El ser humano nunca estará en una paz total consigo mismo ni
con los demás. Contamos con recursos para apaciguar el torrente de violencia
que emana de un estado natural, bárbaro de los seres que no han sido
domesticados por el lenguaje, pero no son suficientes y dejarán como resto un
malestar sin contenido y sin contención. Desde este resto se actúa y en no
pocas ocasiones con una violencia desbordada. Sirviéndose de este factor humano
no han sido pocos los pensadores y dirigentes de masas que se han destacados por
azuzar el fuego. Tanto es así que hoy en día se ha constituido en la
herramienta por excelencia para hacerse del poder y dirigir las naciones. Ya no
es la razón lo que inclina la balanza hacia un proyecto de país determinado,
sino la identificación del enemigo y su exterminio. El odio es el arma principal
con el que enfrentamos los desacuerdos en un mundo que suponíamos civilizado.
¿Se hace política hoy en día? Yo creo que no, lo que estamos
haciendo es calentar los motores para una confrontación. Ya no se cree en las
instituciones. No se respetan las jerarquías, los lugares que ocupan los otros,
el conocimiento, el saber y las creencias son tratados con desprecio. Toda
manifestación está revestida con un carácter bélico, los movimientos feministas
es un claro ejemplo. La suplantación de lo frágil, de lo tierno por un carácter
guerrero. Las heroínas campeonas en kung fu que derriba al galán que la corteja
de una patada. Hombres y mujeres
enfrentados, culturas enfrentadas, resurgimiento del terrorismo y de las
emigraciones. Este mundo respira odio por todos los costados.
Lo expone Freud en su Malestar en la cultura corrigiendo su
tesis anterior desarrollada en Psicología de las masas. Freud pierde un grado
más de inocencia y corre el velo para que veamos con claridad que en estos
terrenos no se puede descansar. La paz y la armonía alcanzadas en una sociedad en
momentos de recesos históricos hay que cuidarla, adornarla, alimentarla. La
batalla la está perdiendo el mundo occidental y las democracias. Ese proyecto
de convivencia basado en el mutuo respeto y libertad, hace agua y se le reclama
con furia deudas por pagar. Se brinca a nuevas utopías de una igualdad total
pero se propone para alcanzarla el exterminio del enemigo, de aquel que queda
identificado como un estorbo para obtener los fines, siempre loables, siempre
con promesas de amor y bienestar. Es la caída de los discursos apaciguadores,
no se busca la cohesión social por vínculos de entendimientos. Se busca apaciguar
ese resto de malestar y se le deja actuar.
En este escenario se producen las identificaciones
simbólicas, se forma ese “hombre nuevo” guerrero, violento, adorador de los
mitos heroicos y épicos que siempre los hemos tenido como telón de fondo. Allí
están ahora en la superficie, quedamos embelesados por el valiente que se lanza
en una actitud retadora dándole el pecho a un tanque. ¡Quién dijo miedo! el
mundo y el porvenir es para los guerreros, se agotaron los refugios en las
Iglesias donde se podía ir a oír un concierto de música sacra, el olor a
incienso y ese recogimiento en el contacto con nuestro recuerdos y momentos
sagrados. ¡A la calle! a vociferar guerra para encontrar la paz, es la misión
que se nos vende como la única posible para rescatar a nuestra patria. Es más
se vende como un deber que de no ser cumplido la “patria lo demandará” Todos
uniformados y cargando un fusil podría ser la imagen que se recoge de los
discursos repetitivos y sin contenidos conceptuales. ¡Pare de pensar, salga a
matar!
Se engrosan las maquinarias del terror destinadas a eludir
los graves conflictos sociales que enfrentamos. El malestar va creciendo y
nuestras contradicciones no se resuelven porque las ahoga la furia.
El ODIO entre unos y otros es lo que ha imperado en el mundo entero..Unos contra otros...ese es el lema
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