervivencia pero si es parte importante de nuestras dificultades. Es un irrespeto a la autoridad simbólica que debe acatar una sociedad  civilizada. Lo demás es salvajismo, juego, puerilidad.