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6 de Abril de 2017 |
Interrogando a los factores que procuran siempre repetir una misma odisea y una caída estrepitosa, me tropiezo una y otra vez con esos visos religiosos y nuestros mitos heroicos. Aquí no ha habido conductor de procesos políticos que no haya vendido públicamente su adoración a las imágenes religiosas, ni le haya faltado agregar a sus eslóganes la mención de su fe. Se cree fervientemente que los visos religiosos combaten con mayor asertividad y convicción las fuerzas que nos arrebatan la libertad. Es una forma convincente para el creyente de transmitir el lugar de la bondad. Por el contrario, sostenía Hannah Arendt que la libertad política y civil solo podía defenderse en aras de la propia libertad, en su ensayo “Religión y política”.
No sería necesario, entonces, esos refuerzos externos. El combate al autoritarismo no necesariamente tiene que organizarse como una confrontación ideológica que se ha traducido en nuestro país con una terminología acusatoria al otro. Las guerras de palabras que se pronuncian sin tener muy claro su significado ni su procedencia. Tenemos el mito arraigado de los buenos y los malos y es por ello que se respira en el trasfondo de todo debate los visos moralistas. Arráiz Lucca lo advierte en el prólogo del libro de Ana Teresa Torres “Si intentamos una vez más infundir a la vida público-política «pasión religiosa», o si intentamos usar la religión como medio para hacer distinciones políticas, el resultado puede muy bien ser la transformación y perversión de la religión en una ideología y la corrupción de nuestra lucha contra La herencia de la tribu”.
El mundo de la política es un mundo secular, es un mundo de dudas y no de certezas infundidas por la fe. Desde Platón se viene insistiendo en la dificultad para conseguir la claridad de las ideas y con Descartes se entendió lo fácil que resulta ser engañados por otros y por uno mismo con las ilusiones y los mitos. Estamos desde entonces sumergidos en la duda y empujados a razonar en búsqueda de la claridad. Si despreciamos esta tarea seguiremos guiados por las certezas de los dioses. Las instituciones religiosas carecen de todo poder público, así como la vida política carece de un poder religioso.
Otro mito obvio que nos determina ha venido siendo señalado por algunos de nuestros intelectuales destacados, Ana Teresa Torres, Luis Castro Leiva entre otros. En su libro “Del Mito de la Independencia a la Revolución Bolivariana” Torres interpreta nuestra psique colectiva en busca de los mitos, búsqueda indispensable para darle un giro a nuestra acción. Es el mismo proceso que persigue la cura psicoanalítica, encontrar los mitos que se enconden en la psique para que el paciente pueda lograr un giro en su destino. Con su bella prosa Arráiz Lucca lo expresa de esta manera “es decir, de las sustancias emocionales que forman el arrecife que detiene el oleaje de la razón” Esa emoción que bien utilizó Chávez una vez que se presentó como el héroe, la repetimos con una ingenuidad asombrosa o quizás con una irresponsabilidad asombrosa.
Pareciera que se busca otro héroe que como Simón Bolívar nos de la libertad. Una idea mesiánica de alguien ungido por rasgos cuasi divinos que nos conduzca a la senda perdida. Están produciendo un fanatismo que se alimenta de las tragedias vividas. Esta emoción que se sale de todo cauce es contraria a la libertad. Es tan obvio estos mitos que no es necesario excavar mucho, es el mismo imago por el cual se le entregó el país a un militar golpista. Ésta, me parece, no es la vía para combatir el autoritarismo. Es, quizás, la vía para alcanzar el poder e implementar un nuevo autoritarismo.
Es necesario conocer que nos determina y nos obliga a repetir.
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