Remedios Varó |
Tanteando y dubitativa comienzo a garabatear unas líneas después de un largo descanso. Me siento ante una nueva hoja en blanco exigiéndome ser más cuidadosa a la vez que me pregunto y ¿cómo se hace eso? Nunca había tenido la clara sensación de un villano respirándome en la nuca. Me acuerdo del libro de Sándor Márai “Tierra, Tierra” y se me hace muy clara la posibilidad. La maldad le respira a uno muy cerca, desgarra, pero también aburre. Si, la maldad repetida, sin imaginación además de irlo matando a uno, sumerge en un letargo por lo predecible de las reacciones. Solo hay dos posibilidades u odias o te pasas al bando de los perdona vidas, juegas a la tolerancia. En ambas posiciones se pierde, no hay elección sin pérdida, pero no hay otra salida personal cuando se vive al borde del abismo. Estamos muy cerca y las amenazas rebotan en las almohadas noche tras noche como un martilleo.
Me esfuerzo por penetrar en esas mentes siniestras, quiero entender. Algo me lo impide, siento una barrera limitante que me advierte que todo tiene un límite, que no debo traspasar sin sentir un vértigo que me asusta. Me despojaron de mis arraigos, me quitaron los que más quiero y todavía los veo con sus caras burlonas, retando. Vayan a otro con ese cuento que odiar es malo. Es mi sentimiento, me pertenece, también es mi deseo y mi precaria defensa ante el descarado fraude del que fui objeto. Como Milán Kundera me pregunto ¿qué quieren? Quieren mi alma ciudadana, me quieren despojar de pertenecer a un colectivo, de pensar y querer un futuro amable y justo. Éramos personas libres que fuimos masacradas por una maquinaria perversa. Nos vamos tornando irrelevantes si no podemos defender nuestra tierra y nuestro derecho.
El silencio es una opción, no descartable, por cierto. Es parte del recorrido natural de una tragedia. Tenemos múltiples posibilidades, hablamos, soñamos, fabulamos, escondemos entre líneas y callamos. Escondemos quienes somos, la cual es nuestra verdad más fehaciente, pero que nos es íntima. No queremos y no podemos revelarla a nadie y sin embargo esas es nuestra verdad. Es esa verdad perversa de otros lejanos a la humanidad que tortura y mata silenciosamente. Esa verdad sobre su ser no fue vista y no espantó en su oportunidad ¿Fue ignorancia o falta de sensibilidad? Debemos saberlo. Milán asegura, en su libro, “cuando la gente comprendió que no valía la pena esperar a nadie ni a nada, empezó a odiar”.
Nos decía Luis Castro en su famoso discurso ante el Congreso en 1998 “Confieso entonces, como Roscio, que estoy ansioso por criticar tantos prejuicios malos que la sociedad ha entronizado como creencia para caracterizar, denigrando, la idea de la política y la seriedad de su práctica. Digo que es la sociedad la que los ha creado porque es esta sociedad la que tenemos la que Concibió estos prejuicios, la que los ha hecho propios y ajenos, la que tira la piedra de su moralismo y esconde la mano de su responsabilidad” Hasta que no sepamos quienes somos nos será mucho más difícil encontrar nuestro propio camino sin fanatismos.
Dimos, al fin, un paso serio, digno y necesario acudimos al llamado electoral. Fuimos, cuidamos los votos y lo más importante cuidamos la verdad expresada en las urnas electorales. Es el primer paso para la construcción de la República y para un sistema democrático. Es nuestro esfuerzo, nuestro logro que nos quieren arrebatar. Ahora es cuando más necesitamos ser, fundamentalmente, racionales y certeros.
Sobre todo !Certeros!
ResponderEliminarMuy bueno Marina, es así. No podemos decaer.
ResponderEliminarQue buen artículo, y oportuno.
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