Otto Dix |
Miguel de Unamuno se refería al aburrimiento como un licor agridulce que dispone al ser humano al asombro. Una invitación a pensar y resolver enigmas esenciales para ese recorrido siempre inacabado de la filosofía. Pero muchos factores conspiran en su contra. No se puede permitir el ocio porque se siente como un espacio en el tiempo molesto, sobre el que se ha depositado mucho prejuicio. En nuestras sociedades el ocio se debe invertir en producción, en tiempos laborales y vamos por la vida sin permitirnos la perplejidad. Hay que evitarlo a toda costa e incluso la psiquiatría ha concebido al aburrimiento como un cuadro clínico que hay que medicar. Abarrotarse de estímulos excitantes para impedir esa sensación pareciera ser la consigna del hombre actual.
La filosofía ha considerado que hay diferentes tipos de aburrimientos, el de tipo sencillo lo consideraba Bertrand Russell como “indispensable en la vida”. Un hastío momentáneo que nos provoca la monotonía y la constante repetición. Este estado nos obliga a cambiar ciertas variantes en nuestra vida. Nos invita a la creatividad, a la invención y a veces a cambios radicales. Hay que prestarle atención y no despacharlo con una pastillita, o estimulantes de cualquier tipo. Pero el hombre en su comodidad tiende a aturdirse y no quiere ser molestado con nada que requiera esfuerzo y reflexión. Estamos presenciando como se reacciona cuando una sociedad se hastía de tanto maltrato. Está pasando y la gente responde porque se abrió un boquete en el túnel.
Kierkegaard expresa esta necesidad de cambio que genera el aburrimiento en su escrito “La rotación de los cultivos”. El que se aburre reclama un cambio, cambio que debe brotar del propio deseo, no es posible señalar la vía ni el destino. A veces sucede que los deseos coinciden y todos empujan en una misma dirección. Cambios que desvían el destino de una nación, para bien o para mal. Pero una sociedad hastiada no se la tranquiliza con calmantes de ningún tipo. Se puede llegar a sentir la náusea de ser como señaló Sartre, si se impide por la fuerza el cambio necesario. Es el peor tormento a las que nos puede conducir la existencia. Es estar vivo, pero presos en celdas de alta seguridad. Este estado de afección se entiende como un aburrimiento complejo, grave.
Lograr un cambio por una voluntad decidida es muy loable en tiempos que estando al borde de permanecer en una apatía se lograr inyectar intensidad a la vida imaginando y deseando un cambio radical y no a través de estridencias o tatuajes ideológicos en el alma. El coqueteo con los objetos y la piel no fueron suficientes para mitigar el dolor de haber quedados despojados de los afectos primordiales. Sin país, sin familia, sin sustento ni salud. Si lo logramos podremos gritar al futuro que no nos perdimos en adoctrinamientos ajenos. Baudrillard describe el tiempo que transitamos como “el que exige probarlo todo, no perderse ningún goce pues uno nunca sabe cual provocará esa sensación especial” la que curiosamente nos está provocando nuestra posibilidad colectiva.
El placer puede quedar petrificado en aburrimiento si no tenemos el valor de cambiar las circunstancias que provocan el malestar. Si no dejamos de ser los sujetos bulliciosos envueltos en la ansiedad y la impaciencia. Hagamos de nuestro aburrimiento nuestra nueva carta de amor como fuimos invitados por Unamuno. Una carta de amor para nuestro país.
Este artículo además de bien escrito y meditado, es hermoso
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