Erna Schmidt |
Se podría representar muy bien nuestra situación anímica con
un largo y sostenido bostezo. De esos que al ser disfrutado sin mascarilla
provocan repiques en diferentes tonalidades musicales. Al final del concierto
no se sabe quién dio el movimiento de obertura, pero se le agradece haber
conectado a miles y miles con un fastidio que se venía simulando, que provocaba
una apariencia de ser distraído, indiferente, lejano y sumido en cavilaciones
tan íntimas que luego no se podrían recordar a voluntad, digo las cavilaciones
porque el fastidio, ¡vaya cómo se recordaría! Si estás en un salón escuchando
una charla en la que pones tus mejores facultades en posición de esfuerzo por
entender y un ser cercano bosteza puede provocar un bostezo colectivo y la
salida estruendosa del salón de personas que se mirarían con cierto
reconocimiento. Reconocimiento en el fastidio. Se podría afirmar que el bostezo
es nuestro primer rasgo de socialización.
En el país estamos en un salón muy grande con millones de
participantes esperando se termine de emitir aquella frase, aquella parte del
discurso que da coherencia a la totalidad, por la que se sabe el sentido que
tuvo tanta escritura y tanta escucha; esa frase que otorga significado y
dirección al conjunto. Pero nada, no llega, más bien se diluye, se desvía,
cambia de tema sin frases conectivas, se vuelve cada vez más inconexa, se
dispersa en detalles irrelevantes y queda pegada en temas sin interés ninguno
para un amplio auditorio que pierde la paciencia. Aquel que emita el primer
bostezo inmenso que provoque un efecto de inspiración profundo sin el efecto
espirador final, provocará una catástrofe natural. Entonces serán succionados
todos esos oradores que marearon y provocaron un fastidio mortal. Por efecto de
las neuronas espejo, que aún nos funcionan muy bien, se repetirá hasta los
confines del territorio la apertura de mandíbulas y de otras áreas del entendimiento.
El bostezo será el santo y seña.
Al comenzar a bostezar de esta manera estruendosa y retadora
pasaríamos a desmentir tanto engaño sostenido. Se dice que es norma que el
mentiroso bostece para parecer relajado y distraer con los típicos movimientos
del bostezo, pero estos bostezos estarán revelando nuestra verdad. Estas
circunstancias serán inéditas y por ello tan importantes en el movimiento
constante de las sociedades y su historia Universal. Se trata de un bostezo que
desmiente y que une a los infectados del fastidio producido por charlatanes que
dejaron hace tiempo de ser charlistas. Esos que repiten las mismas ideas
vacías, esos que son tan predecibles en sus reacciones intencionalmente
provocadas, como nos explicaba Adriana Moran, esos que nos han hecho perder tan
valioso largo tiempo, esos son los que en lugar de apartarse nos matan de
aburrimiento. Dentro de nuestra cultura faltó enseñar la elegancia de apartarse
a tiempo. No lo sabemos hacer.
Gracias a Blumenberg el aburrimiento pasó a considerarse como
una presión selectiva de mucha utilidad en la práctica originaria de nuestra
naturaleza. Le confiere el beneficio de impulsar los cambios que anhela el ser
humano, tanto desde la dimensión individual como de la colectiva. Sacudirse la
modorra puede ser una meta a alcanzar y por ello pedir un poco de silencio a
tanto charlatán podría ser una medida de higiene fundamental. Puede que no nos
destruya el Covid-19 pero podemos ser exterminados por el aburrimiento.
Pensaban los griegos y mayas que los bostezos era un intento del alma por
escapar del cuerpo. El alma es escapista y si realmente se nos aleja morimos de
diferentes maneras.
Transitamos por la sociedad del aburrimiento, sin ideas. Una
sociedad estancada, para la cual sería adecuado
proponer al bostezo como nuestro gran emblema nacional, emprender un
movimiento denominado “resistencia a mandíbula batiente” y entonar un himno con sonidos propios de la
inspiración y la expiración. Hoy he bostezado más que nunca.