Si bien el mundo actual es descrito como un mundo descreído,
irreverente, escéptico, el nuestro en particular muestra esas características
hasta extremos paroxísticos. Pero no es una locura colectiva, no es un delirio
compartido, no es necesario diagnóstico psiquiátrico ni la distribución de
psicotrópicos su remedio. Sin negar que hayamos enloquecido un poco, que la
vida haya perdido sentido y propósito para muchos, que observamos lo que nos
pasa con estupor y desconcierto, hay que reconocer que este estado aturdido ha
sido el resultado de interminables años sumergidos en el lodazar de la mentira,
las trampas y la seducción psicopática. La más descarnada de las violencias, la
que provoca las pérdidas de identidades, de identificaciones, de arraigo, de
seguridad con uno mismo. Ese descanso que provoca, en momentos límites y de
soledad decirse “al menos cuento conmigo mismo”, comienza a resquebrajarse
porque ya uno mismo es objeto de duda.
Tenemos que detenernos en algún momento, porque se hace
imposible conservar el hilo histórico de este deterioro personal, sin hacer
memoria de quienes fuimos y en qué momento nos quebraron. Se hace imposible
tramitar los dolores, elaborar los duelos, curarse las heridas, corriendo y
corriendo sin parar. Vamos para adelante sin pensar, el tiempo no nos da
tiempo, es uno tras otro los retos que como carnadas venenosas nos arrojan a
nuestro pozo infectado de pirañas. Por supuesto cada quien se agarra a sus
mitos como balsas improvisadas, artesanales e inseguras para arrojarse a un mar
embravecido. “No hay que desechar ninguna oportunidad” “Claro si la ciudadanía
es bruta e indiferente” “los líderes son todos unos bandidos vendidos” “no es
por ahí, es por aquí” con la infaltable avalancha de insultos destructivos de
todo aquel que medio asome la cabeza para respirar.
Entre todas estas expresiones desencajadas que revelan
sufrimiento y tormento la más insoportable es la que trata de culpabilizar a los
demás ante las propias incertidumbres. Cuando digo a los demás me refiero al
vecino, al amigo, al conocido, al no tan conocido, al que vive en la misma
ciudad, a los que habitamos esta maltratada patria. No me refiero a esa palabra
“pueblo” tan desprovista de la cercanía de un igual, que esconde a los demás
que también sangran en el anonimato de una masa informe. Palabra de léxico
chavista que se empeñó en hacernos objetos y casi casi lo está logrando.
Quienes nos pusieron a pelear, quienes nos moldearon para despreciarnos,
quienes arrebataron de nuestra identidad la amabilidad que nos caracterizaba.
Quienes agriaron las formas de comunicarnos. Si, los juicios provenientes de
los propios fantasmas recaen sin piedad en el que a duras penas lucha por
sobrevivir, porque otra vida no tenemos.
Si bien como afirmaba Nietzsche el dolor y el tormento es
intrínseco a la vida humana e invitaba a revertir el sufrimiento en actos
creativos, rescatar una verdad de la tragedia, esa posibilidad en la Venezuela
actual está muy mermada. El acto creativo requiere un contacto íntimo que no es
compatible con las colas para comprar comida y mucho menos con la basura o la
amenaza de la enfermedad sin posibilidades de atención y medicinas. Se me
presenta la imagen de la vida bohemia en Paris, en Montmatre. Un grupo de
hombres provenientes de la ciudad de Bohemia de la República Checa llegaron a
Paris con un temperamento despreocupado buscando la alegría de vivir y
disfrutar de los placeres mundanos, sin bienes de fortuna y muchos pasando
verdadero trabajo se consagraron como pintores, escultores, poetas, escritores.
Tenían la belleza de una ciudad y la seguridad en una vida nocturna, cuando los
duendes salen a inspirar a los humanos con su magia.
La peor mentira es la que nos decimos a nosotros mismos y en
estas circunstancias, donde solo el horror nos rodea, es imposible vivir sin
algún grado de autoengaño. Lo difícil es engañar a los demás con las mentiras
que nos contamos, pero nos sirven a cada quien para aliviar un poco la
tragedia. “Ahora si estamos en la recta final” “El 8 es un número de suerte
para Venezuela” “Todos juntos podemos vencer las trampas” “Venezuela la alegría
ya viene” (como escribí ya hace algún tiempo) “Esos métodos pertenecen a la
antipolítica” “Solo la democracias tiene las herramientas para volver a la
democracia”. No soy política y no quiero ni pretendo serlo, esa tarea se las
dejo a los expertos a quienes leo con la avidez de saber, de entender. Pero de
algo si estoy segura, porque es una constante en cualquier cuerpo de
conocimiento, es que todo no está dicho, ni nunca lo estará. Es la acción
humana, su inventiva, su creación la que debe poner al pensamiento a trabajar y
revertir la reflexión en conceptos para poder entender que fue lo que pasó. Las
grandes lecciones de la historia.
Estamos en un momento que se requiere de grandes y agudos
estrategas, y al parecer de ello carecemos, nuestro más terrible
desabastecimiento. Esos anaqueles se vaciaron con la misma torpeza del
desacierto y la no rectificación. Hambrientos por falta de alimentos y
hambrientos de moral y legalidad por las imposturas de quienes se proclaman en
salvadores, dueños de la verdad sin oír lo que ya el mundo grita con más
contundencia que nosotros. La arrogancia del impostor que pretende ser visto
como desearía ser. Creo que unidos tenemos más fuerza, creo que esta es una
verdad y por lo demás deseable. ¿Pero como unir a tantos mitos contradictorios?
¿Se ha hecho análisis sobre qué nos desunió? Yo he visto más juicios que
análisis y expresiones de buenas voluntades sin acciones que las validen.
Se baila al son destemplado que toca el régimen, que da
golpes certeros y nos pone a correr según su agenda macabra del día. De las
elecciones, en estas circunstancias, no quiero ni que me las nombren y no se
habla de otras estrategias. Hay algo en esta lógica que no encaja, una premisa
faltante, un punto ciego. Sigamos creyendo mentiras, sigamos cayendo en trampas
con una parte importante de la población aún seducida con los cantos de sirenas
de los canallas.
Algún día, algún día despertaremos de un sueño dogmático. Seremos
críticos de nuestras propias verdades. Ese es mi mito.