Una
película de Giuseppe Tornatore, magistralmente actuada por Geoffrey Rush, actor
que ya habíamos visto en otra actuación inolvidable “El discurso del rey”, nos
ofrece una impactante visión de lo que podríamos denominar la ilusión de
nuestro tiempo, el tener las herramientas para controlar nuestras vidas casi
hasta llegar a la perfección. Esta posibilidad que nos da el cine de poder
meditar sobre algunos mitos centrales que rigen nuestro caminar actual sin tener
conciencia de ellos, posee una fuerza enorme que pocas veces nos detenemos a
valorar. El cine como ninguna otra vía de intercambio cultural es invalorable,
al tener a la imagen como herramienta de expresión puede tocar, no solo al
intelecto, sino a la emoción y provocar en el espectador sonoras carcajadas o
llantos incontrolables. Ante una buena película quedamos sobrecogidos en la
oscuridad de una sala y casi como en un acto mágico podemos perder la distancia
entre nosotros y los personajes que representan una historia profundamente
humana y azarosa como es la vida.
Virgil
Oldman es un hombre que se dedica a la tasación de obras de arte y como
conductor de subastas mantiene una sutil complicidad con su socio, Donal
Sutherland, para estafar a los dueños de las obras y a los participantes de
esta vertiginosa sucesión de ofertas para la que hay que poseer una destreza
controladora casi perfecta. Al mismo tiempo vive una vida solitaria porque en
palabras de él “el aprecio que le tengo a las mujeres es igual al miedo que les
tengo y a mi incapacidad de entenderlas” Usa guantes constantemente y además se sirve
de un pañuelo para agarrar cualquier objeto del que tenga necesidad, como
teléfonos. No quiere aceptar el paso del tiempo y el deterioro físico que
inevitablemente este trae consigo. Su virginidad y su condición de un hombre
mayor que invierte todas sus energías psíquicas en controlar lo incontrolable,
el deseo y la ley biológica, quedan tatuados como los síntomas que revelan su
tragedia y que anuncia en su propio nombre. Por supuesto todo este andamiaje,
finamente construido, se viene a pique, curiosamente o apropiadamente, por la
intervención de una mujer.
La
película está llena de simbología de control, herrajes de maquinarias exactas,
estatuas de cuerpos perfectos, robots con las respuestas inequívocas de
cálculos matemáticos y el contraste lastimoso de un hombre mayor que sucumbe al
deseo de poseer un cuerpo perfecto de una mujer joven. Todas las marcas de un
mundo que sucumbe a la locura de creer que se puede evitar la muerte, la
enfermedad y de evadir la condición de la vida que es fundamentalmente azarosa.
La Ciencia y la Tecnología, que no podemos negar, trajo al ser humano comodidad
y control en algunos aspectos, pero también creó la falsa ilusión de seguir
avanzando por este camino y olvidar en el inconsciente lo doloroso, lo
incalculable, lo imprevisible, lo enigmático y nuestra condición inevitable de
no poder alcanzar nunca ese oscuro objeto del deseo. Pues bien, es lo que el
buen cine nos está constantemente recordando
en sus historias y además con la virtud de utilizar imágenes que
impactan directamente en el corazón del espectador. El cine es entonces tensión
porque nos está insistentemente “echando
en cara” como se desliza el deseo por el lenguaje que se hace escritura en las
historias que nos contamos.
Esa
callada transformación que va logrando la experiencia y que se nos hace patente
si mantenemos como método una atenta observación de nuestra intimidad, en
pausada contemplación, se hace muy evidente después de haber sido tocados por
una buena película, buena en el sentido de los efectos producidos. No salimos
del cine parlanchines ni con ganas de estar haciendo interpretaciones apresuradas,
generalmente nos tomamos un tiempo en silencio para contactar los efectos que
han producidos sus imágenes y la historia contada. Pues bien, estamos
pausadamente contemplando nuestra propia transformación y las nuevas vetas de
reflexión que se nos abren. Es que el cine nos toca las emociones y ellas
requieren pausa. Así mismo observamos como nuestro protagonista Oldman se va
transformando lentamente pero no tiene la tranquilidad, quizás por el tiempo
perdido y las ganas acumuladas, de registrar en su cuerpo a donde está siendo
conducido y de esta forma paradójica perder todo control posible. La colección
de cuadros de figuras femeninas logrados bajo la fina trampa de sus subastas
nos impacta profundamente como la repetida actitud masculina de ir por la vida
coleccionando objetos que luego se exhiben como trofeos de la imposibilidad del
deseo, en un intento de falsificar lo que realmente está en juego el miedo al
amor, al dolor, a la vulnerabilidad y a la muerte. Dichas falsificaciones sin
embargo tienen siempre la marca del deseo del autor, en sus propias palabras
“Al imitar el trabajo de otra persona el falsificador no puede evitar la
tentación de poner algo propio. A veces es una pequeñez, un detalle sin
interés, una pincelada inesperada mediante la cual el falsificador termina
traicionándose a sí mismo y revelando sus sentimientos completamente auténticos”
Al
preguntarle a su ayudante ¿Cómo es eso de estar casado? Este le responde “Es
como vivir en una subasta nunca se sabe si la tuya es la mejor oferta"
Trataré de recordar lo que ayer te escribí y que se perdió en la red infinita. Leí con detenimiento lo que tan inteligentemente escribes y fui recordando, más que la película, mis sensaciones mientras la miraba, me fascinó el despliegue estético, me dí a la tarea de tratar de identificar algunos de los cuadros, no siempre con éxito. Italia y todos los referentes que tiene para mi, la película, entonces, es estéticamente admirable, el protagonista, a medida que cambiaba, se me hacía más agradable, influencia del actor que ya nos tiene acostumbrados a sus excelentes interpretaciones. Lo que explicas es muy cierto aunque me quedaron algunos cabos sueltos que aún hoy no encuentro cómo atarlos, como el asalto, ¿qué agrega a la trama? ¿el cuidador de la casa, ¿era parte del plan? Mis obsesiones me llevan a no tolerar con agrado cuando no puedo integrar algunas escenas en el contexto general, sin embargo, me encontré, en ese silencio que mencionas, necesario al salir del cine y que dura ¿algunas horas? ¿días tal vez), salvando lo vivido del naufragio que amenaza al protagonista con tragárselo por completo, y pude hacerlo recordando los que él dice acerca del falsificador y que tú citas: “Al imitar el trabajo de otra persona el falsificador no puede evitar la tentación de poner algo propio. A veces es una pequeñez, un detalle sin interés, una pincelada inesperada mediante la cual el falsificador termina traicionándose a sí mismo y revelando sus sentimientos completamente auténticos”, porque en el momento que se despiden porque el viaja a Londres para su última subasta, ella le dice algo así como "pase lo que pase, recuerda que te amo". Es ese detalle, esa pincelada que lo llevará a Praga, al restaurante que ella ha mencionado como el lugar donde una vez amó. Me gusta pensar que buscándose a sí mismo en esa "carnicería" (el amor siempre lo es) podrá salvar su "encuentro con Venus". Besos, Marina, sigue escribiendo sobre cine...
ResponderEliminarcomplot? Me molesta cuando encuentro escenas a las que no puedo ubicar dentro del todo. Pero para "salvar" al personaje de su naufragio, me dió por pensar que no todo se había perdido, y justo lo que él mismo dice de las falsificaciones y que tu citas: “Al imitar el trabajo de otra persona el falsificador no puede evitar la tentación de poner algo propio. A veces es una pequeñez, un detalle sin interés, una pincelada inesperada mediante la cual el falsificador termina traicionándose a sí mismo y revelando sus sentimientos completamente auténticos”, y que evoca la escena en que ambos se despiden porque el viaje a Londres (será su última subasta) y ella le dice, palabras más, palabras menos: "pase lo que pase, recuerda que te amo".
El asalto es parte de la trampa, es la primera vez que ella sale y lo hace para auxiliarlo. La cara de alegría de el cuando ingresa al hospital es un poema enamorado. Bueno es la primera vez para el porque en realidad ella salía y la enana robot se lo dice. El guardia es parte de la trama, le va revelando "de la extraña enfermedad que ella sufre". El se transforma, basta verlo en esa ultima escena sin guantes y con una postura corporal distinta. "Estoy esperando a alguien" son las ultimas palabras. En fin una película para sacarle muchas puntas, solo destaqué las que mas me removieron. Besos
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