Vicent Van Gohg |
No solo nos quedamos sin una línea política que nos cohesione para poder llevar a cabo las acciones pertinentes en el rescate de la democracia y la libertad, sino que también perdimos los referentes culturales que nos unen a los otros. Perdimos un lugar, la memoria de las experiencias comunes, el recuerdo de las emociones colectivas que diferentes hechos compartidos despertaron en nosotros. Vivimos sorprendidos con seres que ya no son lo que creíamos que eran; nos asaltan diariamente caricaturas soeces de impostores que no sienten la necesidad de disimular sus trampas y desfalcos. Nos preguntamos de donde salieron, quienes son, no los reconocemos como familiares, no los entendemos, resultan extraños y causan rechazo. Está todo fuera de lugar, vivimos extraviados.
Si bien Caracas siempre fue una ciudad permeable a influencias de muchas culturas nunca se había sentido esta extraña sensación de haber sido arrebatados de las indispensables referencias de nuestra cultura. Sabíamos a donde íbamos en una cada vez mas moderna y pujante sociedad. Nos gustaban sus movimientos, sus expresiones vitales, organizaciones y debates públicos. Entendíamos y reconocíamos su desarrollo político y cultural en general. Nos conocíamos e integramos sin temor a los ciudadanos de otras latitudes que venían huyendo de regímenes oprobiosos. No acogimos con la misma facilidad a las poblaciones de menores recursos que construyeron un cinturón de miseria en los cerros caraqueños. Sus costumbres y comportamiento diferentes los mantuvo marginados y no mostramos la menor intención por conocerlos. Cuando nos tropezamos con ellos (bachaqueros) en la época de control de precios, nos tratamos como enemigos, nos sentimos despojados y amenazados en la adquisición de los alimentos. Nos tuvimos miedo.
Perdimos identidad, fuimos arrinconados, despojados, vivimos perdidos y asustados. Buscamos esos políticos que nos resultan familiares y causan confianza y no los encontramos. El psiquiatra parece un poseído de su propio fantasma. El líder religioso no tiene idea de como dirigirse a una población que no entrará en éxtasis con su discurso, ni gritará aleluya por cada frase altisonante que emita. Los políticos que una vez admiramos se cayeron de sus tarimas como piezas de dominó, uno tras otro, y no se dan por enterados. Un país fracasado en todo orden: en lo político y en lo cultural. El tren se descarriló y no nos ponemos aun de acuerdo en como lo vamos a enderezar y hacia donde lo vamos a encarrilar. Es solo cuestión de ponerlo a andar. Incluso el impostor mayor se da cuenta de su propio fracaso al no poder negar el estado de abandono y ruina en la que sumieron al país. Se rebotan culpas, se tratan de deshacer entuertos. Se intentan ciertas reformas, porque nada se detiene, por más lento que parezca, la realidad no pierde nunca su movilidad. Pareciera que los movimientos civiles tienen, actualmente, mayor dinamismo que los de índole políticos. No hay un solo día que no veamos una protesta ciudadana. Mientras que los políticos siguen ofreciendo sus espectáculos bufones en localidades vacías.
Destruyeron nuestra cultura, borraron nuestra historia, desaparecieron nuestras construcciones artísticas, terminaron con todo lo bello y lo bueno. En el siglo XIX T.S. Elliot escribía: “la deliberada destrucción de otra cultura en conjunto es un daño irreparable, una acción tan malvada como el tratar a los seres humanos como animales” Como animales nos trataron como animales estamos respondiendo. Si, porque estos que nos rodean y que ocuparon los espacios públicos son extraños pertenecientes a un submundo delincuencial despreciado y tampoco los queremos tratar como seres humanos, no creemos se merezcan salidas acordadas o negociadas. O, quizás los vemos como seres pre-culturales, pre-politicos. Pero debe quedar claro que ni unos ni otros están siendo demócratas.
Una cultura da vida a una población, que se reconoce en sus costumbres, tradiciones, creencias, bailes, música, es decir la humaniza. Confiere cohesión y organización a sus miembros, pero sobre todo confiere la sensación de pertenencia. Al quedarnos sin ese cemento estamos perdidos y todo lo observamos fuera de lugar y ajeno.
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