El mundo nos está mostrando un peligro eminente y estamos en
la obligación de comenzar a pensar de qué se trata, cómo se está gestando y por
qué. El terrorismo, el fanatismo, el autoritarismo muestran sus caras feroces y
declaran una guerra a la humanidad en pleno siglo XXI; así amanecimos de golpe
en una era en la que podíamos suponer que la barbarie había sido vencida por la
ilustración, la ciencia y la tecnología que tan bien cultivamos y desarrollamos
tras largos y dificultosos años. Hubiésemos podido suponer, y con razón, un
mejor mundo para dedicarnos a vivir con una mayor tranquilidad y confort. No es
así, enfrentamos una nueva guerra terrible y más violenta, por lo global, que
cualquier otra que hayamos presenciado hasta ahora. El desarrollo tecnológico
también sirvió para mostrarnos en un macabro “reality” show de cómo nos matamos
sin compasión y como lo hacemos en nombre de ideologías que determinan la
imposibilidad de poder aceptar al otro como un igual y poder acceder a un
acuerdo y respeto mutuo. Tal como están las cosas y con este grado de
polarización se hace imposible cualquier negociación, argumentamos de manera
contundente que si me tratan de subyugar, si se burlan de mis ídolos abstractos
sin los cuales no soy nadie, si no puedo establecerme en las tierras que
considero son mías por tradición tengo el permiso y también el deber moral de
matar. La respuesta esperable es “si tú atacas, para defenderme tengo que
atacar yo” y así vamos con la declaración de una guerra a muerte; parece ser que la lógica racional nos induce
al terreno del exterminio y sin cuestionar este argumento lógico nos preparamos
en las estrategias de eliminar al contrincante antes de que los eliminados
seamos nosotros. Por esta vía terminaremos por matarnos todos. La interrogante
entonces se dirige a cómo llegamos a
esto y qué nos ha faltado para poder vivir en la tan cacareada paz y libertad.
Comienzan a oírse voces que parecieran abrir una nueva veta
de reflexión sobre algunas de las razones por la que hemos llegado a esta
situación alarmante, voces que invitan a contactar lo que podríamos denominar
la emoción, la sensualidad, es decir, el eros tan olvidado en nuestra cultura
occidental; desconexión de nuestro mundo interno que ha traído como
consecuencia una amputación vital de enormes consecuencias. El ser humano, sin
capacidad de relacionarse amorosamente con sus semejantes y el mundo, deja de
ser simplemente humano para convertirse en una máquina exterminadora de todo lo
que incomode, le falta fundamentalmente la conciencia que puede y debe
estremecer. Sin esta facultad sensual para apreciar nuestro mundo se ha abierto
un boquete, un vacío existencial que ha sido obturado con ideas anquilosadas,
petrificadas, ominosas en un esfuerzo de evadir un tremendo tedio y un
sinsentido existencial. Tendemos a observar al mundo solo con una impostura
objetiva, no nos involucramos ni nos conmovemos con lo que estamos “mirando”;
escribimos sobre nuestras experiencias o reflexiones haciendo simplemente una
descripción y muy pocas veces podemos sentir el desgarro o el deleite del que
escribe; falta amor en la reflexión y sobra pasión de odio en la acción. En este orden de idea la invitación que nos
hace Víctor Krebs es a recuperar la imaginación erótica y al sentido estético, reflexiones
que desarrolla en su interesante y a la vez emotivo libro “La imaginación
pornográfica” editado recientemente en Perú y que prontamente lo tendremos en
Venezuela.
Sirviéndose de una imagen “El mito de Pigmalión” Víctor nos ilustra
sobre la tendencia en nuestra cultura de despojar de alma la vida para hacerla
controlable hasta las máximas consecuencias, sin hacer conciencia que de esta
manera estamos despojándonos de nosotros
mismos, de la emoción vital y de la facultad de reconocer nuestras vidas y
vivirla con el asombro fascinante que cada experiencia nos puede brindar. El
mito cuenta que “Pigmalión detestando las diferencias con que la naturaleza
había creado a la mujer, juró nunca casarse y en lugar de ello esculpió una
figura femenina perfecta” un intento de perfeccionar y estatizar al mundo que
se le muestra imperfecto, es decir cosificar y así conservar intacto lo que por
ley natural es susceptible de deterioro y por último de la muerte.
La caverna de Platón es el otro mito destacado por Víctor, en
su fuerza como imagen terrible determinó las tendencias de la filosofía
occidental, la de quedar apegados a la búsqueda de una verdad aséptica y
separada en lo posible de nuestro cuerpo y de nuestra realidad natural. Es por
ello que las ciencias humanistas en general y no solo la filosofía ignoran en
sus reflexiones ese mundo oscuro y complicado que es el ser humano y que el
psicoanálisis evidenció y puso sobre el tapete hace ya más de un siglo. No se
quiere aceptar la locura de la que todos participamos y a la que todos
deberíamos de una forma personal encarar en un esfuerzo de no verterla al mundo
en su ímpetu destructor sino domeñarla y hacerla parte de un esfuerzo creativo
bello en armonía con la conciencia y la naturaleza. Cuenta el mito de la caverna de Platón lo
siguiente “… se imagina la condición natural del hombre como la de prisioneros
en la profunda oscuridad de una cueva, inmovilizados por cadenas e impedidos de
mirar hacia afuera, obligados a ver solo sombras que entonces inevitablemente
confunden por los objetos que las proyectan desde el exterior. Para Platón, nos
encontramos encadenados al cuerpo como sus prisioneros lo están a la oscuridad
de la caverna y vivimos engañados por nuestras experiencias sensibles como
ellos por las sombras que toman por objetos reales”. Dos mitos que de alguna
manera vaticinan y describen el mundo y el hombre actual, la tendencia a
codificar en aras de controlar y negar la muerte y por otro lado el apartarnos
de nuestras oscuridades en aras de erigirnos en los perfectos dueños de lo
otro. En palabras del autor “El reemplazar nuestra atracción sensual hacia las
cosas por la contemplación intelectual del mundo de las ideas”.
No se trata de despreciar a la razón y la guía que el
intelecto nos brinda para poder lidiar con los peligros que la naturaleza
representa para los seres vivos. Se trata de entender, y esto también es fruto
de nuestra capacidad racional, que la tendencia de intelectualizar toda
experiencia ha hecho que mantengamos una actitud desinteresada de toda emoción
y que abriguemos la falsa idea que todo puede ser manipulado y controlado en la
asepsis de un laboratorio. Postura que disminuye nuestro compromiso real y que
contribuye a que repitamos una y otra vez los horrores que ya la historia nos
ha mostrado.
Es solo un aspecto de este interesante libro que nos llama a
una reflexión poco frecuente en nuestros días y que no pudo ser escrito sin un
verdadero compromiso de su autor con sus propias oscuridades. Así que solo
falta darle las gracias a Víctor Krebs.
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