No ha habido momento de mayor incertidumbre en nuestra
existencia como la que estamos viviendo en este momento. Nunca habíamos estado
tan claramente conscientes de que enfrentamos para nuestro futuro alternativas
diametralmente opuestas, o vivimos en libertad y nos aseguramos una sociedad
regida por parámetros de respetos individuales o seremos sometidos por un
autoritarismo regidor y destructor de nuestro destino. Terrible disyuntiva que
necesariamente nos sumerge en una angustia elevada e irremediablemente sentimos
con una fuerza devastadora la ley imperiosa de la vida “la incertidumbre
constante”. Es cierto en la vida no se puede predecir el futuro, no podemos
planificar de manera rígida cada uno de los pasos que damos ni las decisiones
que tomamos. Nada ni nadie nos puede garantizar el obtener fines satisfactorios
en la tan buscada felicidad, estamos y somos irremediablemente sujetos del azar
y de la buena o mala fortuna. De alguna manera con este monto de ansiedad
perennemente vivimos pero es precisamente por esta sensación angustiosa, al no
tener nada asegurado, que nos vemos obligados a tomar decisiones para conseguir el lugar deseado y desde allí
actuar, y en el mejor de los casos, vivir con dignidad y placer. Así es la vida
no sabemos si lo que tanto anhelamos se concretará, no sabemos y no tenemos
para nada seguro que nos deparará un mañana.
Si bien es cierto que no hay autoridad que nos garantice lo
que sucederá o lo que no sucederá también es cierta nuestra tendencia humana de
ingeniárnosla inteligentemente para garantizarnos la máxima protección posible
y de esa forma controlar lo posible de controlar; intentos de minimizar los
ataques a la vida con los cuales estamos constantemente amenazados por la naturaleza
y por los otros hombres. Es una afrenta a la inteligencias vivir en una
sociedad donde todo pareciera quedar a la buena fortuna porque nada funciona
para asegurar a sus ciudadanos el poder desempeñarse normalmente con las reglas
del juego definidas y claras. Una sociedad desintegrada donde todo puede
suceder, así observamos actos delincuenciales perpetrados por los gobernantes y
sus manos armadas represoras, impunidad absoluta a los crímenes cada vez más
extraños y ominosos que quedan y pasan como si eso fuera “normal”, ataques a la
dignidad y propiedades de los hombres que con esfuerzo han construido sus mundos
y de paso actúan en formación ciudadana. Dueños arbitrarios de lo más sagrado
que posee el ser humano, es hamponil expresarse de esa forma “deja tus empresas
y márchate del país”. En este estado de cosas y necesariamente en soledad y con
una incertidumbre total vivimos en estos momentos los venezolanos, signos de
que hay que cambiar el rumbo y allí nos tropezamos con otra incertidumbre
¿cómo?, pero es una incertidumbre de otro tenor, una que nos debe conducir al
pensar inteligente y al planteamiento de estrategias. No podemos evitar las
emociones descontroladas porque descontrolados estamos, pero en una guerra no
declarada como la que vivimos, es necesario mentes muy calculadoras y
éticamente correctas si queremos vencer este maligno y muy peligroso enemigo.
Necesario es vencer y recuperar nuestros espacios perdidos.
Momentos angustiosos pero también de un despertar a una mayor
conciencia ciudadana. Debemos estar más claros en los momentos actuales de la
importancia de ser un “yo soy para” y salir del sueño de creer que podemos
simplemente hacernos una fortaleza y vivir como si fuera posible estar fuera de
las normas propias y las que debemos observar para con los demás. Construir una
sociedad en la que sea posible el vivir con dignidad requiere del esfuerzo y
compromiso de cada uno de sus miembros y una vez lograda siempre hay que estar
atentos de no comenzar nuevamente a engañarnos y creer que la tarea realizada
es para siempre. No dormirse y saber que en toda circunstancia se está bajo una
incertidumbre y la más importante de todas es la incertidumbre moral, siempre está
presente la amenaza de poder perderla. Veamos como lo expresa Zygmunt Bauman “El
despertar no está en el <yo soy yo> sino en el <yo soy para> Mas no
deja de ser un despertar. O, dicho con mayor énfasis, un desengaño. Podemos
mantenernos despiertos o no; podemos desengañarnos pero también seguir
engañados. Y tanto el despertar como el desengaño indican un pasadizo de dos
vías. Si podemos despertar o desengañarnos, también podemos quedarnos dormidos
y engañarnos. La incertidumbre mece la cuna de la moralidad; la fragilidad la
persigue durante toda su vida. La moral no es una necesidad; es una oportunidad
que puede aprovecharse, aunque bien puede y con igual facilidad perderse” Nos
quedamos dormidos y al despertar no nos gustó el mundo que nos esperaba. Muchos
son los mitos que nos rodean y mucho de la educación recibida se recrea en la
fantasía de predestinación y el de elevar a categorías no apropiadas a otros
seres humanos que viven igualmente sin destino predestinado y objeto de las
mismas incertidumbres. Vivir en estos sueños dogmáticos es un caldo de cultivo
para ser objetos manipulables por aquellos que eligieron mandar los principios
éticos al cesto de la basura.
No podemos a estas alturas seguir con las fantasías de ser un
pueblo con las características bondadosas que recordamos de un pasado y dejar
en el olvido todo lo malo, la historia que hemos tenido que vivir con tanto
dolor esta en carne viva y como lo expresa Hannah Arendt “ha usurpado la
dignidad de nuestra tradición” es nuestra realidad y nos debe conducir a vivir
con una mayor conciencia del horror, con una más acertada visión de nuestro
pasado y un empeño por lograr un futro mejor. A estas alturas todas esas
manifestaciones de soberbia parecen simples caricaturas de seres que no han
terminado de aterrizar en esta realidad tan incierta. No serán en vano nuestros
empeños por recuperar la moral colectiva pero la invitación es ver la cara del
horror de frente y no distraerse en la nostalgia de aquello que denominamos
“hombres fuertes” y sobre todo no perder la firme convicción de que podemos
conquistar un futuro mejor.