Anna Berezovskaya |
Admira como se distribuye el conocimiento en tiempos tan
complicados. Uno no ha tenido tiempo de formular una pregunta cuando miles de
voces sapientes con respuestas fáciles, simples, inmediatas estallan con voces
en coro estridente. Si, son a veces voces chillonas y a un alto volumen porque
entre sus creencias incuestionables (certezas) está que el que habla más fuerte
habla mejor, es decir revela verdades. Entre otro de los “buenos” hábitos
adquiridos recientemente está el del atropello. Es muy difícil el diálogo en
estos momentos porque son muchos los que hablan pocos los que escuchan. Al que
escucha le es más sano mantenerse callado porque sus intervenciones no serán
escuchadas por más que lo intente, tiempo perdido. Si esto sucede en reuniones
simples con hijos de vecinos, ¿Qué no sucederá en esa gallera de alto nivel que
suponemos negocia nuestro destino? A mí me es muy difícil imaginarlo, así que
lo dejo como interrogante.
Me gustaría saber los rituales que acompañan estos tipos de
reuniones mientras hay toda una población muriendo y a la espera de respuestas.
A qué hora se reúnen, cómo se saludan los “dialogantes”, como organizan las
intervenciones, cuanto tiempo hablan, quien sirve de árbitro etc. Quiero saber
todos los detalles, que por supuesto una información que no obtendré nunca, como
tampoco me es dado a conocer los temas de la agenda. Silencio, secreto,
hermetismo, misterio. Mientras una cantidad de personas hablan con propiedad de
estos diálogos, los defienden y explican como pasos acertados en cualquier
proceso político en situación de conflicto, la mayoría de los protagonistas de
esta historia macabra debemos y tenemos que mantenernos en la ignorancia. Es
este el terreno propicio para poner a volar nuestra imaginación y sacarle el
máximo provecho a la ignorancia.
Hay ignorancias muy buenas porque es de ella que se activa el
intelecto. Si viviéramos en un mundo en el que manejáramos solo conocimientos
ciertos e inatacables estaríamos, en realidad, en un mundo bárbaro en donde
estaría vedado todo lo más arriesgado, lo más sublime de la creación y del
avance científico. No tendría cabida la filosofía con su constante
interrogatorio a una realidad que tampoco ofrece respuestas finales. Un ser
humano estancado mirándose el ombligo y rascándose la panza, feliz de ignorar
su ignorancia, (si la imagen refleja algunos de los personajes que infectan
nuestro paisaje cotidiano es pura coincidencia). Pero ignorar es no saber nunca
nada del todo ni todo de nada, pero no saber nada de nada es como demasiado. En
ese vacío transitamos mientras vivimos una verdadera tragedia. Solos y
abandonados asoman a nuestros rostros las manifestaciones de un espíritu que se
manifiesta. Una lágrima recorre nuestra mejilla.
Esas lágrimas se manifiestan en nuestras fabulaciones, porque
no hemos podido dejar de pensar sobre qué nos pasa, en realidad qué nos pasó
para haber llegado hasta aquí y continuar sin norte. Cada día peor, cada día
mas difícil, rodeados de historia trágicas y esperando nuestro turno. Entonces,
inventamos. No está mal, para nada nuestros relatos es una manera de encontrar
un poco de sosiego, lo que es erróneo es darlos por ciertos. Optar por elevar
un principio injustificado y de allí desarrollar todo el tramado de
justificaciones racionales. No salirnos del guion, seguirlo religiosamente sin
asomos de dudas, sin titubeos y si, por supuesto, como muchos traspiés. Repetir
y repetir sin detenerse a razonar sobre cuáles fueron los factores que se
ignoraron y llevaron al fracaso. Detenidos y redondos en las ignorancias de las
ignorancias. Apoyados en un vacío, en el vacío de no saber, en realidad, qué
hacer. Pero eso si callar o hablar gritado y golpeando mesas.
No se oye, no se dialoga ni con los que suponemos afines,
como encontrar avances en la ignorancia que se tiene de las soluciones que es
lo más complejo en cualquier problemática (y vaya que la nuestra es bien
complicada). Nadie dicta la última palabra de lo que debemos pensar de la
realidad, ni siquiera la realidad misma. Así que lo conveniente sería dejar de
pontificar y ponernos seriamente a pensar. ¿Es que acaso perdimos el alma de
nuestra comunidad? Esa que nos puede señalar sobre el “debo” tan necesario en
la solución de los problemas y que brota de lo más íntimo y caprichoso. A ver
venezolanos qué nos está gritando esa voz nuestra ya desgarrada ¿la están
escuchando? Creo que no, porque no se está escuchando.
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