Vasilij Kandinskij |
Ser es unas de las tareas más difíciles que enfrenta el ser
humano una vez que es arrojado al mundo. No se es porque se nació sino porque
somos esperados por un mundo simbólico al que nos introduce un ser que ya es
porque nos ama. Oscilamos desde ese precario momento entre dos opciones, se es
sujeto o se permanece siendo objeto. Objeto de una madre castradora que nos
impide devenir en sujetos distintos y particulares. Podemos tomarnos como
objetos y maltratarnos con fuertes calificaciones denigrantes para
despreciarnos. También podemos haber sido reducidos por otros a objetos de sus
perversiones sin permiso o consentimiento. En un mundo hostil y lleno de
peligros a un ser humano puede matarse de muy diversas maneras o puede matarnos
nuestro propio yo guiado por la culpa, la paranoia que nos quiebra como seres
frágiles que somos. La batalla por ganar la partida por la vida de un sujeto no
acaba nunca. De allí nuestra responsabilidad por defender una vida buena, deber
ético que señalaron los filósofos griegos.
Viene a la mente la conmovedora película de David Heyman “El
niño de pijama de rayas” Bruno es hijo de un oficial nazi que se muda a
regentar un campo de concentración sin que su familia conociera de su verdadero
oficio y con todo el drama que sobrecoge la película va mostrando las
diferentes reacciones de la familia cuando comienzan a sospechar de la
oscuridad perversa que los envuelve. La madre se hace la que no ve hasta que
pierde a su propio hijo Bruno, la hermana se enamora de otro oficial nazi y
empapela su habitación con propaganda de Hitler. Bruno un niño de ocho años es
el único que no cesa de buscar su propia verdad desafiando las órdenes maternas
y se arriesga por un amigo que está preso en el campo de exterminio. Le cuesta la
vida pero no cesa de obedecer a su propio deseo, la lealtad con el amigo y su
idea de encontrar un “judío bueno” que desenmascare la ideología a la que
obedece su padre. A veces ser protagonista de nuestra historia puede llevarnos
a la muerte cuando se enfrenta las perversiones de un padre. Un niño inocente
que no puede vivir con un engaño que lo hubiese matado de todas formas, da la
pelea y encara a la familia con su terrible oscuridad.
Hay otros mecanismos que emprende un yo más acomodaticio como
las de esta madre y la hermana de Bruno. Puede hacerse el ignorante y engañado,
la víctima o puede devenir en otro perverso igual a su victimario. Bruno escoge
el suyo propio, el más difícil. Somos esencialmente un vacío a la que nuestros
actos le darán contenido. Martin Heidegger lo ejemplifica tomando como imagen
una vasija, “el vacío, esta nada de la vasija es lo que la vasija es como
recipiente que acoge”. Este vacío debe acoger bellas formas si queremos una
vida buena por más adversas que sean las circunstancias o, mejor dicho,
especialmente cuando debemos debatir seres perversos que ya no engañan. No es
aconsejable hacerse los locos ni devenir un miembro más en las filas de la
monstruosidad. No es posible permanecer como seres pusilánimes, dubitativos, temerosos
en una eterna queja vacía sin contenido. No sé cuánto tiempo dure nuestra lucha
por la libertad pero si sé que estamos en un momento delicado en el que debemos
ser especialmente cuidadosos con nosotros y con los otros que buscan su propia
verdad.
Sufrimos de muchas ausencias, un país que no reconocemos, los
hijos y nietos que se fueron, las costumbres que quedaron reducidas y la
precariedad e indefensión como acompañantes diarios. Ausencias que nos
debilitan a extremos peligrosos para la vida, por lo que en nuestro auxilio
solo podemos encontrar ese mundo simbólico que nos permita seguir viviendo como
seres humanos, es decir con capacidad de representación de uno mismo
conservando nuestra identidad. Simbolizarse a sí mismo a través de lo que se ha
perdido. Este es el peligro que estamos corriendo, estamos dando signos de una
pérdida de identidad. Ya no sabemos quiénes somos y a qué pertenecemos. No
podemos permitir que sea lo inhumano lo que nos piense como metástasis que se
van propagando. Seres que transitaron tiempos de horror y vivieron para
dejarnos sus testimonios de sobrevivencias son espejos donde podríamos
reflejarnos. Primo Levi nos relata el salvavidas que le ayudó hasta que no pudo
seguir más soportando la existencia “la voluntad, que conservé tenazmente, de
reconocer siempre, aun en los días más negros, tanto en mis camaradas como en
mí mismo, a hombres y no a cosas, sustrayéndome de esta manera a aquella total
humillación y desmoralización que condujo a muchos al naufragio espiritual”.
Somos seres humanos no cosas, así debemos tratarnos a
nosotros mismos y a los que batallan tan duramente o más que nosotros. Permíteme
verte a los ojos y saber qué están pensando aunque tus labios tiemblen de
miedo. Allí me voy a volver a encontrar, allí está el símbolo que me confiere
identidad. Es el gesto humano que contactan mis símbolos, que me contactan a
mí.