No asombra que las personas, menos formadas desde el punto de
vista intelectual y menos integradas a la cultura, sean víctimas fáciles de
regímenes totalitarios. Es por ello que la frase “mientras más pobres más
leales a la revolución” no debe decirse, pero una vez pronunciada, por una
banal confesión poco estratégica, cause indignación pero no asombro. Lo que
interroga es como los llamados “intelectuales” adoptan conductas autoritarias
tan parecidas a los déspotas que adversamos. No es, ni ha sido un fenómeno
único en nuestra tierra, ejemplos hemos tenido a lo largo de la historia.
Intelectuales que han apoyado e incluso vanagloriado procesos totalitarios por
más espantosos y grotescos que estos hayan sido. Al ser un punto curioso y sin
duda enigmático bien vale la pena tratar de encontrar algunas luces en esta
oscuridad. Apartando el fenómeno de conveniencia de aquellos que se trazan por
intereses privados, un bienestar propio o posibilidad de amasar fortunas que de
otra forma no podrían; hay “intelectuales” que sin ponerse a la orden del
tirano ejercen una actitud déspota hacia los otros seres humanos, humillan e insultan
con un aire de superioridad. Adoptan las formas del autoritarismo que dicen
adversar. Esta es también señal de ser víctimas de sí mismos y del clima
dominante.
Si observamos con cierta acuciosidad la tendencia de las
personas en una sociedad sometida a un atropello generalizado es la de irse
aislando. El que escogió como modo de vida los libros y el deleite del
pensamiento tiene de por si una vocación de soledad pero necesita que sus ideas
horneadas en la propia habitación puedan ser compartidas con otros. También
necesita no desligarse de su realidad que es la fuente nutritiva de la
imaginación y la reflexión. El irse aislando de los interlocutores porque ya
ninguno está a la altura, porque todos se equivocan y porque se creen con
derecho a manifestar su desprecio, naturalmente se les va cerrando el círculo
de intercambio. De esta forma el cuadro empeora porque en su solipsismo queda
siendo más vulnerable a su tirano interior. Víctimas de su soberbia que es el
gran mal que aqueja al “intelectual”. Como bien señaló Albert Camus al recibir
el premio Nobel de literatura “Por eso los verdaderos artistas no desdeñan
nada; se obligan a comprender en vez de juzgar, y si han de tomar un partido en
este mundo, este solo puede ser el de una sociedad en la que según la gran
frase de Nietzsche, no ha de reinar el juez sino el creador, sea trabajador o
intelectual”.
El “intelectual” termina siendo seducido por el poder porque
abriga en su interior, y quizás con un gran desconocimiento de su parte, a un
“tirano dormido”. Al creer que todo lo puede entender juega con su posición de
superioridad y con la creencia que puede dominar al mundo; observa a sus
semejantes con desprecio e incluso se toma la libertad de insultar con el mayor
desparpajo y con la seguridad de que tiene sobradas razones para hacerlo. Cree
que seduce con su arrogancia para terminar siendo víctima de la peor
ignorancia, el desconocimiento de sí mismo. Nada más adecuado que una persona
que ha dedicado su vida a interrogar al mundo y al ser humano debatiéndose en
la existencia, comprenda que el mundo de las ideas es una tarea sin fin. Sin embargo observamos la repetición del
mismo mal porque nada hay más terco y persistente que el inconsciente.
Enrique Krauze hace una clara y adecuada advertencia en el
prólogo del libro de Mark Millas, Pensadores temerarios “El propio Sócrates
advirtió que una de las raíces de la tiranía es la soberbia a la que son
susceptibles algunos filósofos: son ellos quienes orientan las mentes de los
jóvenes y los conducen a un frenesí político que degrada la democracia. La
única alternativa frente a esa intoxicación política es la humildad, fruto del
autoconocimiento” Así que es una sorprendente realidad con las que nos hemos
tropezado una y otra vez. Al mismo tiempo no hay nada más peligroso para los
totalitarismos que el mundo cultural. Para Hannah Arendt aún más que la propia
oposición. Es más peligrosa porque al no entender el tirano de qué se trata le
resulta impredecible y por lo tanto inmanejable de allí que el “intelectual”
sea objeto de una exclusión de las filas del poder. “El totalitarismo en el
poder sustituye invariablemente a todos los talentos de primera fila, sea
cuales fueren sus simpatías, por aquellos fanáticos y chiflados cuya falta de
inteligencia y de creatividad sigue siendo la mejor garantía de la lealtad”. Es
por ello que debe cuidarse el intelectual de sí mismo, porque es pilar
fundamental en la conquista de la libertad. Cuidar y respetar el lenguaje y sus
interlocutores debe ser el norte nunca extraviado.
Actitudes nihilistas,
relativistas y cínicas contaminan el ambiente con una pesada carga derrotista
que hace tanto daño como las claras acciones aplastantes y bárbaras de los
regímenes autoritarios. Se pueden expresar las posiciones, mantener los
criterios y argumentar en un intento por influir a los otros a pensar. Pero no
se puede menospreciar, no hay lugar alguno que justifique una superioridad. Se
conquista el respeto no la adulancia. De allí la admiración que causa la
persona letrada que se responde con honestidad a las constantes preguntas que
le causa la vida. Para arrojar luz en la vida pública es indispensable haber
prendido la luz en la vida privada y es en este sector, donde al parecer, más
le falla la electricidad al “intelectual”.
Así que amigos de la cultura, apreciados intelectuales es
necesario prender las luces internas porque no son momentos de fiestas
atorrantes sino de combatir la oscuridad.