28 de abril de 2020

La soledad del lector

Jenners Cortez


Hay muchos tipos de lectores, los hay compulsivos los que no saben vivir sino escondidos entre páginas. No dan tregua para la conversación o para ser interrumpidos. Los hay más amables, los que tienen sus horas de aislamiento y después comentan con admiración los nuevos mundos descubiertos. Los hay disciplinados los que no pueden dejar inconcluso un libro aunque los aburra mortalmente. Los hay dispersos, los que leen varios libros a la vez y luego confunden los personajes y tramas. Hay lectores de ensayos, de novelas y de poesías. Los hay ajenos y distantes, los hay partícipes de aventuras y fantasmas. Pero todos absolutamente todo lector tiene necesidad de soledad e intimidad. Soledad esa palabra que algunos temen escuchar y otros buscan como refugio vital.

Un libro puede ser factor de unión entre lectores. Grandes amistades se gestan por tertulias organizadas para leer y comentar una obra de interés común. Era una costumbre muy arraigada en pueblos y ciudades cuyas plazas servían para la reunión de jóvenes que iniciaban sus inclinaciones por las ideas, la discusión y los juegos conceptuales. Más tarde fueron destacados profesores y literatos en los ambientes universitarios. Hicieron todo un revuelo cultural, transformaron costumbres mojigatas y timoratas causando una apertura importante a un mundo más universal y de avanzada. Sin estos hombres y mujeres no son posibles los cambios, ni avances en las organizaciones sociales y en nuestra manera de vivir. El conocimiento y el debate de ideas, los ambientes culturales y las mentes intranquilas que interrogan y cuestionan constituyen la vida de sociedades que se niegan a morir en un olvido de tedio.

La tendencia muy arraigada de vivir entre ruidos no es propicia para el pensamiento. Se quiere escapar a como dé lugar de la temida soledad; si hay ruido, si se perturba el silencio con palabrerías sin conciertos ni armonía, se tiene la ilusión de no estar solo allí hay otro que habla sin parar. De qué habla, no importa, habla. Un escenario como ese puede ser un calvario para el hombre que se inclina por un mundo de avanzada y constituyen la vanguardia del nuevo que se gesta. No observo movimientos que anuncien una nueva sociedad en Venezuela, hay una vida cultural reducida y empobrecida que llevan a cabo la generación que se formó en otros tiempos. La reclusión por la pandemia nos agarró en momentos de poca reflexión y mucho padecimiento por la sobrevivencia, de allí que sea especialmente dificultosa la soledad que se impuso.

Muchos escritores ofrecieron sus libros gratis por las redes para contribuir en las distracciones que requiere un tiempo sin horario ni mayores obligaciones, no sé si tuvieron acogida, si muchas personas se beneficiaron con estos gestos de generosidad. No lo sé, pero en general no veo personas que hayan tomado la lectura como un medio para desligarse un poco de tanta penuria. Es que la costumbre de leer y disfrutar de un libro no se impone, no se obliga, no se improvisa. Es una inclinación que se tiene y ayuda mucho para no sufrir de soledad. Analizar argumentos, entender las divergencias, seguir encadenamientos lógicos para arribar a conclusiones puede ser una de las emociones estéticas más excitantes de nuestra existencia. Así como verse de pronto sumergido en experiencias ajenas y acompañado de otros seres inalcanzables en nuestro entorno que nos permite la narrativa.

Proust lo vivió y así lo transmitió: “la lectura no podría asimilarse a una conversación, aunque fuera con el más sabio de los hombres; que la diferencia esencial entre un libro y un amigo no es su mayor o menor sabiduría, sino la manera de comunicarnos con ellos, pues la lectura, al revés que la conversación, consiste para cada uno de nosotros en recibir comunicación de otro pensamiento, pero permaneciendo a solas, es decir, sin dejar de gozar de la capacidad intelectual que uno tiene en soledad y que la conversación disipa inmediatamente, sin perder la capacidad de ser inspirado, de permanecer en pleno trabajo fecundo de la mente sobre sí misma”.

Nos acostumbramos a un mundo muy bullicioso y también nos pusimos a hacer ruido. Por eso el silencio aturde y la lectura requiere de soledad y silencio. Hemos dejado de pensar, de estudiar y como resultado tenemos un mundo estancado, decadente. Es como que todo se desmorona ante nuestra mirada atónita. Era costumbre muy arraigada que en las casas se tuviera una habitación reservada para la lectura y el trabajo intelectual. Casas llenas de libros que uno revisaba cuando era invitado. Descartes se aisló para pensar la modernidad, no surgen nuevos mundos del bullicio y del ruido, el hombre moderno es producto del aislamiento.

21 de abril de 2020

La Sal de Ayer

Margot Benacerraf y Diego Arroyo Gil


Cuando creí que era imposible volver a conectar con mi entorno me encuentro con una invitación de Diego Arroyo Gil para oír a una mujer que arrebata con su misterio envolvente, Margot Benacerraf. Asisto sabiendo que solo tengo que mantener silencio y dejarme llevar por un ritmo y cadencia que solo un gran escritor puede captar. Paso tres horas absorbida en una lectura que me transportó a esa maravilla que alguna vez fue nuestro mundo cultural. Vivimos intensamente esos ambientes de buen cine en la Cinemateca, tertulias y encuentros literarios, La bohemia y la poesía en los sitios nocturnos. El humor de altura y lugares de encuentros para bailar y participar en conversaciones que deseábamos no terminaran nunca. Diego me volvió a transportar a ese ambiente que sobrecoge y desliga por ratos de tristezas y realidades.

Si bien recoge recuerdo y testimonios de una vida ricamente vivida me hizo contactar con la calidez y sencillez de Margot a quien creo no se le ha rendido el reconocimiento que merece, no se la conoce tal y como las palabras de Diego me la dieron a conocer. Cerré la última página con la misma nostalgia que dejo atrás toda esa época que hicieron mi Caracas de juventud. Margot y Diego me invitaron al Castillete de Reverón, pude conocer sus muñecas que he visto lejanas en museos y cuidadosamente sentadas esperando a su amoroso creador. Ahora las pude disfrutar en su casa, en su cama, con un vigilante de sus vidas que intuía pecaminosas y las conminaba al desagravio y a la rectitud. Poco le importa a Margot si la locura guiaba las conductas de este hombre fascinante, lo que le interesa es su espontaneidad y estética para transmitir su mundo peculiar. De ese modo Reverón queda cautivado por una mirada amorosa.

Margot vive la dictadura de Pérez Giménez y relata “Había reuniones en casa de Miguel Otero, de Picón Salas, de Uslar Pietri, de Alejo Carpienter, en el taller de la Nena Zuloaga” en donde se vivía un intercambio muy rico. “La angustia política no lograba impedir que cultiváramos el entusiasmo y la alegría de vivir, todo eso que finalmente se desbordo el 23 de enero del 58 cuando cayó Pérez Giménez”. Se va a Paris donde se establece después de filmar “La Sal de Araya” y es allí donde edita su película galardonada en Cannes en 1959. Dos veces se le presentó la oportunidad de cruzarse con pedro Estrada en Paris y evita tal encuentro “Está bien que uno no sea rencoroso, pero yo no le iba a dar la mano a Pedro Estrada, mucho menos en aquella época, cuando todo era tan reciente”.

Es bella toda imagen que trasmite Margot de Araya entre las cuales este pasaje me conmovió especialmente “Porque es la imagen de la vida que se resiste a desaparecer. Los pobladores de Araya tenían el viento permanentemente en contra, el sol inclemente en contra, la naturaleza entera en contra. Vivian en la miseria y en medio de una gran soledad. No había nada, ni una flor que dar a los muertos, y sin embargo ellos responde con una inmensa dignidad a la necesidad estética de darles algo a los muertos. Recogen caracoles en el mar y se las ponen en las tumbas.” Margot es especialmente sensible a lo que ella entiende como dignidad “el insistir en darle un “sentido estético a la vida contra la adversidad, contra la nada, contra la muerte.”

Dejarse llevar por esta atmosfera maravillosa que Diego construye con su bella prosa es deleitarse en una figura dulce y decidida de una riqueza poco común. Quiere ser recordada como “Una mujer que trabajó con pasión por y para el cine en Venezuela” Sin duda será recordada siempre nuestra querida Margot por haber contribuido a hacer de Venezuela ese lugar que va “mucho más allá que sus tragedias históricas”.

Debo agradecer enormemente a Diego y a Margot un rato de sosiego en momentos muy doloroso. Recomiendo su lectura “La Sal de Ayer” que estoy segura los hará evocar tiempos inolvidables de la Venezuela que amamos.

14 de abril de 2020

Imaginar es vivir

Catedral de Caracas


Cuando los días parecieran planos, sin relieves ni textura solo los diferenciamos entre ellos por la imaginación y los recuerdos. Se hacen muy presentes los recuerdos y costumbres de la casa paterna en fechas como la Semana Santa. Rituales que compartíamos en familia y que los niños disfrutábamos mucho. Semana Santa es recordada por las Iglesias, los altares que competían en hermosura y solemnidad y las orquídeas. Su olor era a flores y su sonido un susurro de oraciones. Disfrutaba y podía hasta tener arrebatos místicos dejándome llevar por esos sonidos que provenían principalmente de mujeres cubiertas de velos y faldones negros. Sentía sus tristezas pues vivían cada año la muerte de un hijo al identificarse con la madre de Cristo, siempre en deuda con el Redentor. Siempre arrempetidas de algún pecado que me esforzaba por imaginar sin mucho éxito en mi intromisión imaginaria.

Crecemos y vamos perdiendo la magia al quedar entrampados por las realidades, por la necesaria búsqueda de la “verdad” la objetividad. Se nos hace un logro del intelecto entonces comenzar a emitir esos sonidos estridentes de volvernos discursivos, verborreicos y exhibidores de una sabiduría que no tenemos. Pero sin parar, sin oír e incluso sin ver vamos con paso arrogante arrojando “verdades” en lugar de flores. Ya el olor no es a pétalo, ya el sonido es metálico. Las Iglesias perdieron ese halo solemne y misterioso que me era tan atractivo. No volví a oler a incienso, no pude más escuchar un concierto de órgano, ni oír una misa en latín. Cuatros desafinados, voces desentonadas y canciones que bien se pueden escuchar en un botiquín comenzaron a ser el programa ofertado en las Iglesia. Fui aguantando y dándome explicaciones hasta que observé a un cura bailando y me dije con todas sus letras y ganas: “Aquí no vuelvo más” y no volví. Ya no encontraba lo que buscaba.

Caramba es lamentable, crecemos y perdemos mucho de esa otra posibilidad que nos ofrece la vida al ser que habla. Debemos guiarnos por la sensatez y la razón porque si no se corre el peligro de estar interminablemente metiendo el dedo en un enchufe. Pero no debemos dejar de recrearnos en imaginaciones y recuerdos atravesados de invenciones. Ni yo fui totalmente esa niña que recuerdo ni mis padres y hermanos son un dibujo calcado. Pero en general me recreo en aquella casa alegre y bulliciosa. Antes corría sin pensarlo a refugiarme entre sus paredes hoy me queda el sumergirme por ratos en los recuerdos. El Virus mandó a parar pero la imaginación vuela. Mis días son distintos y mi realidad cambia porque mis estados de ánimos y escenarios de recreación varían. Se me ocurre que en ello consiste el antídoto al fanatismo. No quedar ciegamente enganchados a obligaciones impuestas.

Nunca podremos fanatizarnos si poseemos la libertad de la imaginación y nos otorgamos la licencia para saborear la vida sin las coordenadas impuestas por cuerpos doctrinarios oficiales. Una mirada propia, con el ímpetu decidido  a la búsqueda y el riesgo; recuerdos gratos sin pleitos con el pasado son parte de las claves para una vida menos dolorosa. La plasticidad que otorga una libertad propia mientras se espera y desea la de todos. Fanatizarnos es colocarnos la camisa de fuerza de forma voluntaria. Preocupa la tendencia que se observa en nuestras sociedades, como se va fanatizando grandes cantidades de personas, volveremos a los movimientos de masa, al lumpen. A la ceguera colectiva.  La cantidad de falsedades que circulan por las redes y como se replican con esa facilidad es una buena medida de por dónde van los deseos, odios y trampas que nos estamos imponiendo. La que más me llama la atención es la necesidad de infundir terror. Me digo ¿Aun quieren más? Ya yo no observo sino ojos aterrados tras esas mascarillas que van a terminar siendo el condensador de mis odios. La detesto pero acato.

No se por cuánto tiempo se prolonguen estas medidas de protección sanitaria. Viviré imaginando según vayan siendo las fiestas del calendario y mis pequeñas celebraciones en la estricta intimidad con mis personajes inolvidables.

7 de abril de 2020

Al salir al mundo

Jeannette Guichard-Bunel


Con mayor silencio se viene expandiendo otro mal para el ser social desde Japón. Otro país oriental que afecta al mundo con visos de pandemia. Efectivamente en el año 2000 se comienza a tomar en cuenta un comportamiento extraño de los jóvenes japoneses que ya tiene un contagio importante en España. Se trata de un síndrome psicológico que nominaron “Hikikomoris” el cual consiste en un progresivo aislamiento voluntario del paciente a espacios confinados de sus viviendas. Acompañados únicamente de sus computadoras y juegos virtuales deciden vivir sin ningún tipo de contacto social. Tiene diferentes grados, los más severos no tienen relación ninguna con otros seres humanos ni siquiera por internet. Deciden pasar el resto de su vida en espacios cada vez más reducidos. Se calcula que en Japón ya hay más de un millón de personas afectadas y en España se estima que  superan las doscientas.

Debe ser diferenciado de otros cuadros que impulsan a aislarse de un mundo que se siente cada vez más hostil. La cultura nipona es conocida por ser altamente exigente con sus ciudadanos; quien no califique como excelente tiene pocas probabilidades de ocupar lugares de prestigio y reconocimiento social y la vergüenza que esto genera es aplastante. La alta presión sentida induce al aislamiento, demandas agobiantes de un Otro tirano que desconoce al sujeto sin contemplaciones. Se introduce la certeza de un semejante peligroso.

El ser social que conocimos está amenazado por nuevos males que se propagan, signo de que no estamos siendo capaces de asegurarnos ambientes confiables y confortables. Mucho repetimos que la vida es en sí misma un riesgo constante, pero hemos hecho peso y ahondado en repetidas amenazas de todo tipo. Las amenazas provenientes de una naturaleza que ha sido muy irrespetada. Amenazas de otros seres humanos con sus lenguajes y actitudes destructivos. Amenazas de seres que cada vez desprecian más las relaciones con los otros y no contempla normas mínimas de convivencia.

Qué nos espera al salir nuevamente al mundo después de esta confiscación y aislamiento obligatorio. Qué mundo nos encontraremos, cuánto de nuestros lugares encontraremos cerrados, a cuántas personas extrañaremos porque desaparecieron y no pudimos despedir. Una ciudad que ya venía perdiendo vida la encontraremos aún más desolada, abandonada. Cuantos no le agarrarán gustico y acomodo al confinamiento y ya no querrán salir de sus casas. Entre otras cosas hemos aprendido a utilizar los deliveries para surtirnos de lo necesario. Ya nuestro mundo que era hostil lo encontraremos reforzado, los malos humores traspasan los muros del fortín, se sienten y padecen.

Seres encerrados en sus casas y resistentes a salir producen todo un movimiento socio político muy peculiar. En seguida surgen los compañeros solidarios que ayudan al resistente, los que proveen con artículos de primera necesidad, como son las sustancias embriagadoras, material indispensable. Aparecen los perseguidores y salvavidas que comienzan a construir toda una industria de rescate. En Japón, por ejemplo, existen compañías que derriban puertas y sacan obligados a los refugiados para ingresarlos en clínicas donde quedaran “atrapados sin salida”. Servicio que ofrecen por un costo que varía según sea la elegancia de la estrategia utilizada y la calidad de la clínica destino. Más o menos el mismo movimiento que se forma alrededor de los alcohólicos. Son, estos pacientes, considerados adictos a la soledad y eso en nuestras  sociedades no es “normal”. Se le recomienda a todas las personas que descubran esta nueva adicción no hacer mucho ruido con su silencio.

Este es un mundo en el que hay que producir, así que produzca, aunque sea cansancio en los demás. Haga ruido, repita lo mismo incansablemente, fantasee en voz alta y trate que los otros se les hagan confusas las realidades. Sobre todo viva con la convicción que no existe otro ser tan relevante y perfecto como lo es usted. Las pandemias ahora nos llegan de Oriente, como los Reyes Magos en Navidad.