Alena Nalivkina |
El hombre cuenta con una dimensión en su estructura psíquica
que es la imaginación. Un espacio fundamental para fantasear, soñar, crear,
inventar. Sin esta dimensión del pensamiento y de la actividad humana, el mundo
se hubiese estancado en rígidas creencias y costumbres. Sin imaginación no
habría invención. El mundo virtual es una creación genial de nuestra inventiva
para lograr mayor confort y rapidez en la búsqueda del conocimiento en las
tareas de investigación. Un mundo para la adquisición de libros cuando no es
posible adquirirlos en librerías y no queremos dejar de leer buena literatura.
Pagar cuentas de servicios, hacer transacciones bancarias, conocer personas
fantásticas y soñar con lo que nuestra realidad no nos ofrece y anhelamos. Pero
el mundo no se agota en lo imaginario, existe un mundo real y otro simbólico.
Conservamos ilusiones, siempre albergamos alguna ensoñación
en algún rincón de nuestra golpeada esperanza. Al leer un tuit que vaticine una
fiesta colectiva próxima producto de acontecimientos liberadores no conocidos,
no puedo evitar sentir cierto alivio sabroso, sabiendo o creyendo que no
obedece a ninguna realidad. Enseguida despierto y comienzo a imaginar. Porque
lo que es ésta realidad de frente y con los ojos pelados, enceguece. Es el
deseo humano, esencia de la actividad humana, que reclama ser llevado a cabo,
ser reconocido y actuado. Tanto Spinoza como Lacan lo conciben como base de la
ética. Lo que queremos solo lo podemos alcanzar con trabajo y empeño, con
determinación y decisión. Podemos querer cooperar con los otros por un bien
común o bien podemos no querer hacerlo. Ahora bien en un momento como el que
vivimos nos vemos un tanto forzados por contribuir con pequeños gestos o actos
porque de otra manera los proyectos individuales honestos se ven limitados o se
nos hacen imposibles.
En esta batalla nos hemos debatido para trascender el aislamiento,
el relativismo, el egoísmo, la ambición desmedida. Todas las actitudes que nos
trajeron hasta estos barros y que dominan el deseo del hombre contemporáneo. Ya
ni el sexo se quiere compartir, aparece la pornografía virtual y las compañías
plásticas; es más atrayente un “phone”
que comunique a distancia que un humano, sentado al lado, que estornude.
Esa batalla no la hemos ganado y ahí tenemos a cada quien halando para su lado,
engrosando su billetera, ostentando fortunas mal habidas. Spinoza convoca a la
cooperación entre los hombres en el sentido político estando convencido que los
hombres son de mucha ayuda entre sí. Postula que el ser “que se guía por la
razón es más libre en el Estado, donde vive según leyes que obligan a todos,
que en la soledad donde solo se obedece a sí mismo”.
Ni Lacan ni Spinoza conciben que el sujeto pueda ser totalmente
libre. La libertad absoluta es inalcanzable, tanto en uno mismo como cuando se
trata de escoger entre el bien y el mal; es más coinciden en entender que el
hombre aun sabiendo que es lo mejor y lo que conviene, escoja lo peor. Lo hemos
visto como resultados de elecciones en las que nos lanzamos al abismo escogiendo
lo peor para después dedicarnos largos y acalorados años en salir de un
infierno voluntario. Peligro al que se exponen las poblaciones con un mundo
simbólico muy reducido. Ese colchón amortiguador entre lo real e imaginario lo
constituyen los símbolos que guían principalmente los razonamientos y costumbres que nos
identifican. Mientras menos leamos y manejemos un pobre vocabulario, lo usemos
mal y nos sepamos expresarnos no podremos tener herramientas para un adecuado
razonamiento y para trazarnos estrategias. Es como ir a una guerra sin armas. A
veces provoca vergüenza el léxico y modulación con los que se expresan algunos
dirigentes políticos. Si la finalidad es ser oídos sean, por lo menos, armoniosos y gratos al oído.
Hannah Arendt destaca la posibilidad de conquistar una dosis
alta de libertad en nuestras sociedades,
pero establece como condición necesaria el renunciar a un tipo de soberanía
mecanicista cuando se emprendió el camino de imponerse sobre otros o sobre las
instituciones para conseguir objetivos individuales. En este estado de
dominación se torpedea el pensamiento propio crítico y no se incentiva la
actividad por el bien común. Mientras más estratificada se encuentre una
sociedad y sus hombre organizados jerárquicamente, mostrarán una obediencia más
acrítica. El hombre perderá la esencia simbólica esencial de la estructura psíquica
humana. Hemos llegado demasiado lejos, se le ha dado muchos palos a nuestra
piñata imaginaria y lo real nos acecha de forma ominosa sin detenernos a ganarle
terreno. Para terminar de arrebatarnos el deseo, la ilusiones y la creatividad
no falta mucho.
En las decisiones individuales no tengo mucha libertad, cada
vez menos. Ya nada es fácil, pero en volver a conquistar las políticas tenemos
que utilizar el mundo simbólico para razonar adecuadamente, el imaginario para
ser creativo en la implementación de las estrategias y el real que nos reclama
interpretación y dominio por la palabra.
Fantasear atrapa pero corremos el riesgo de quedar perdidos
en engaños y promesas irrealizables, como, en realidad, nos ha pasado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario