9 de abril de 2019

Sin ley y sin Dios

Fan Ho


Cuando Fernando Mires afirma que este es un país sin ley y sin Dios se está refiriendo a un núcleo central de nuestra terrible problemática. Lo más obvio es entender que se trata de un país en el que se vulneran descaradamente los DDHH, un país en el cual no se respeta la vida de los ciudadanos. Donde nuestros derechos elementales son diariamente vulnerados y se nos miente con descaro y cinismo. Pero también se está refiriendo a algo más profundo no tan fácil de percibir e interpretar. Al perder el ancla que procura la ley la sociedad queda disuelta. No hay códigos comunes, se interrumpe la comunicación, se rompe el vínculo que posibilita la interpretación del mensaje y quedamos a la deriva hablando de forma inconexa sin posibilidades de entendernos.

No hay canales que nos haga posible una conexión entre nosotros, el mismo efecto que se produce cuando cada quien inventa su propio lenguaje. ¿De qué habla? uno se pregunta. Es que no entiendo una sola palabra. ¿Es en serio que en este momento me llamen a tener fe y esperanza? Bueno, si esas palabras están rodeadas de un contexto eclesiástico, el receptor del mensaje entiende que en Dios confiamos para que nos libre de este atolladero. Pero si suponemos que estamos en un contexto donde religión y política se deben desligar y ese mensaje lo emite un dirigente político en momentos tan angustiantes, lo primero que produce es desconcierto, ¿De qué está hablando? Y como estamos sujetos a la interpretación comienza el dibujo libre y las discusiones estériles sobre quien tiene la verdad de la verdad. Digamos la Torre de Babel. Es que en realidad pareciera que no se está diciendo nada, nada que pueda ser interpretado. Dios se nos perdió en palabras vacías, en desconcierto generalizado. En pérdida de rumbo y desorganización psíquica. Cada quien en su delirio.

Si bien las sociedades postmodernas han puesto en cuestión toda jerarquía y progresivamente se han venido disolviendo los roles tradicionales de las autoridades, no se han visto, todavía, cuáles serán las nuevas anclas que organicen y apuntalen la ley. El resultado es un derrumbe de las creencias fundamentales en cuanto al rumbo de las sociedades y un deseo que no posee significación colectiva.  ¿Qué queremos? Tampoco se sabe y se comienza a echarle mano a las ideologías más perversa, el nazismo, El comunismo, el militarismo, el populismo. A falta de un símbolo paterno que introduzca al sujeto en la ley se recurre al padre tirano que anule toda posibilidad de desear libremente, es decir, que impida la vida del sujeto del lenguaje. Europa amenazada por los neonazis y América por un populismo ramplón de muy poco vuelo. Autoridades perversas que disponen de la vida de los ciudadanos.

Sin ley y sin Dios, en otras palabras, está solo la locura. Lo que excluimos, diría Lacan “lo que forcluimos” nos regresa de afuera en forma de delirio. Vemos personajes que no existen, oímos voces que hacen ruido pero no entendemos el mensaje que pretenden comunicar; nos hacemos relatos que no corresponden con la realidad y en una suerte de desacato furioso nos creemos estar sentados en una parcela de verdad. Verdad que vociferamos y no se oye, no hay interés en escuchar sino en emitir ruidos sin cesar. A esa ancla fundamental en la psique humana Lacan la denomina “El Nombre del Padre” y afirma que sin este significante, ni la formación de los efectos de significado ni la economía del deseo, quedan plenamente regulados. Por no reconocer el símbolo de autoridad que representa la Democracia comenzamos un peregrinaje sin rumbo por los bosques del terror. No escuchamos, ni respetamos la autoridad que emana de las leyes y la justicia.

Las instituciones en Democracia son autoridades más allá de los hombres que en un momento dado las representen. A los hombres le podemos perdonar sus equívocos y sus debilidades pero es imperdonable la maldad y sobre todo cuando ésta se ejerce con placer. La carcajada diabólica que opaca las voces de la sensatez y la cordura. La vida psíquica no es solipsista necesita de un “tu” que le confiera referencia, es allí donde las sociedades se tornan esenciales. Sin sociedad el sujeto queda sin símbolos, sin códigos y con deseos primitivos que son los que animan a las turbas. Así que hacemos un acto de fe en la sociedad aunque se nos vuelva dudoso. Una apuesta por poder entender y compartir un mismo lenguaje. Hacemos apuestas por la comprensión entre los civilizados. No todos los humanos son civilizados ya lo sabemos porque nos salpicaron de sangre. Estamos gravemente heridos y hemos aprendido “los elementos que son radicalmente no significantes, que no se tratan con buenas palabras” indica Miller.

Lo simbólico es esencial a la civilización y es allí donde habita la autoridad que todos deberíamos tener si somos sujetos a un orden. Hay jerarquías en una sociedad que representan seres que deben estar a la altura del lugar. No se debería actuar de cualquier manera cuando se está ocupando una representación institucional democrática en momentos tan delicados. Eso no es ser demócrata, eso es irrespetar el lugar. Estando la Democracia abolida, cuando la lucha es por recuperarla, no se deben cometer infracciones tan pueriles. No es lo principal en una situación de supervivencia pero si es parte importante de nuestras dificultades. Es un irrespeto a la autoridad simbólica que debe acatar una sociedad  civilizada. Lo demás es salvajismo, juego, puerilidad.

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