Jacek Yerka |
La descomposición social que observamos ha llegado a niveles
alarmantes. En cualquier ambiente comienza a observarse conductas inaceptables
que no se veían anteriormente. Un dilema en un condominio se resuelve a golpes
e intervención policial; los políticos gritan con un vocabulario soez o ladran
amenazando como perros de jauría. Las personas respetuosas de las normas se las
consideran cobardes, miedosas, timoratas. Referirse a otro con cortesía,
prestar la debida atención a lo que dice, mostrar respeto son conductas
catalogadas como propias de personas aduladoras, arribistas, seductoras con
fines egoístas y ocultos. Se deja de tener un grupo social de convivencia y las
personas se dedican a pelear por cualquier asunto por más intransigente que
parezca. Este escenario lo denominó Durkheim “anomia”, en realidad significa la
disolución de lo que entendemos como sociedad.
No hay orden moral ni jurídico, se entiende que la justicia
es cuestión de componendas, amiguismos y compra de voluntades. En este
escenario al que permitimos arribar se debilitan considerablemente las fuerzas
internas de un país, sus ciudadanos se desentienden de los problemas comunes y
comienzan a buscar sus soluciones de supervivencia individuales; las actitudes
solidarias empiezan a escasear. Aumenta la desconfianza, la irritabilidad, las
acusaciones y desprestigio de los otros. Es cuando se comienza a sentir que nos
faltan fuerzas, que solo no podemos, a rogar para que otras sociedades, mejor
cohesionadas, nos hagan la tarea. Si bien es cierto que nunca había vivido tan
al borde del abismo, nunca había, tampoco oído, estos gritos de “auxilio” ser
proferido con tan poca elegancia y acierto. Como estoy convencida que nadie va
a venir a desalojar Miraflores, que me hagan sentir que estamos impotentes me
resta aún más una visión de futuro promisorio.
En la clínica psicoanalítica el analista nunca debe estancar
a su paciente en la imposibilidad a la que lo arrastra esa fuerza mortal del
goce y las pulsiones. Se abren vías de ampliación simbólica, de significados no
contemplados, de enganches con gustos e inclinaciones provenientes del deseo.
Lo que no se puede permitir es que el paciente mate su deseo, ya no habría
empuje hacia la creación, la tarea y el trabajo en comunidad. No habría tampoco
afectos, arraigos, identidades. En otras palabras sería la muerte del sujeto
como entidad psíquica pulsante. Igual me imagino y lo estoy viendo, pasa con
una sociedad. La sociedad que conocí prácticamente desapareció. Estas faces
tristes, famélicas o con una sonrisa congelada y no expresiva no son propias de
lo que era nuestro carácter y forma de concebir la vida. Por ello me cuesta
entender que un líder en un momento como el nuestro grite en un escenario
internacional que “solo no podemos” no lo entiendo y lo recibo como “un baño de
agua fría”.
Desconcertados y perdidos estamos, propios de las sociedades
que han sufrido un cambio brusco y han ido perdiendo los símbolos que permitían
vínculos de cohesión. La cultura se desmorona y no se encuentran las huellas
identitarias. No me puedo identificar cuando los conflictos se resuelven a
golpes. Cuando la tranquilidad de una comunidad es alterada por un bravucón
cuyo nivel de desarrollo cognitivo no supera al de los matones de barrio. Ser
mayoría pero no unidos, sin reconocernos ni respetarnos entre nosotros es lo mismo
que no ser. En un mundo que tiende al individualismo al goce solitario se van
disolviendo, uno por uno, todo lazo social. Resultados de ese mórbido camino
emprendido de despreciar todo avance del conocimiento y volvernos muy creativos
en placeres sin límites y mortales. Es en este terreno donde el mundo está
sorprendiendo. Ingerir vodka por los ojos es el último descubrimiento de como
embriagarse con mayor rapidez. Muy ingenioso ¿verdad? Para contribuir con la
cultura.
Si no terminamos de entender, que solo con disciplina,
renunciado a las satisfacciones inmediatas, regulando los placeres, con
constancia, estudio y conocimientos podremos proporcionarnos una vida
civilizada y satisfactoria, el mundo ira cada vez peor. No hay atajos, no hay
vivezas criollas posibles, no hay salvadores, no hay iluminados ni seres
superiores. Somos tú y yo con la responsabilidad moral de vivir bien. El
sufrimiento que se observa en el mundo actual conduce inexorablemente a
interrogarnos por una falla simbólica, por la relación del hombre con la ley. A
interrogarnos a donde conduce la tendencia desenfrenada por un goce que
imposibilita al sujeto la relación con
su deseo.
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