Jenners Cortez |
Hay muchos tipos de lectores, los hay compulsivos los que no
saben vivir sino escondidos entre páginas. No dan tregua para la conversación o
para ser interrumpidos. Los hay más amables, los que tienen sus horas de
aislamiento y después comentan con admiración los nuevos mundos descubiertos.
Los hay disciplinados los que no pueden dejar inconcluso un libro aunque los
aburra mortalmente. Los hay dispersos, los que leen varios libros a la vez y
luego confunden los personajes y tramas. Hay lectores de ensayos, de novelas y
de poesías. Los hay ajenos y distantes, los hay partícipes de aventuras y
fantasmas. Pero todos absolutamente todo lector tiene necesidad de soledad e
intimidad. Soledad esa palabra que algunos temen escuchar y otros buscan como
refugio vital.
Un libro puede ser factor de unión entre lectores. Grandes
amistades se gestan por tertulias organizadas para leer y comentar una obra de
interés común. Era una costumbre muy arraigada en pueblos y ciudades cuyas
plazas servían para la reunión de jóvenes que iniciaban sus inclinaciones por
las ideas, la discusión y los juegos conceptuales. Más tarde fueron destacados
profesores y literatos en los ambientes universitarios. Hicieron todo un
revuelo cultural, transformaron costumbres mojigatas y timoratas causando una
apertura importante a un mundo más universal y de avanzada. Sin estos hombres y
mujeres no son posibles los cambios, ni avances en las organizaciones sociales
y en nuestra manera de vivir. El conocimiento y el debate de ideas, los
ambientes culturales y las mentes intranquilas que interrogan y cuestionan
constituyen la vida de sociedades que se niegan a morir en un olvido de tedio.
La tendencia muy arraigada de vivir entre ruidos no es
propicia para el pensamiento. Se quiere escapar a como dé lugar de la temida
soledad; si hay ruido, si se perturba el silencio con palabrerías sin
conciertos ni armonía, se tiene la ilusión de no estar solo allí hay otro que
habla sin parar. De qué habla, no importa, habla. Un escenario como ese puede
ser un calvario para el hombre que se inclina por un mundo de avanzada y
constituyen la vanguardia del nuevo que se gesta. No observo movimientos que
anuncien una nueva sociedad en Venezuela, hay una vida cultural reducida y
empobrecida que llevan a cabo la generación que se formó en otros tiempos. La
reclusión por la pandemia nos agarró en momentos de poca reflexión y mucho
padecimiento por la sobrevivencia, de allí que sea especialmente dificultosa la
soledad que se impuso.
Muchos escritores ofrecieron sus libros gratis por las redes
para contribuir en las distracciones que requiere un tiempo sin horario ni
mayores obligaciones, no sé si tuvieron acogida, si muchas personas se
beneficiaron con estos gestos de generosidad. No lo sé, pero en general no veo
personas que hayan tomado la lectura como un medio para desligarse un poco de
tanta penuria. Es que la costumbre de leer y disfrutar de un libro no se
impone, no se obliga, no se improvisa. Es una inclinación que se tiene y ayuda
mucho para no sufrir de soledad. Analizar argumentos, entender las
divergencias, seguir encadenamientos lógicos para arribar a conclusiones puede
ser una de las emociones estéticas más excitantes de nuestra existencia. Así
como verse de pronto sumergido en experiencias ajenas y acompañado de otros seres
inalcanzables en nuestro entorno que nos permite la narrativa.
Proust lo vivió y así lo transmitió: “la lectura no podría
asimilarse a una conversación, aunque fuera con el más sabio de los hombres;
que la diferencia esencial entre un libro y un amigo no es su mayor o menor
sabiduría, sino la manera de comunicarnos con ellos, pues la lectura, al revés
que la conversación, consiste para cada uno de nosotros en recibir comunicación
de otro pensamiento, pero permaneciendo a solas, es decir, sin dejar de gozar
de la capacidad intelectual que uno tiene en soledad y que la conversación
disipa inmediatamente, sin perder la capacidad de ser inspirado, de permanecer
en pleno trabajo fecundo de la mente sobre sí misma”.
Nos acostumbramos a un mundo muy bullicioso y también nos
pusimos a hacer ruido. Por eso el silencio aturde y la lectura requiere de
soledad y silencio. Hemos dejado de pensar, de estudiar y como resultado
tenemos un mundo estancado, decadente. Es como que todo se desmorona ante
nuestra mirada atónita. Era costumbre muy arraigada que en las casas se tuviera
una habitación reservada para la lectura y el trabajo intelectual. Casas llenas
de libros que uno revisaba cuando era invitado. Descartes se aisló para pensar
la modernidad, no surgen nuevos mundos del bullicio y del ruido, el hombre
moderno es producto del aislamiento.
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