Giusepe Arcimboldo |
A lo grotesco se le han dedicado muchas páginas en la
literatura, en el teatro y en la pintura, se lo ha representado por lo general
de forma caricaturesca. Kant en su tratado sobre la estética entendió esta
atracción que tiene el ser humano por lo terrorífico, lo doloroso y la muerte,
como lo sublime. Introduce, de esta forma, en la estética la categoría de lo
sublime y se abren nuevas puertas en la
profundización de los enigmáticos gustos del hombre y sus complejidades. La
belleza se puede transformar en una imagen repugnante si se devela las
intenciones de maldad que puede encerrar lo seductor de lo bello, reduciendo de esa forma la frágil
frontera que separa lo sublime de lo grotesco. Veamos por ejemplo las representaciones magistrales
que nos ofrecen los actores. En la reciente interpretación que nos hace Héctor
Manrique de Chirinos podemos sobrecogernos y reírnos por lo grotesco que es
presentado este perverso que logró seducir con sus manejos a muchos sectores de
la población caraqueña. El que conoció a Chirinos y contempla la actuación de
Manrique termina por concluir que es una muy buena representación. Igualito, se
dice, pero descubierto. Es que Chirinos era absolutamente grotesco.
A esta manifestación repugnante del ser humano se le abren
muchas interpretaciones y se incluye en una estética de lo feo. Baudelaire, por
ejemplo, publica “Las flores del mal” que es considerado un manifiesto de esta
estética y así se le va dando nombre a distintas categorías estéticas como: lo
patético, pintoresco, lo interesante, siniestro, lo grotesco. Conceptos y
fenómenos difíciles de captar precisamente por el rechazo que causan pero que
no podemos quitarle los ojos de encima. El horror que es visto de reojo o
colocando la mano delante de los ojos pero con los dedos abiertos. Ahora para
no salir espantados, porque sin duda sensibilidad tenemos muchos, se suele
acompañar estas representaciones con humor que invitan a la risa, que evita
quedar paralizados de repulsión. Porque al fin y al cabo lo grotesco es
realmente una deviación de la belleza y una inversión de lo sublime.
Qué nos pasa, entonces, cuando en una sociedad se comienza a
representar de forma descarnada lo grotesco, lo ridículo, lo feo a diario y sin
descanso. Que vamos perdiendo inexorablemente lo bello y el éxtasis que provoca
lo sublime de las ceremonias y el sobrecogimiento por los símbolos de lo
sagrado, de lo imposible de trasgredir. Nos perdemos en una deshumanización
donde las bellas formas comienzan a desdibujarse. Surgen las figuras carentes
de sentido, lo que traspasa lo posible para el entendimiento. Uno se dice a
diario ¿Y esto qué es? Después de semejante aberración ya mi capacidad de
asombro llegó a su límite. No es verdad, en seguida surgen nuevas expresiones y
actos que hacen temblar. Esto sin ningún revestimiento posible de humor. Una
vida descarnada, fea, imposible de digerir y que va dejando profunda heridas.
Tratamos de hacer humor de ciertos espectáculos grotesco pero
a veces suenan como una caricatura, mal humor que solo desprenden muecas de
rechazo e indignación. Una realidad que no se puede deformar más porque ya nos
viene deformada de origen. Todo esto representado con desparpajo, sin
vergüenza, más bien con arrogancia. Las voces públicas cada vez se tornan más
desafinadas, estridentes, patéticas. No es necesario acentuar nada, el teatro del absurdo es la
realidad misma. Nos está tragando la acidez, la amargura, el resentimiento, la
monstruosidad. Es que ya no sé si entendemos como grotesco lo mismo, a lo mejor
ya hay una parte de la población que considera esta chabacanería como la
verdadera manifestación de lo popular. Al fin “el pueblo empoderado” y
expresándonos de la forma que nos
entendemos; desterrada la sofisticación, la educación, el buen trato. Que
esta manifestación de la vulgaridad tenga todavía tan alto apoyo lo hace pensar
a uno. Y no es cierto que lo chabacano es lo popular, es muy apreciada la
estética de la artesanía popular hoy prácticamente desaparecida y en general
toda la manifestación artística de nuestros pueblos: bailes, música, teatro,
rituales, creencias y fiestas. Hoy las recordamos los que tuvimos la dicha de
vivirlas.
Todo ya nos resulta extraño y comenzamos a dejar de
identificarnos, esto no se parece a lo que somos o mejor dicho a lo que fuimos.
Ya este mundo deformado ni nos comprende ni lo comprendemos, estamos
presenciando un quiebre moral profundo bajo nuestra mirada perpleja y
desconcertada. Hay que comenzar a rescatar la verdad y la libertad pero para
ello hay que abandonar lo grotesco que implica vociferar por un cambio seguro
sin que ninguna acción razonable se despliegue en una estrategia posible. De
intentar representaciones épicas ridículas porque de lo contrario no saldremos
de esta banda de malhechores e iremos muriendo por falta de una vida que
merezca ser catalogada como tal. Con sus revestimientos éticos y estéticos.
A veces pienso que Chirinos reencarnó en cientos de nefastos
personajes, porque para donde uno voltee lo grotesco predomina.
En la Venezuela del siglo XXI, cultivar el buen gusto es una manera de revelarse ante la nueva élite que manda. Que lo bello sea transgresor es una paradoja perfecta. Magnífico tu trabajo, Marina.
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