joan Miró |
No hay nada más gratificante y divertido que jugar con los
niños y sus pensamientos mágicos. Cuando mis hijos estaban pequeños andaban con
una varita mágica convirtiéndose mutuamente en ratones y desapareciéndome o
apareciéndome según su conveniencia. Cuando comenzaban a interrumpirme en mis
labores con sus insistentes “mamá, mamá” les decía “no estoy, desaparecí” me
contestaban “no es verdad, yo te estoy viendo”. Los únicos que tenían ese poder
eran ellos, eran mágicos. Aunque estaban plenamente consciente de que se
trataba de un juego, lo que su sonrisa pícara delataba.
Nunca perdemos la capacidad lúdica o no deberíamos perderla.
Jugamos con otros y con nosotros mismos con los pensamientos mágicos, eso sí
sabiendo que no es más que un juego. En
una consulta psicoanalítica se trabaja con los pensamientos que traen los
pacientes, sus relatos de vida y sufrimientos. Este tipo de pensamientos son
claves para lograr un diagnóstico y poder guiar la cura. Siguiendo sus huellas
podemos identificar un delirio estructurado y concluir que estamos ante una
estructura psicótica. Lo que constituyen cuadros clínicos que generalmente
requieren ser medicados. Al paciente psicótico hay que estabilizarlo para
poderlo ayudar a reconstruir su vida siempre con amenazas de nuevos brotes. En
este precario equilibrio la familia es fundamental dado que no son ajenos al
delirio que manifiesta el paciente. Pero podemos encontrar todo tipo de
pensamientos en cualquier cuadro clínico, muy frecuentes también en estructuras
neuróticas y muy floridos en situaciones de amenazas y precariedad. Mientras
más desestructurada esté la familia y la sociedad más veremos a los sujetos
refugiarse en fantasías omnipotentes.
Este tipo de pensamiento subvierte el pensamiento apegado a
la apreciación de la realidad. Inventa otra realidad que les sea más
tranquilizadora y los mantenga en la ilusión de poseer un poder que en realidad
no poseen. La realidad se les hace muy perturbadora y la sensación de
indefensión, insoportable. Así podemos escuchar opiniones que podrían ser muy
divertidas si no constatamos que las personas que las sostienen creen
firmemente en sus varitas mágicas y sus efectos voluntariosos. “Si repito
incansablemente un deseo, si emprendo una campaña sostenida a favor de un
resultado esperado y conveniente, si reúno a un grupo de personas en un cuarto
oscuro y todos con mucha fuerza y fe repetimos una consigna, si adopto la
posición de loto y emito el Ohm, Ohm, se voltearán los acontecimientos a
nuestro favor, ténganlo por seguro”. Pero nada, las cosas en la realidad
continúan su curso, muchas veces con una lentitud desesperante pero inevitable.
Ahora, los pensamientos mágicos no desaparecen constatando la
realidad. Si sucede lo que queríamos siempre está el argumento del sucedió
gracias a que nosotros desde el teclado lo propiciamos. O si sucede lo
contrario fue porque no fuimos suficientemente insistentes. Así seguimos
creyendo, por ejemplo, que políticos de relevancia actúan de la forma que
quiero porque una mañana me levanté desesperada y escribí un tuit insultando.
Gracias a nosotros hizo lo que esperábamos que hiciera, no es porque la
realidad habla y el político es honesto y comprometido con causas democráticas
y de DDHH. El pensamiento omnipotente no se derrumba así, son muchas defensas
lo que lo sostienen causando un deterioro serio en la evolución psíquica del
paciente y dificultado su desarrollo en la vida. Preocupa como preocupa un
paciente o en el caso que sean muchas personas pueden llegar a caracterizar el comportamiento
de poblaciones enteras, dificultando enormemente el desarrollo de un país.
Imagínense que nos convirtamos en una gran secta y compartamos una misma e
intocable idea. Volveríamos a vivir como en la Edad Media, de lo cual no
estamos muy lejanos. En este caso preocupa el país.
La realidad externa dejaría de importar para concentrarnos en
nuestra realidad psíquica y no permitir se desmorone. No hay nada que se pueda
aprender, nada que nos dé indicio del equívoco en el que incurrimos, nada que
se pueda compartir si no es con los miembros del clan. El otro es despreciado y
atacado si viene con ideas perturbadoras; por ello es que al delirio no se le
puede atacar de frente, hay que jugar hasta tener la oportunidad de hacerles
trampas a la jugada en un intento de irle ganando terreno a ese lodo
resbaladizo. O bien ignorarlo si hay la posibilidad y no nos perturba
personalmente. El costo que acarrea sostener pensamientos mágicos negando la
realidad es muy alto. En realidad no funcionan, no se puede construir nada
sobre ellos, solo queda seguirle agregando capas de construcciones imaginarias
que lo blinden. Al final se trata de no dejar que se perturbe la creencia sobre
el poder que creemos poseer.
Es que la locura, enloquece. Tenemos que estar constantemente
haciendo un contrapeso para no ser arrastrados por esa corriente desbastadora.
Todo grupo humano fuertemente cohesionado comparte su propia locura y en
nuestra sociedad somos muy dados a construir nuestras tribus particulares. Las
familias venezolanas son bastiones cerrados en los cuales se dificulta el
ingreso a un extraño. Al menos así fuimos en una época y en algunas clases
sociales, difíciles permear, se siente al otro como amenazante o contaminante.
Ahora hemos cambiado mucho y las familias están desintegradas pero esta
tendencia se sigue observando con tanta o mayor relevancia. Si perteneces a mi
grupo y yo me pelee con otro grupo, te exijo, de alguna manera, que tú también
te pelees. Si quiero imponer mis pensamientos mágicos y sostenerlos nada mejor
que un grupo que me ayude a sostenerlos. Se le huye a la confrontación de
ideas, termina la conversación.
Es esperable que ante la angustia nos refugiemos en ilusiones
descabelladas pero se esperaría también cierta reserva en expresarlas para no
dar la impresión de que estamos locos.
Nuestras locuras tienen mejor destino en actos culturales que
también hacemos, como fue el maravilloso acto de los poetas en La Plaza Los
Palos Grandes. Es así como hacemos país.