Cyril Edward Power |
Según Platón la democracia se instaura como idea en la
humanidad a partir de la búsqueda de la igualdad. El ser humano comienza a
desear adquirir los mismos bienes, comodidades y privilegios que gozan los
oligarcas. Tocqueville concibe esta tendencia irrefrenable como una pasión, la
cual tiene grado y fuerza mayor que cualquier gusto. Afirma que más que la
libertad el ser humano persigue la igualdad pero con tal pasión y determinación
que se muestra dispuesto a renunciar a su libertad con tal de asegurar la igualdad.
Si un tirano ofrece igualdad, arrebatarles
a unos sus bienes para entregárselos a otros que lo desean, no titubea el
beneficiario en renunciar a su libertad y entregarse a la esclavitud. Esa
afirmación podemos hacerla sin temor a equivocarnos al observar el
comportamiento de los pueblos en su visión mayoritaria. ¿Podríamos afirmar que
este comportamiento es propio de la naturaleza humana? ¿El ser humano es
caprichoso e envidioso por naturaleza? Así lo sostuvo Platón, “El ser humano
pasa cada uno de sus días satisfaciendo el primer deseo que se le presenta”.
Muy difícil llegar a tal aseveración determinista sin
sostener una visión tremendamente derrotista y negativa del porvenir de
nuestras culturas. Marshall Sahlins, antropólogo estadounidense cuestiona la
idea de que haya realmente tal cosa como “naturaleza humana” fija y para
siempre que obligaría a los seres humanos a estar en una constante alerta para
evitar las guerras. Si el motor principal de los deseos humanos es la igualdad,
el arrebato estaría siempre al asecho y habría que evitarlo por la fuerza o
llegando a acuerdos negociados. Siempre en un precario equilibrio y siempre
siendo enemigos, viendo enemigos, esperando enemigos, soñando con enemigos,
temiendo al enemigo. Nunca hemos podido observar al ser humano en estado puro
natural para conocer su naturaleza; eso que conocemos como seres humanos
siempre ha estado moldeados por culturas, atravesados por un lenguaje, sujetos
a mitos y símbolos que les preceden. Somos producto de todo un complicado
tramado de ideas, valores, creencias e impulsos complejos.
Observando el espectáculo que está ofreciendo el mundo en
nuestros días se hace muy difícil no sostener con Nietzsche que nos encontramos
observando “al último hombre” “cuya característica principal es la igualdad,
todos quieren lo mismo, todos son iguales: quien tiene sentimientos distintos
marcha voluntariamente al manicomio”. La ostentación de las más grandes conquistas:
el bienestar, la comodidad, la seguridad y el goce de los pequeños placeres. Y
¿Quién no? Dudo de encontrarme a un ser humano que hoy en día no desee poseer
estos bienes, pero donde sí encontramos diferencias es en las vías escogidas
para adquirirlos. Esa es la gran diferencia entre la barbarie y la
civilización. Al parecer estamos presenciando el final de este “último hombre”
lo que se mantiene es una absoluta incógnita de que es lo que está apareciendo,
no me pareciera vislumbrar “Superhombres” llamados a vivir en tiranías. Seres
humanos que se creen capaces de ser todo y de poder realizarlo todo,
“charlatanes, pobres de voluntad y extraordinariamente adaptables, que
necesitan del señor, del que manda como el pan de cada día”.
Por estas características que describe Nietzsche podemos
decir que al menos conocimos un espécimen de esta naturaleza. Operaba
vesículas, manejaba topos para abrir túneles, dictaba clases de ortografía,
sabia de economía, en fin no había ningún rubro que no creyera dominar. Eso sí
hablaba sin parar y sin sentido del tacto, hasta tal punto que un rey lo tuvo
que encrespar con un “por qué no te callas”, murió joven sin haber podido
desempeñar con destreza y responsabilidad la única función que se le recomendó,
conducir un país por vías democráticas. Pero fue un esclavo de su mal entendida
ideología y de sus pasiones. Este “superhombre” se prestó para ser el tirano de
los “últimos hombres” que vendieron su libertad en búsqueda de una igualdad
prometida con una advertencia inicial “ser rico es malo”. Según Platón cuando
la libertad comienza a invadir todos los ámbitos de existencia, públicos y
privados, se tiende a establecer un trato estrictamente igualitario “entre el
padre y el hijo, el ciudadano y el meteco, el maestro y el discípulo, el joven
y el viejo, incluso entre esclavos y hombres libres, la opulencia de libertad
hace sentir la necesidad de la tiranía” “todo exceso suele conducir al exceso
contrario”. “Siglo XX problemático y febril”, esta vez el tango no se equivocó.
Uniformados y queriendo lo mismo juzgamos los procesos
políticos de otros países con las mismas estrechas y limitadas categorías como
nos miramos a nosotros mismos. Nos equivocamos, ni somos iguales ni llegaremos
nunca a serlo. Lo que necesitamos es libertad para poder conquistar lo que particularmente
queremos sin que nos sea permitido arrebatarlo a otro. Pareciera que hay un
desgaste de modelo político para la convivencia humana, los pueblos luchan por
sus conquistas pero a veces no es transparente lo que quieren. Como tampoco es
transparente lo que persiguen los gobernantes que parecieran permanecer alejados
del sentir de sus ciudadanos para quedar sorprendidos con los estallidos que
suceden. ¿Estallan los pueblos por las mismas razones que estallan los seres
humanos? ¿Se trata de procesos emocionales desbordados y sin límites las luchas
intestinas que han librado el ser humano a lo largo de la historia? Son
procesos que se escapan a las posibilidades de la política, como las pulsiones
se les escapan a la educación. Ya lo decía Freud son tareas imposibles: educar
y gobernar.