15 de febrero de 2015

La trampa



Vivimos en una especie de desintegración social, nada funciona como debería para garantizar a los ciudadanos los mínimos requerimientos de una vida segura, protegida y feliz. Todo lo contrario los individuos deambulamos como ciegos perdidos en una maraña retorcida de un paisaje en ruinas. Además y para ahondar en nuestras miserias lo que prevalece, cada vez más generalizada, es la desconfianza en el otro que va teniendo visos patológicos. Alguien se puede acercar para ofrecer una ayuda en un momento delicado y brincamos asustados porque lo que estamos esperando es todo lo contrario, que alguien se acerque para hacernos trampa. Ya hasta hemos perdido la noción de lo que es actuar de forma tramposa, lo contamos y nos reímos en un alarde, bien inculto por cierto, de lo vivo que somos y como logramos engañar al otro.  Todo este fenómeno de descomposición que estamos observando y que a veces nos preguntamos ¿Cómo llegamos a convertirnos en lo que somos? Es producto de haber valorado la trampa como forma de relacionarnos. Hacen trampa las instituciones, hacen trampa los representantes del gobierno, hacen trampa los jueces y abogados, hace trampa el ciudadano común hasta el punto que la trampa se ha convertido en el negocio más rentable en el país. No nos equivocaríamos si afirmamos que somos una sociedad de tramposos y por lo tanto una sociedad desintegrada.

Estamos equivocados y diría con Adela Colina nos estamos equivocando en el juego de la vida, quien ignora las reglas éticas de convivencia, quien no se siente emocionalmente comprometido con la bondad está haciendo pésimas jugadas y ya no digo para los demás, sino para sí mismo. Irremediablemente queda solo porque quien se acerca al que tiene como norma el actuar tramposo, una vez descubierto produce desconfianza y rechazo. Puede también que los tramposos se unan en pequeños grupos, submundos regidos por códigos, por cierto muy estrictos, en donde se paga con la vida la mínima traición, es así como se termina saldando el error de no haber entendido el compromiso y responsabilidad que comporta el hacernos humanos. Si queremos entonces jugar apropiadamente este interesante y difícil juego de la vida debemos estar regidos por la sensibilidad, emociones éticas y una atracción por la estética de la conducta. Ortega y Gasset señalaba a la bondad como la base de toda cultura, el piso por donde debemos transitar en la construcción de sociedades armoniosas que debería ser la utopía hacia la cual avanzar. “La cultura es un acto de bondad más que de genio, y solo hay riqueza en los países donde tres cuartas parte de los ciudadanos cumplan con sus obligaciones”. ¿Estaremos lejos de esta meta? Por los fenómenos observados y por lo que hemos llegado a destruir, si lo estamos.

Vivir significa necesariamente compartir tareas y diversiones y para ello es fundamental el respeto por la dignidad y los gustos del semejante.  Observemos lo que es nuestra cotidianidad, si vamos a la playa nunca falta la gran camionetota con sus grandes cornetotas y con una música ensordecedora con la que llegan unos cuantos busca pleitos  a hacerse dueños del lugar y a los que no es posible reclamar sin poner seriamente en riesgo la vida.  Optamos entonces por no compartir estos lugares y dejarlos en manos de la población más inculta. Podríamos alegar que este paisaje pintado es el menos significativo cuando presenciamos que aquí se firma después de muerto, se decreta y se rige un país en base a trampas. Cuando los tribunales de justicia ya se comportan descaradamente como tribunales de injusticia. Cuando se mata a personas o se encarcelan y torturan por ejercer su derecho ciudadano a la protesta. Y es válida la objeción, pero es necesario también ver cómo nos hemos ido replegando en nuestras casas y hemos sido forzados a dejar los lugares públicos en manos de los amorales. Perdimos la empatía como sociedad, los delincuentes no están regidos empáticamente, los une la conveniencia y los demás estamos resguardados para no perder la vida en el intento de recuperar la decencia. Cuando lo que rige es la desconfianza lo que queda son sociedades profundamente desmoralizadas y sin animo para salir adelante. Esto es parte de lo que nos está pasando.

En la vida nos hacemos muchas trampas, confundimos nuestros sentimientos, no aceptamos la pérdida de energía y el cambio de gusto que conlleva el paso del tiempo, perdemos nuestro valioso día en distracciones inútiles, no sabemos cómo queremos vivir y seguimos patrones preestablecidos, no utilizamos las herramientas adecuadas para obtener un beneficio propio o colectivo; nada que criticar por estas trampas humanas que requieren de reflexión para no seguir entrampados. Pero lo que no tiene justificación alguna es hacer trampas a otros o a nosotros mismos a sabiendas que engañamos y perjudicamos. No se justifica la falta de bondad en nuestros actos, no se justifica que no seamos bondadosos con nosotros mismos. Ahora también hay que recalcar que uno de las trampas que nos hacemos es no aceptar que los juegos que jugamos en nuestra vida es responsabilidad absoluta de cada jugador, eso de estar buscando figuras paternales que nos resuelvan nuestros entuertos es de personas poco formadas tanto intelectualmente como emocionalmente y cuando la mayoría de la población vive en esta marginalidad reflexiva nos embarcamos todos en la misma trampa. Si queremos vivir con dignidad debemos formar a nuestros ciudadanos para la dignidad.  Freud después de sufrir los embates de la segunda guerra mundial desarrolló su segunda tópica con su concepto de la pulsión de muerte, esa tendencia humana a la destrucción propia y a la destrucción de las sociedades y que más tarde Lacan caracterizó como el Goce. El goce comporta una  ignominia la cual puede perfectamente observarse en las sociedades y en sus manifestaciones criminales.

Estamos a un paso de ser decretados un país en urgencia humanitaria, no hay medicinas, no hay alimentos, se mueren los venezolanos a manos del hampa y todo esto es observado por las autoridades con la mayor indiferencia y hasta con una burlita criminal. Como lo expresó Zapata en la caricatura que acompaña este escrito  nos morimos por exceso de corrupción, por las trampas que nos hacen. Nos metimos en una tronco de trampa, ¿habremos aprendido?

1 comentario:

  1. El aprendizaje es un largo camino, cuando veo o leo las noticias del país me pregunto si todo este dolor significará una mayor reflexión, pero esta es ¿un hábito? muy escaso. Nos falta mucho para volver a ser ciudadanos, para volver a considerar la decencia como un valor y no como una debilidad. Me anima pensar que los países se recuperan y vuelven a llevar una vida ¿normal? Esta es nuentra hora nona, somos Sodoma y Gomorra, quiero pensar que encontraremos al menos "tres personas justas" .. Sé que hay más de tres y sé que se está peleando.

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