16 de abril de 2019

Un boquete en el resguardo

René Magritte


Los filósofos en general afirman que Venezuela nunca ingresó en la Modernidad y por lo tanto tampoco accederá a esos dibujos sociales, aun incompletos, que se han denominado la postmodernidad, según afirma Alfredo Vallota. Sin embargo algo de ese giro intelectual que se dio en el siglo XVII nos guió en cómo entender al mundo y como entendernos a nosotros mismos de una forma un tanto confusa, mezclada y fuertemente cargada de mitos sentimentaloides, como en varias ocasiones se lamentaba Castro Leiva. La Modernidad privilegia el valor del individuo como responsable y libre para acordar con otros las normas que queremos nos rijan en sociedad. Pero también demarca de forma clara los ámbitos en la que inexorablemente transcurre la existencia de todo ser humano, lo público y lo privado. Dos escenarios en los cuales somos demandados de forma distinta, en el ámbito privado se resguarda la intimidad y en el público se debe resguardar lo externo, lo que nos es común con grupos de seres humanos, allí se debe proteger los bienes públicos lo que es una pertenencia común.

En lo público debemos llegar a acuerdos y pactar las formas; en lo privado se privilegia el amor, los sentimientos, los afectos fundamentales y las necesidades básicas de confort y placer. En lo público rige la razón, en lo privado el gusto. De esta forma vamos de error en error cuando entremezclamos y confundimos estos diferentes ámbitos lo cual ha sido con frecuencia una de nuestras grandes dificultades. Tratamos lo público como si estuviéramos discutiendo con la pareja en la cocina, y tratamos lo privado, lo íntimo con absoluto irrespeto por la privacidad del otro y de nosotros mismos. Ante determinaciones políticas brincamos con un “no me gusta” sin dar razones y nos enamoramos del líder ocasional por sentirlo como el “redentor”. Posturas serviles del ser indefenso y entregado al mito del héroe incrustado en el inconsciente colectivo. El Simon Bolívar santificado y redivivo, el que despierta sin pudor el que quiere arengar a las masas para la satisfacción de sus impulsos íntimos. Ese avaro de poder que quiere y necesita a las poblaciones postradas, tragadas e impedidas de su intimidad en ser. Del resguardo de lo más sagrado de su humanidad.

Si no prestamos atención a nuestro mundo privado, a esa voz íntima que nos conecta con lo necesario de la ilusión, de los proyectos de vida personales, somos presa fácil para dejarnos sobornar por las comodidades de aceptar lo que está hecho o mejor dicho, deshecho. Otra postura muy distinta es atender a la obligación histórica que toca encarar con firmeza para tener un mínimo de país vivible. Muy incómoda y trágica realidad que ha enrarecido la intimidad, que ha entristecido nuestros hogares. Pero al pronunciarnos en la vida pública debemos tragar grueso y saber que actuamos en el terreno de los acuerdos. No todo nos va a convencer y a “gustar” por supuesto, de eso se trata. Pero seguro que será mejor que el infierno en el que vivimos. No tenemos vida ni pública ni privada, la vida está reducida a las necesidades básicas y  un “sálvese quien pueda”.

Nuestra intimidad fue invadida por un Otro opaco que es la más atroz de las invasiones, la usurpación de la esencia del ser humano destruida. Contra ese terrible despojo es que tenemos que rebelarnos. El juego es macabro, un Estado oscuro que exige a los sujetos transparencia; cada vez sabemos menos del poder y el poder sabe cada vez más de nosotros. Queremos que todos nuestros movimientos se hagan públicos, mientras el otro se mueve en la oscuridad para acertar en sus zarpazos. Hay una amenaza al secreto de la estrategia por una sospecha siempre viva de traiciones. La emocionalidad, el sentimentalismo, las pasiones enrareciendo la racionalidad. Lacan acuñó una expresión para denominar este síntoma que se hace evidente en nuestro mundo actual, “La extimidad” aquello que está más cerca del interior pero sin dejar de encontrarse en el exterior. Nuestros miedos más ancestrales, avivados por un Estado vigilante y represor, rigiendo nuestra vida pública de acuerdos para rescatar al país.

La sociedad de control de la que habla Deleuze, todos culpables de algún delito en potencia. Aquí nadie se ha salvado, aquel que defiende una solución que a mi “no me gusta” es en seguida culpado de estar vendido a algún grupo con fines oscuros. Algunos si son culpables de lucrarse en  este desorden social y otros son señalados injustamente. Algunos se enriquecen con el dolor ajeno y otros cargan con su dolor que nos es ajeno. Una mirada acusadora que permeó y envileció la vida al haber penetrado en la intimidad. Se abrió un boquete en el resguardo por donde se cuela la intimidad para ser exhibida de forma obscena.

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