2 de junio de 2020

El espacio y quien lo ocupa


William Smith (foto)

Perdidos en un espacio compartido sin poder entendernos hace que surja lo peor sin ataduras, limites o aciertos. Después de habernos creído que teníamos una superioridad declarada por mitos nunca cuestionados, tuvimos que estrellarnos contra una realidad que sigue su curso sin titubeos y nos agarra sin discurso, balbucientes y por lo tanto dando traspiés en la persecución de la tan mencionada libertad. ¿Pero es que acaso entendemos lo que es libertad? Esta palabra delicada que todos usamos con una absoluta propiedad y no la sabemos aplicar llegado el caso. Ya lo debíamos saber desde que Kant especificó la diferencia entre un mundo de la existencia y el mundo que circula por un acuerdo a través del leguaje. La libertad no tiene referente objetivo que pueda ser percibido por nuestros sentidos, es un término abstracto y por lo tanto depende de acuerdos consentidos en una sociedad y tiempo dado.

No tenemos ese consentimiento social porque no hay un discurso que haya sido acogido por la mayoría y nos defina. Generalmente son solo palabras vacías que cada quien las va llenando con sus propios referentes y con sus síntomas. Si lo que en uno predomina es la rabia, ante la pérdida de espacios de opinión responderemos con desprecio por quien lo ocupaba, no contemplamos que se trata de otra arbitrariedad ejercida desde un poder despótico. Por supuesto no hay objetividad y no puede haberla, en el campo de los valores no es la objetividad lo que rige sino la subjetividad. Si predominara un criterio solido compartido por la mayoría de lo que significa la libertad todos lucharíamos por preservar nuestros espacios y exigir respeto, claro podríamos también exigir que alguien más idóneo lo ocupara. Alguien, que también por consenso, mereciera el respeto de la comunidad.

Dos problemas diferentes, dos dilemas a resolver con mejores criterios. Pero ese es el problema no se posee los criterios. Demasiado maltratados, demasiado agobiados en realidades crueles como para poder detenernos y observar con estrategia definida hacia donde debemos apuntar y que no podemos negociar. No se negocia la libertad se defiende en todo terreno y circunstancia. Pero esas pancartas que exigen libertad y justicia no nos están diciendo nada, se tornaron en simples significantes sin referentes identificables en la realidad. Fernando Mires las denomina “clásica reacción tercermundista donde las adhesiones personales suelen ser más fuertes que las políticas o las ideológicas, en un país también tercermundista que durante un tiempo padeció de ínfulas primermundistas” (refiriéndose a Chile). Las demandas particulares deberían ser articuladas en un discurso general, decía Gramsci este debe ser el objetivo de la política. Pero nuestra realidad es sin política. Cada quien demandando desde su fantasma. Un discurso vacío repleto de odio en el que todo otro discurso se convierte en su enemigo como nos recuerda Alfredo Vallota.

En el plano de la subjetividad es donde encontramos los mayores desacuerdos, por supuesto, nadie razonable discute los descubrimientos científicos comprobados. Ese discurso que dota de sentido a los valores requiere un narrador que también está sujeto a padecimientos y odios, un narrador que reclama aclaratorias como sostiene Ricoeur. Es la historia la que le da sentido a nuestros valores que en gestos heroicos se han defendido y reclamado. Si bien hay un narrador sobre la realidad llevada a cabo por los hombres, hay también múltiples lectores. Atrás de toda narración hay un sustrato mítico que la sostiene y mitiga la angustia colectiva. Si yo sé a qué atenerme, como comportarme y descansar por el respeto asegurado también podré dormir tranquilo, ¿no es así?

El ser humano inscrito en el orden simbólico y una sociedad organizada por acuerdos discursivos, es la eterna búsqueda nunca terminada. No existe un discurso último, no hay metalenguaje como recordaba Lacan, todo está sujeto a cambios. Ni ellos se quedaran para siempre en el poder ni nosotros viviremos tan perdidos como estamos. Mientras tanto defenderé los espacios de opinión pública como mi derecho a la libertad, no así a cualquiera que lo ocupe.

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