William Haskell |
Tantas posibilidades nos obligan a ir dejando en el camino algunas de ellas. Con dificultad e incluso con dolor vamos diciéndole adiós a tantos sueños y a tantos seres queridos. Se nos van abriendo boquetes y agriando la vida y por momentos nos atrapa el malestar. No se vive sin dolor, sin pérdidas, sin un constante adiós. Pero tampoco se vive sin proyectos propios conectados a los más íntimos deseos. No se vive sin pasión, sin recuerdos y sin visión de un futuro. Vivir no es fácil es un inevitable y pedregoso camino. Ese impulso vital de labrarse la existencia en libertad nos exige, al mismo tiempo, el dolor de la pérdida. “Para que un mundo nazca, otro ha de morir” nos advirtió, con sobrada razón, Herman Hesse.
Freud decía que el ser humano desde que nace está en una continua evitación de la pérdida y por esa lucha inútil contra lo inevitable, enferma. Agarrarse a lo que ya no puede ser es, en cierta forma, enloquecer. Comenzar a delirar con una realidad que ya no existe, comenzar a dialogar con el que ya no está, confundirnos con la imagen, no saber que eso es un espejo al que ya no es posible ofrecerle la misma figura. Si no se acepta este devenir, esta inseguridad que proporciona la inestabilidad, al querer negarla u ocultarla solo se engaña a si mismo, porque lo demás sigue su curso y avasalla. Esas bellas palabras que le dice Alfredo a Totó en Cinema Paradiso, “es necesario cerrar viejas puertas para que se abran las nuevas” lo invita a no encerrarse en la nostalgia y a no regresar. Lo invita a amar la vida como amó su sala de cine. Duele profundamente, pero esa es la vida.
Estamos próximos a una despedida, no sabemos todavía cual será, pero dejaremos atrás a los grilletes o dejaremos atrás la libertad. Es una elección, en toda elección forzosamente hay una despedida. En esta particular puede ser que nos toque una despedida con alegría. Puede ser, no lo sé, lo que sé es que lo deseamos febrilmente. Quizás dejemos atrás lo que ya no toca, por agotado y corrupto. Lo verdaderamente traumático será que no se de y sabemos que persiste como posibilidad remota, pero persiste. En todo caso habrá dolientes, se abrirá un boquete en lo real y los imaginarios tratarán de rellenar ese espacio. Abundarán los cuentos y el ruido tendrá un aumento exponencial. Hasta que lo simbólico reordene nuevamente nuestro cuento, nuestra historia que no cesa de escribirse. Trataremos de afrontar y calmar las angustias de tantas pérdidas.
Freud en Duelo Melancolía define a la vida como un conjunto de pérdidas y al duelo como la reacción ante las pérdidas de personas queridas, de una abstracción equivalente como la patria, la libertad, o un ideal. Todas las hemos tenido en estos largos y tenebrosos años y no nos ha sido posible la elaboración del duelo, no hemos encontrado nuevas simbologías porque el ambiente no ofrece las palabras apropiadas. No nos ha sido posible el espacio tranquilo que nos permita escribir un sueño.
Con estas palabras me despido hasta setiembre porque quiero oír que me grita la realidad y escribir mis sueños que me den el piso que perdí. Deseo con toda mi alma que tengamos éxitos en el camino escogido de libertad.
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